Hace seis años cuando escuché a Gerardo Fernández Noroña decir que Enrique Peña Nieto no llegaría al final de su periodo en la administración de este país, porque se había robado la Presidencia de la República, pensé que este escenario estaría lejos de la realidad. Me equivoqué.
En ese entonces, el político mexicano evidenciaba el desaseo que se registraba alrededor de la jornada electoral, que llevó al mexiquense hasta la silla presidencial de manera poco clara; con un sinnúmero de protestas en diversos sectores sociales de casi todos los rincones del país.
El camino que tomó el político oriundo de Atlacomulco desde el primero de diciembre de 2012 fue tormentoso; el recinto de San Lázaro fue cercado con un gran aparato de seguridad que impidió que gente ajena al recinto lo pisara.
Muchos jóvenes heridos, entre ellos Uriel Sandoval, alumno de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México que perdió un ojo producto de un impacto de una bala de goma que salió de una arma de la policía federal y chocó contra su rostro.
La administración peñista surcó varios tropiezos durante los interminables seis años. La gente que rodeó a Peña Nieto provocó que la sociedad pusiera en entredicho al titular del Poder Ejecutivo, lo mismo en temas de seguridad, violencia, corrupción, narcotráfico, derechos humanos, libertad de prensa, fuerzas armadas, relaciones internacionales, y más, y más.
Los 43 desaparecidos de Ayotzinapa producto de una desaparición forzada, los hechos violentos de Tlatlaya, Apatzingán, Tanhuato; el proyecto fallido del nuevo aeropuerto, el uso en el servicio público federal de la constructora Higa, la favorita de Peña Nieto.
Pero sin duda uno de los escándalos más bochornosos fue el tema de la Casa Blanca que destapó un equipo de colegas que dirigió Carmen Aristegui y que le costó su espacio en la radio comercial en la frecuencia más longeva de nuestro país de la frecuencia modulada, Estéreo Rey de MVS.
Este hecho dejó al titular de Poder Ejecutivo —y a su esposa— como un mentiroso, evidenció graves hechos de corrupción, se colocó el tema en el ámbito internacional, dejó como saldo un negativo desprestigio ante la sociedad en su totalidad.
Aunado a esto, la administración federal impulsó dentro del Congreso de la Unión las denominadas reformas estructurales, que apoyaron partidos como Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD) de la mano de los otrora líderes: Ricardo Anaya Cortés y Jesús Zambrano Grijalva.
En este contexto, Fernández Noroña impulsó hace cuatro años atrás la figura de revocación del mandato y la construcción de un Congreso Constituyente a fin de que el pueblo quitara del Poder a Peña Nieto y los integrantes de sus administración federal y la posibilidad de convocar a elecciones extraordinarias. “El gobierno está patas arriba”, decía.
Parece difícil de creer. El pueblo le cobró la factura al Partido oficialista. Le cobró a Enrique Peña Nieto el desaseo de la administración del país. La figura de revocación de mandato está por ver la luz a través del Congreso de la Unión; Andrés Manuel López Obrador está a unas horas de tomar protesta como presidente Constitucional y, Fernández Noroña fue electo legislador federal.
En los hechos, Peña —que plagió parte de su tesis para recibir la licenciatura en derecho— quedó desvanecido del aparato gubernamental desde el mismo día de la jornada electoral, la noche de julio cuando José Antonio Meade Kuribreña reconoció su derrota y afirmó la tendencia a favor del tabasqueño.
Recuerdo que Fernández Noroña ha manifestado —como todos los políticos de manera legítima— su deseo de presidir este país. Hoy, esta reflexión la tomaré en cuenta y evitaré pensar en un escenario irreal como lo hice con Peña Nieto, Evitaré equivocarme de nueva cuenta y consultaré esta reflexión dentro de seis años.
Punto Cero | La gran tarea de Claudia Sheinbaum será la seguridad de los capitalinos
Ayer compartí los alimentos con una querida gran amiga desde hace muchos años. Me platicaba de lo terrorífico que se ha convertido para los habitantes y empleados que realizan sus labores cotidianas la zona de Buenavista de la colonia Guerrero.
Me relató cómo personas a bordo de motonetas y motos merodean las inmediaciones de esta popular colonia céntrica de la capital del país, para despojar a cualquier persona de sus pertenencia de valor, entre ellas, los equipos de telefonía celular sin el más recato de los testigos y sin que la policía se apersone por estos rumbos para evitar este tipo de delitos.
Los alrededores de la plaza comercial Forum Buenavista es zona virgen para los ladrones, perecería que cuentan con la anuencia de los empleados de la Secretaría de Seguridad Pública capitalina que prácticamente los dejan trabajar a gusto.
Hace unas semanas un colega me narró cómo fue despojado también de sus pertenencias, en pleno día, afuera de la estación Buenavista del metro, cuando salía de la biblioteca Vasconcelos y se dirigía a su casa en la zona de Tlatelolco.
Hace meses, a menos de un kilómetro de distancia de ese punto, se descubrieron los restos de una persona desmembrada sobre uno de los puentes que unen Tlatelolco con Buenavista; y en sentido contrario, se registró una balacera donde siete personas fueron heridas con armas de fuego en la Plaza Garibaldi, mientras personal de la policía registraba el hecho desde las diversas cámaras de seguridad que el gobierno capitalino tiene instaladas por toda la ciudad, sin que actuaran en contra de los agresores. Se escaparon.
Con estos hechos, la próxima jefe de gobierno capitalino, Claudia Sheinbaum, tiene pendiente una tarea muy delicada en materia de seguridad en esta capital del país. Como sociedad no debemos acostumbrarnos a registra y vivir hechos de esta magnitud. Por su puesto que no es sano.