Filosofía sin Escrúpulos

La libertad es difusa. Su esencia intangible y humana se contrapone con la rigidez del mundo físico en donde no hay espacio para la voluntad; un todo, que transita por esa cuarta dimensión, el tiempo, sin finalidad alguna, sutil dictadura del azar. 

Se habla de libertad con arrogancia, en acto de posesión de la verdad y adjetivando desde la palestra del Mercado a todo el que se atreva a refutar la no interferencia como su naturaleza. Feminizada como diosa en el esclavista mundo latino, Libertas trascendió a la modernidad como escusa justificativa de la monopolización de la propiedad. Un infausto debate que camina con cinismo por la historia; dos antagonistas que en desbocada disputa han arrastrado a generación tras generación en pro o en contra de la propiedad privada.

La catarsis discursiva de la apología de la no interferencia borró toda memoria sobre el origen y sentido de la libertad, la transformó en la coartada predilecta del abuso que cínicamente afirma que es la competencia y no la cooperación la razón del Mercado. El comercio nació como producto del intercambio cooperativo que resuelve necesidades, la combinación egoísmo-solidaridad que hace posible la auténtica comunión humana, la correspondencia utilitaria de unos con otros para subsistir.

El cinismo moderno tiene nombre y calificativo, liberalismo amorfo, neoliberalismo. Muy lejos de su origen libertario y emancipador de servidumbres feudales, el nuevo liberalismo edificó la moderna pirámide de dominación sustentada en la competencia feroz y sin reglas. Sus doctos sacerdotes, gigolos de los conceptos, la ofertan día a día en el mercado de las ideas al lado de su prima hermana la democracia. 

Perdió así todo sentido ético, colocada como subterfugio para las más sofisticadas formas de abuso, bandera preferida de la cruzada anticomunista, es hoy la idea vendible y predilecta de quienes, desde 1987, amparados en seudo valores a los que sin pudor alguno se les nombra libertarios, niegan la existencia de la sociedad. Muy atrás quedó su sentido como libertad social o civil cuyo objeto era establecer límites al poder; a toda forma de poder, particularmente al poder del Estado y al poder del Mercado. En lugar de emancipar al rebaño, lo sujetó a la dominación de la compraventa de mercancías, erradicó la condición de ciudadano libre e instituyó la categoría de consumidor enajenado y devorado por el libre Mercado.

“Para impedir que los miembros más débiles de la comunidad fuesen devorados por innumerables buitres, era indispensable que un ave de presa más fuerte que las demás se encargara de contener la voracidad de las otras”, John Stuart Mill.

El Mercado, comunidad de intercambio libre y cooperativo, ha sido transformado en el Behemoth bíblico del libro de Job. Sin límite alguno y bajo el desprecio a toda regla, el libre Mercado es hoy el mercado de la libertad prostituida en la transparencia pornográfica que anula a toda la privacidad sobre la conducta y la dignidad del ser humano, la voluntad desgajada de toda facultad de elegir y ordenar la conducta propia. 

Poner límites a los mercaderes es tan importante y vital como poner límites a los políticos, el abuso es factible desde el Leviatán (el Estado) como desde el Behemoth (el Mercado). La República, la cosa pública, no es Estado y menos aún Mercado, es una voluntad colectiva que nace desde las diversas voluntades individuales que asumen la condición de ciudadanos, de personas libres y con decisión para ordenar y racionalizar al poder desde el Derecho que es la fuerza formal que impone controles al Estado y al Mercado. 

El auténtico liberalismo (el de Locke, de Adam Smith y de Stuart Mill) siempre fue jurídico en la comprensión histórica del sentido de la ley. 

En ruta opuesta, el neoliberalismo juega con la ley para escabullirse de ella enarbolando la bandera de la libertad de una oferta y demanda fantasiosa donde no existen las relaciones de poder. Así, derroca a la razón ética de la libertad, la autonomía, y la transforma en meretriz de todas las arbitrariedades invocando el combate a la tiranía de la regulación.

La libertad republicana, que es libertad cívica, asume el sentido liberal en su naturaleza conceptual y material, el rechazo a toda forma de tiranía, la del déspota, la de la mayoría, la de los políticos y la de los mercaderes. Mientras el liberalismo clásico se opuso al despotismo político y económico, el neoliberalismo proclama la gesta contra el Estado social para justificar a un Mercado despótico que anula toda voluntad libre.