El pueblo ha muerto. El pueblo degradado a populacho decía García Ponce, despojado de toda libertad y sometido a la utopía del igualitarismo, transformado en masa imberbe, la capitis deminutio universal del Populismo. 

A partir del fracaso socialista la igualdad perdió todo sentido ético para significarse como pretexto político, el igualitarismo cuantitativo que tiene a los pobres desclasados como sus relevantes destinatarios en el desprecio a toda diferencia. 

Toda cualidad se torna así en vicio, el artificio de la igualación que se promueve desde el poder que se asume superior y por tanto en el deber de pastorear al rebaño. Lejos, muy lejos de la conciencia de clase marxista, cuyo sentido se expresaba en la lucha proletaria o en la autogestión económica como reivindicación colectiva de la cooperación, la caridad tiránica se transformó en política pública que perpetúa a la pobreza.

Populismo

El Populismo es esa mágica receta que desvirtúa al Estado de Bienestar en pro del discurso conservador que exige el desvanecimiento del Estado y la hegemonía del Mercado. Muerto el proletariado, la economía de mercado se libera del sindicalismo, del derecho de huelga y del salario remunerador a cambio de la política social de beneficencia, que ahora mide la pobreza para otorgar la limosna con fiel sabiduría estadística.

Bajo la prédica ideológica del sermón de la montaña, los bienaventurados pobres adquieren el reino de los cielos en el regalo del magnánimo líder que en su bondad infinita juega con el artificio de una igualación en la pobreza. Se trata de la distribución de la pobreza y no de la riqueza. La parcialidad hacia los pobres (la opción preferencial) manifiesta a una liberación carente de libertad en donde toda expresión de la voluntad se anula; el populismo procura a los pobres, a los que considera infantes por siempre, para someterlos al sistema estamental de jerarquías verticales, un paternalismo universal y eterno.

Las reglas de distribución democrática y proporcional, de los beneficios sociales, pasan de la voluntad de poder de la Polis, a la voluntad de los magnánimos sacerdotes del igualitarismo bajo el imperio ideológico de la ayuda al prójimo. 

Un prójimo que ha sido despojado de todo poder: débil, inerte, obediente, resentido y enajenado en el discurso de la filosofía de la pobreza, ha perdido toda vocación revolucionaria. El viejo proletariado, como clase social para el cambio, hoy es un simple precariato sometido a la barbarie del Mercado y consolado en el clientelismo populista del Estado. El verbo macabro es ayudar (socorrer, auxiliar); no se entiende que no es posible ayuda alguna sin una posición de superioridad, superioridad disfrazada de humildad. En tanto, el verbo ético es Solidaridad que implica la adhesión a una causa, la suma de voluntades en la conformación de una empresa común, en la organización de acciones que obligan a un colectivo a tomar decisiones en la inteligencia de un esfuerzo necesario propio de la cooperación. Un poder descentralizado y por tanto democrático, nunca sometido a la prédica sacerdotal.

Igualdad significa derechos parejos para todos

El Populismo ahoga el principio libertario de “todos cuentan para uno, ninguno cuenta para más de uno” de John Stuart Mill. Igualdad significa derechos parejos para todos, paridad y equivalencia desde la que se comprende a la justicia que ve con objetividad a la realidad y por ello marca la regla de partes iguales para los iguales, desiguales para los desiguales. Necesidades que se resuelven en la conjunción de voluntades que unen al egoísmo individual con la solidaridad colectiva, igualdad y proporcionalidad. Necesitados somos todos, la filosofía de la pobreza convoca a la totalidad de la necesidad para todos y por ello elimina al mérito y a toda cualidad, particularmente la de ciudadano libre y así mata a la Polís, al pueblo.

Los discursos de la riqueza y la pobreza como totalidades morales son afirmaciones arbitrarias de la voluntad ideológica, que anula y contrapone a la igualdad y a la libertad y por tanto diluye a toda forma de justicia posible. La gestión es el daño que engendra la práctica populista, la administración de la pobreza desde el ejercicio piadoso del poder. Toda gestión es antidemocrática porque toda Democracia es autogestión cívica del poder, un hacer nosotros para nosotros, no un hacer de alguien para nosotros que en el intercambio de favores nos impone la contraprestación cristiana de la fidelidad.