Durante el Congreso Universitario de la UNAM, en 1990, conocí a las doctoras Annie Pardo, Monserrat Gispert y Rosaura Ruiz, quienes fueron mis compañeras, entre varias mujeres universitarias valiosas, en la mesa de Investigación de aquel evento extraordinario en la vida reciente de la máxima casa de estudios. Todas ellas personas inteligentes y cordiales, de trato personal amigable.

De la Facultad de Ciencias se conocía a una gran cantidad de científicos y académicos en general, que habían participado en luchas sociales, y particularmente eran activos, de gran peso por cierto, en la lucha sindical dentro de la UNAM durante décadas.  Recuerdo, de esa Facultad, por ejemplo, a personalidades académicas como Rafael Pérez Pascual, Juan Manuel Lozano, Antonio Lazcano Araujo, Ana María Cetto, Luis de la Peña, Manuel Peimbert, y a muchos otros, que destacaron durante años en la vida académica, tanto por su brillante trayectoria en la investigación científica como por su participación política y social.

La doctora Annie Pardo Cemo tenía desde entonces presencia sobresaliente como académica e intelectual en el área de la Biología, con un valor adicional: su fuerte compromiso social, dentro y fuera de la UNAM.  Ella es, en mi opinión, una de las mujeres universitarias, investigadoras y luchadoras sociales más serias y respetadas en los círculos universitarios de México y del extranjero.

Al revisar algunos datos sobre su historia, me encontré con este texto firmado por ella: “Admiro a los científicos que han cambiado los conceptos de la Biología y en especial a aquellos que, además de hacer contribuciones científicas, tienen una perspectiva social”.

Como es sabido, Claudia Sheinbaum Pardo, sigue los pasos de su madre. Además de ser una científica con amplia trayectoria en el área de la ingeniería, es una luchadora social comprometida, no desde hoy, sino desde los tiempos en que surgieron las grandes movilizaciones en la Ciudad de México, hace 30 años, al final del siglo XX: en las brigadas juveniles después de los sismos de 1985 y, más tarde, como representante de su facultad en el Consejo Estudiantil Universitario (CEU), que se opuso a la reforma universitaria del rector Jorge Carpizo, en 1986.

En ese ambiente se formó Claudia Sheinbaum. Ese fue su círculo social, en el cual obtuvo y desarrolló su preparación profesional y conciencia cívica; en la ciencia y en la política; en los laboratorios y en las calles. Ha sido congruente con ese perfil: intenso trabajo científico y alto compromiso social.

Al escribir estas líneas, hoy mediodía del 24 de agosto, no tenemos todavía noticia acerca de quién será el candidato o candidata por parte de Morena, para contender por la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, en la elección del 2018.

Claudia es una de los contendientes más fuertes, en esta fase preelectoral, por el partido que encabeza AMLO. Es sabido que quien resulte ser el abanderado del nuevo partido de izquierda, tendrá altas probabilidades de ocupar la jefatura de gobierno en la capital del país.  Para decir esto, me apoyo en los datos que arrojó la elección pasada, de 2015-2016, con votos a favor de Morena en su mayoría, para integrar la Asamblea que elaboró y aprobó la Constitución política de la CDMX, así como en los resultados de las encuestas recientes, que han publicado diferentes empresas, donde indican que Morena podría ganar.

Ojalá que una mujer gobierne la CDMX y lo haga bien, y que cuente con todo el apoyo de la ciudadanía, pues es una de las urbes más complejas, participativas y exigentes del país. Lo requiere y lo merece la Ciudad.

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