Filosofía sin Escrúpulos
Trecientos sesenta y cinco días repletos de calor solar, año azaroso que nos enfrentó a la realidad de la adaptación evolutiva, la política cede ante la biología. Ra, Shamash, Mitra, Inti, Dahayi, Nahui, Ollin, Tonatiuh, Surya, Amaterasu, Helios, Indiges, Hunab Ku: el Sol. Poder que nos da calor y orden riguroso y rítmico de vida; música y poesía. Astro rey del que nos alejamos y acercamos en danza rotatoria de solsticios y equinoccios. Cuatro estaciones que transforman al espíritu humano y ven florecer toda creación del errante Australopithecus que domina los cuatro puntos cardinales de esta tierra. Sol que brilla intensamente y después sugiere entrar en lejano sueño. Sol que madura las semillas y ve nacer el fruto; Sol de explosiones en forma de tormenta que nutre de energía al tercer planeta, etéreo alimento de todo ser viviente. Somos soles en potencia que amamos al Sol y a su adictivo calor. El día nos anima, nos mueve, la noche nos oculta, nos aquieta. Gotas de Sol radiante que secamos con la madre Agua; en otoño entristecemos al ver que el padre estrella se aleja y reduce su calor de vida sugiriéndonos su muerte. En diciembre, no obstante, al tocar su máxima lejanía protagoniza la esperanza, la resurrección. Un 22 de diciembre que desde su más lejana distancia regresamos a él hasta el verano en que nos abraza con su magno calor. Copérnico, Galileo y Kepler nos enseñaron su mandato en memoria de Aristarco.
Absortos y entusiastas, le observamos idílica y míticamente crecer para progresar en un cálido abrazo de vida, energía que es la fuente de todo lo existente aquí. Festejamos cada solsticio, en invierno y en verano, porque es el amanecer y el declive de nuestro astro Rey, bajo esa fuerza universal que Newton y Albert descubrieron. Todos los grandes dioses inventados por nuestra mágica imaginación nacen en invierno, en ese día en que desde su hemisferio norte, nuestro azul planeta se aleja más de él. La catarsis nos invade en embriaguez exuberante que festeja el nacimiento de la auténtica luz divina, que convoca a todos a ser criaturas recién nacidas y dispuestas a levantarse para reconocerse en todas las maravillas que brillan bajo su manto radiante. Ser resplandeciente que en su constante crecida invita a los milagros y a los prodigios que atestiguan el pasar del tiempo humano.
Cuatro lustros de un nuevo siglo que concluyen bajo la convocatoria a confrontar la realidad natural desde la adaptación al medio. Seguir a Darwin y comprenderlo fielmente se torna hoy en una tarea más que necesaria. No vivimos la vida en plácida presencia, sino luchando, como todo ser viviente, contra sus avatares. La evolución nos dotó de un arma sofisticada de excepción: la racionalidad que combina inteligencia, lógica y acumulación de saberes. Aún cuando el mágico pensamiento monoteísta seduce con su opiácea presencia; desde la Ciencia, que se muestra realista y honesta, se expresa la respuesta sensata esa infinitesimal criatura que en este año nos ha puesto en jaque.
La paranoia nos ha desbordado a todos, durante 365 días de un año al que la Sociedad de la Transparencia redujo al estado de pérdida, para hacer brotar la natural contradicción entre la razón y la locura. Las nuevas formas de control del dios Mercado le imponen al precariato la injusticia de la inmovilidad, el cinismo de morir de hambre o de neumonía. Galeno despertó en desesperada impotencia para luchar contra lo pequeño en un mundo acostumbrado a combatir lo monumental ciclópeo.
Covid llegó para confrontar el pueril optimismo que durante estos cuatro lustros nos han impuesto los gestores de las redes sociales. Frente al vil y soez argumento del me gusta absolutista que denosta a la neointeligencia generada por internet, donde la investigación y el estudio mueren ante la mezquina inmediatez, hoy es posible el renacimiento del pensamiento y la reflexión tal como fue forjada por la ilustración kantiana. Sapere aude en voz del maestro de Königsberg, para salir de la minoría de edad, esa Edad Media forjada por Steve Jobs y Mark Zuckerberg, y así construir el Renacimiento al que la pandemia nos convoca.