El nostálgico no es conservador y menos vanguardista
La nostalgia trata con mano vil al presente. Impúdica, impertinente y grosera frente a la naturaleza de la vida, se opone a la historia y a la genealogía. La nostalgia no engrandece al presente ni dignifica al pasado, intenta minar los cimientos del mundo en su vocación sentimental, bajo la pretensión de derribar las columnas del tiempo. Así, se niega a comprender que el pasado no fue mejor; o si lo fue, claudica estoicamente a trasformar el presente para forjar al futuro.
La nostalgia no es memoria, sólo miseria de la memoria que no recuerda con alegría al tiempo para venerar al tiempo presente, que es producto de un pasado firme sobre el que hay que reflexionar desde la crítica.
Nostalgia es el hálito ñoño que canta un tango de melancolía infinita dedicado al cobijo de la ubre, la desvergüenza de negarse a crecer. Es el niño miserable con su tambor de hojalata que se eleva en el narcisismo edípico de ser él y sólo él con su pasado. El nostálgico no merece llamarse Viejo, el Viejo tiene grandeza porque su pasado es cimiento piramidal sobre el que es posible plantarse en una cúspide que permite florecer la sabiduría y por tanto venerarla. El nostálgico no es conservador y menos vanguardista, es un ser vacuo que incapaz de tener ideas se ancla a un pasado en el que nunca entendió el significado del presente.
Ambiciona su miserable pasado vacío de contenido y no lo encuentra, la memoria le engaña una y otra vez en infinita depresión existencial; un Minotauro atrapado en el laberinto de los recuerdos donde el hastío reina, una languidez inconmovible que jamás arriba a la exaltación rapsódica. La vieja metáfora de la languidez de la mujer blanca, la negación del ascenso de la historia, el presagio de la fatalidad del futuro; en síntesis, la psique envuelta en la catástrofe. En la nostalgia se expresa la vocación obsesiva y psicótica de todo humano por el pasado despojado de grandeza, un desprecio inconsciente al relato de la historia.
En su vileza interior, el nostálgico truquea los hechos pretéritos, su naturaleza es la falsedad. Apuesta toda su energía en la inútil tarea de recuperar lo vivido y como Sísifo, carga la piedra de sus recuerdos incapaz de ver al pasado desde una realidad que lo enlace con el presente, su evocación al pasado no busca el festejo y la fama sino la agonía y la vulgaridad, un adolescente eterno incapaz de vivir en el presente.
Los juglares cantaron la gloria sobre las hazañas de héroes y gigantes, los viejos historiadores como Heródoto narraban las grandezas de un pasado que fortificaba al presente. Historia y genealogía, el relato poético de los hechos en el que es válido introducir el mito pues le imprime sentido y belleza al pasado. En sentido opuesto, la nostalgia se niega a explicar el cómo se han forjado los discursos, dominios y conocimientos en el pasado, busca la transcendencia en donde ésta no anida, en la melancolía.
La Nostalgia y El Quijote
La heroicidad es antinostálgica, así lo ha demostrado Cervantes en la construcción narrativa de Don Quijote. Un Caballero de Triste Figura y de esencia ética, que se asume luchador por la justicia en búsqueda de una heroicidad forjada en las historias míticas del pasado. Reconstruye así, desde la brillantez de la locura, el discurso de la proeza para anular el cinismo discursivo de la normalidad a partir de la crítica al presente.
Don Quijote y Sancho no son nostálgicos que maltratan al hoy, son genealogistas que desde una primitiva arqueología van rescatando las huellas y los objetos casi invisibles del pasado que aparecen en la imaginación creativa.
Cervantes antes que Foucault, descubrió en ese lugar irrecordable de la Mancha, la relación saber-poder desde una ficción sustentada en la experiencia de la vida.
El Quijote no busca regresar al pasado, vive en un presente de relaciones de poder al que quiere ver grandioso y honorable a imagen y semejanza del pasado.
¿Por qué sentir nostalgia por una era significada en el genocidio, el autoritarismo, el desprecio a la dignidad e hipócrita como lo fue el siglo XX?
El desprecio discursivo de mi generación y otras más antiguas del siglo XX frente al ser humano del siglo XXI, no es más que nostalgia que incomprende las vicisitudes de la realidad, la negación de las virtudes del tiempo que nos enseñan al estilo aristotélico a ver la practicidad de la vida. Se niegan a observar con ojo fino el crecimiento de una semilla que tiene características propias y diferentes al viejo árbol, que es ya un tronco, el siglo XX. Ni los viejos relatos, ni la vacuidad del discurso filosófico de la posmodernidad, serán el paradigma del siglo XXI.
La pandemia del primer cuarto del siglo actual es el punto de partida de la nueva construcción intelectual de una era que debe ver con rigor crítico las falacias y las hipocresías del siglo XX, reflexionar sobre qué tipo de sociedad han de fundarse las nuevas instituciones. Particularmente, nos obliga a volver a pensar y diseñar el Mercado y el Estado desde la reconstrucción de la idea de Cosa Pública.
Frente a los nostálgicos de las filosofías del terror que se desbordan en las prácticas neoliberales y populistas, debe nacer una nueva filosofía política y económica en el renacimiento del deseo y el atrevimiento a saber, entendiendo el sentido de ese saber, el para qué y el por qué del conocimiento desde la comprensión de un presente vivo manifestado en adversidades que hay que confrontar por el deber ético superior de preservar la pluralidad crítica de valores civilizatorios.