A los 30 años, Mozart era ya en 1786 un artista experimentadísimo y un “viejo lobo de mar” en el arte de la composición. Moriría a los 35, 32 días antes de cumplir 36, habiendo trazado el  camino para el reconocimiento del genio universal post mortem.

Para la filosofía, un hombre de 30 años es apenas un niño tambaleante, escribió Nietzsche en alguno de sus libros.

Alejandro Magno estudiaba a los 13 con Aristóteles, a sus 20 asesinan a Filipo II, el padre, y asciende al poder de Macedonia iniciando así su grandeza de conquistador y la fama que llega hasta hoy. Lo asesinaron a los 32.

Hablando de genios, en la literatura, Antón Chejov tristemente murió a los 44 (qué bello cuento “Tres rosas amarillas”, de Raymond Carver, que al imaginar, recrea el  momento y  le hace beber un sorbo de champaña al expirar). Borges, después de disfrutar viajes en globos (¿como degustador de Poe?; 40, su fin), libar champaña y ojalá que alguna caricia íntima de la joven Kodama (los orientales siempre se ven jóvenes), murió a poco menos de 2 meses de los 87.

El genio de la música mexicana murió a los 40. Silvestre Revueltas.

“Juventud, divino tesoro”, escribió Rubén Darío en su poema:

“Juventud, divino tesoro,

¡ya te vas para no volver!

Cuando quiero llorar, no lloro...

y a veces lloro sin querer...”.

Manuel Acuña, ingiriendo cianuro de potasio, se suicidó a los 24, José Asunción Silva a los 31 y ½. López Velarde falleció a los 33. Charles Baudelaire murió a los 46; Arthur Rimbaud, a los 37; John Keats, a los 25;…; Vincent van Goh se disparó a los 37; Yukio Mishima, tras inflamado pero fallido llamado a los soldados de Tokio al golpe de estado, procedió al seppuku –henderse del abdomen- al tiempo de ordenar su decapitación a los 45 (sacrificio vislumbrado 10 años antes en la hermosa estética de la cinta escrita, actuada y dirigida por él mismo, Yukoku or The Rite of Love and Dead; 1960),…

Aficionadísimo al cine y al teatro y con innumerables ejemplos en tales artes, el sociólogo Gabriel Careaga solía decir a sus alumnos que a los 21 se terminaba la adolescencia tardía y al llegar a los 28 faltaban 2 minutos para entrar en la vejez.

Muchos optimistas aseguran que la edad es mental y así como hay viejos jóvenes han jóvenes ancianos.

La poesía es un asunto de juventud, me dijo en una cena Hugo Gutiérrez Vega, recién fallecido. Sin embargo, ejemplificó una excepción mexicana de poeta siempre joven que vivió y concibió poesía hasta el umbral de la muerte a los 80 como si fuera adolescente: Carlos Pellicer. Y hubo de aceptar mi argumento, que poco antes de morir, Octavio Paz revisaba todavía su poesía púber; ( J ).

Para un cantante dramático los 40 significan, si hay condición técnica y orgánica, el inicio de la mejor y mayor capacidad vocal. Para un instrumentista, que inicia la locura del estrés en la tierna infancia y puede desquiciarle en la adolescencia, los 30 son de madurez artística; y cuando ha fracasado, a los 40 puede convertirse en “crítico cultural” o bien en suicida tardío. Este fallo y fenómeno cobra mayor rigor para el pianista: cuando no ha sido listo suficiente como para vivir del erario, ser funcionario público, “diputeibol” o “cenador” plurinominal del congreso mexicano mientras tuitea onomásticos, recetas de cocina y catárticas recomendaciones musicales (dudo que sea necesario escribir su nombre, como sugiere un talentoso viejo amigo que padece como adolescente enamorado; bueno: JLA, le dicen).

Desde la perspectiva del burócrata, cuya objetivo es trepar -según analizara Daniel Cosío Villegas en sus ensayos para el caso mexicano- y vivir lo más prolongada, constante y sostenidamente posible a costa del erario, Ricardo Anaya, presidente del PAN, efectivamente es un pollito (tardío). Aunque luzca bastante desplumado a los 37 y sume más de 15 años de experiencia en la destreza de chupar como garrapata uncida al presupuesto público.

Como quiera que sea, Anaya está en su derecho de decir casi cualquier cosa. Sin embargo, argumentar en razón de la edad para infamar al adversario, ambicionar hablar en nombre de la juventud mexicana y plantear la dualidad cobarde-valiente como elementos de debate, trata del ridículo y el absurdo (si bien Albert Camus –muerte, 46- ha hecho en El hombre rebelde una apología del absurdo como prueba cotidiana de la existencia). Sobre todo en la política y cuando en la “agenda nacional” no hay un debate sobre la condición de la juventud o la vejez sino un importante asunto de ideología política y económica. (A propós, Hidalgo fue fusilado y descabezado a los 58; Morelos, fusilado a los 50; Zapata, asesinado emboscado a los 39 y Villa a los 45; antes, Madero ejecutado a los 39 y Pino, a los 43;  cuando se arrojaron a la base del castillo, los niños héroes de Chapultepec han de haber sido niños…; Don Porfirio redivivo en el XXI, murió apaciblemente en París casi a los 85, según cuenta Martín Luis Guzmán en Muertes históricas). Y de acuerdo al perfil del parricida Anaya (habría asesinado al jefe macho del clan panista, a Gustavo Madero, conforme a la tesis “científica” del gracioso mozo Sigmund Freud - J -, socavado por su estudioso y ex admirador a orillas del Sena, el filósofo ateo-ateísta, Michel Onfray) y al de su partido, en realidad, más que a la lozanía y al vigor revolucionario, Anaya, El Joven, representa a la decadencia conservadora de lo vetusto.

Como se ve, el tiempo y su efecto en la carne humana son también relativos, como nos hiciera entender en la correlación materia-energía y estableciera hasta hoy Albert Einstein,…, en la playa; versión operística de Philip Glass: J.