El asombroso fenómeno de saltar hacia Morena desde el periodismo, de abrazar al PAN desde el PRD, de dejar el PAN para irse con el lopezobradorismo, de poner amarillo al azul, rojo al blanco, tricolor al ciudadano y cruces al laico no va a detenerse pronto. Es un fenómeno político que obedece a la debilidad de nuestro sistema de partidos y que, horror de horrores, está contribuyendo a destruirlo. Los saltamontes no le están haciendo daño a su club de amigos de siempre, están agujerando la pluralidad partidista y, por lo tanto, debilitando nuestras condiciones democráticas.
No exagero y no escribo contra Morena. Finalmente, ese partido se muestra como un espacio competitivo, con altas probabilidades de ganar, y ese es un jugoso incentivo. Si además, para Morena, una periodista, un futbolista, una ex panista, un ex secretario de gobernación salinista, o un ex perredista, contribuyen con votos para conseguir el objetivo último, que es hacerse del poder, ¿quién lo puede reprochar? Es una actitud racional de Morena y es una actitud racional de los saltamontes, cuya calidad moral o política no califico aquí. Estoy refiriéndome al fenómeno completo.
Porque además, el problema no sólo está con Morena.
Todos: el PAN, el PRD, el PES, el Partido Verde, el PRI y hasta el cajón de los independientes aceptan el intercambio.
Eso tiene impacto en tres frentes:
1) Agujera a los partidos. La construcción de largo plazo de una identidad ideológica, un programa claro y un compromiso militante deja de tener sentido. Y si eso deja de tener sentido, la noción misma de partido se vuelve intrascendente. Eso no le conviene a Morena, ni al PRI, ni al PAN ni a ninguno, pero tampoco le conviene, nada, a nuestra democracia. Los partidos, con sus banderas, permiten renovar autoridades con mediana claridad. Los individuos no.
2)Deja en la indefensión a los políticos. Al romperse la liga con su club, se generan relaciones de clientela interna y vulnerabilidad personal.
Gabriela Cuevas, con trabajo de territorio y trayectoria legislativa, le deberá a Andrés Manuel López Obrador su curul. Ni siquiera a Morena. A un hombre. Y trabajar con sus pares no será pan comido. Ni ella ni Cuauhtémoc Blanco tendrán incentivos para permanecer largo tiempo allí si el líder se les voltea. Eso genera pulverización legislativa y rompe esquemas de gobernabilidad con los estados en donde los mandatarios se queden solos.
3) Los ciudadanos no sabrán para quién trabajan (votan). Si Gabriela Cuevas será un radical libre (ver diccionario de química), entonces actuará como tal. No es una legisladora de Morena, sino Gaby Cuevas, una freelance. Y en esta lógica el ciudadano se queda sin garantías formales de que un voto por Morena-Gaby Cuevas será siempre de Morena. En realidad, será siempre de Cuevas y ella hará lo que pueda, racionalmente, con eso. El voto hacia ella, o hacia Cuauhtémoc, o hacia Alejandra Barrales, o hacia Ricardo Anaya, con esta lógica individual, pueden ir hacia otra bandera. Nadie tendrá certeza de para quién trabajará su voto. Para eso, con todo y sus agujeros, sirven los partidos.