Escribe Juan Rulfo en Pedro Páramo:

“El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo”.

Escribe Gabriel García Márquez en Cien años de soledad:

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.

¿Qué le debe el Gabo a Juan? Todo. Las demasiadas letras de Gabriel no se comparan con las escasas letras de Juan. Alguien llama influencia a esos vasos comunicantes, otros los nombran préstamos, aquellos dicen plagio. Años después, Rentería y Buendía. Común en ambos: la literaria muerte ajena o propia. La anécdota de Rulfo se convierte en principalísimo inicio narrativo en García Márquez. La helada dureza de la cama, el hielo confuso.

En su teaser de YouTube Diego Enrique Osorno implica a Carlos Salinas de Gortari. “¡Caramba!”, menciona Carlos al recitar de memoria el inicio de Cien años de soledad. El documental de Diego Enrique y Alexandro Aldrete va más allá, no el futuro, la recapitulación. ¿Qué fue de nuestros intelectuales y su relación con el poder?

En el Cinema Fósforo, del Colegio Civil de la Universidad Autónoma de Nuevo León, visualicé el documental de la “Tetona”, una costumbrista fotografía de mi amigo Pedro Valtierra. Diego nos mostró a una docena de mirones su trabajo sin edición final. Broma incluida en esa muñeca rota, de lo que se trata es de la relación de los “intelectuales” con el poder.

¿Qué clase es esa clase intelectual en México?

Su extinción ha sido exhibida ahora por Gabriel Zaid al escribir sobre Enrique Krauze en Reforma. Ya no existen “intelectuales”, existen “estadistas” ciudadanos, pero estadistas, al fin y al cabo. Avejentado, Zaid se vuelve retórico. Criticó la “tradición de la ruptura”, la “revolución institucional”. “Estadista ciudadano”, escribe Gabriel, “estadista ciudadano”.

Carlos Salinas de Gortari fue el último estadista ocupado por la intelectualidad en decadencia. Alguna vez Ernesto Zedillo me dijo que era amigo de Monsiváis, ni uno ni otro lo creyeron. Vicente Fox ni siquiera podía pronunciar “Borges”. A Felipe Calderón le interesaba más emborrachar a Joaquín Sabina y Joan Manuel Serrat. A Enrique Peña Nieto lo marcó la FIL de Guadalajara.

¿Y los intelectuales?

La gran pregunta sin respuesta del documental de Diego y Alexandro.