La vida moderna nos brinda muchas ventajas, sin embargo, también conlleva un precio que puede acarrear graves consecuencias en nuestra salud. La convivencia en sociedad es una de las razones que nos han permitido sobrevivir como especie. En la sociedad y por la sociedad hemos alcanzado un “progreso” que nos procura salud, conocimiento, cultura y desarrollo. No obstante, la sociedad también puede ser fuente de un ambiente negativo que perjudique nuestra salud. Uno de estos factores es el estrés social, que consiste en todo ambiente negativo, opresor o desfavorable que se produce por nuestra interacción con los otros. Recordemos que, como especie, somos individuos altamente sociables, por lo que el aislamiento, la desaprobación, la falta de reconocimiento, la violencia y la pobreza son factores que generan altos niveles estrés. A nivel nuclear, en una familia donde hace falta la empatía y el afecto, donde prevalece el maltrato físico y emocional, se gesta el escenario más dañino al que puede ser expuesto el eslabón más delicado de la sociedad que son los niños. Las consecuencias del estrés social son altamente nocivas, principalmente en etapas delicadas y tempranas de la vida que puede perdurar por el resto de la existencia. No hay que olvidar que en estas etapas del desarrollo neurológico se forja nuestro potencial para un mayor aprendizaje, flexibilidad y desarrollo de habilidades; también es cuando se despliega la capacidad de regulación y control de las emociones. En este sentido, los niños que son sometidos al estrés social pueden generar cambios desfavorables en su conducta y emociones caracterizadas por timidez, cautela excesiva y, sobre todo, una tendencia a evitar nuevas experiencias. Los expertos han determinado que estos cambios emocionales y de la conducta tienen una base neural, es decir, que el ambiente opresor y negativo provoca cambios en las conexiones neurales, lo que puede determinar en qué forma se percibe y se reacciona ante el entorno.

Las personas que han sido sometidas por periodos prolongados a un nivel alto de estrés social, generalmente tienen ideas anticipatorias negativas, es decir, tienden a percibir o generar respuestas negativas ante lo que podría ocurrir. Mediciones de la actividad cerebral en este tipo de personas han mostrado que existen cambios del funcionamiento neuronal en dos principales regiones: una disminución de actividad en la corteza prefrontal, encargada entre otras cosas del pensamiento abstracto, y un aumento importante en la amígdala, región encargada de las respuestas de alerta y agresividad. Estos cambios son totalmente opuestos a los que se observarían en una persona que no ha sido expuesta al estrés social. Sin embargo, tampoco todos los individuos sometidos a estrés durante la infancia desarrollan dichos cambios. Esto ha hecho que los expertos traten de comprender ¿por qué ocurre esto? Al parecer las personas que no generan un trastorno por el estrés social tienen patrones de conectividad cerebral compensatoria, es decir las conexiones cerebrales de esas personas ayudan a una mejor regulación de las emociones y están relacionados con eventos positivos de su vida.

Los cambios negativos que el estrés social puede producir constituyen un factor de riesgo importante para desarrollo de depresión. En los Estados Unidos de Norte América, se estima que 1 de cada 3 adolescentes mujeres puede cursar con un cuadro de depresión mayor, lo que implica un mayor riesgo de muerte mediante el suicidio, dando una idea muy clara de la seriedad del problema. Las personas que no desarrollan trastornos o que logran superarlos con relativa facilidad cuentan con una buena resiliencia. De acuerdo con la Asociación Psicológica Americana la resiliencia es el proceso de una adaptación favorable ante un estado de estrés intenso para reponerse de experiencias difíciles. Sin embargo, ¿por qué no todos pueden contar con la posibilidad de reponerse adecuadamente ante situaciones tan desfavorables? De igual manera que en el caso anterior, los expertos han determinado que biológicamente la actividad cerebral de personas resilientes es distinta a las que no lo son, alguien resiliente cuenta con mayor actividad de la corteza frontal, lo que le permite tener mejor juicio y entendimiento de sus emociones.

En conclusión, una buena regulación emocional es la clave para un adecuado manejo de los estados de ansiedad y esto puede lograrse con la ayuda de una psicoterapia. En la medida de lo posible evitemos que nuestros hijos se vean expuestos a medios sociales desfavorables, y en caso de contar con un problema derivado de ellos, buscar la ayuda adecuada de profesionales de la salud mental como los médicos psiquiatras y los psicoterapeutas. No dejemos el destino de los niños en manos del azar.