La idea generalizada es que un régimen presidencial concentra demasiado poder en la figura de un hombre. En realidad, esa no es una característica del régimen presidencial, su característica más importante es la división tajante entre poderes y un periodo fijo de trabajo (o bueno, es un decir) tanto para el titular del Ejecutivo como para los legisladores.
En un régimen parlamentario, la relación entre el Congreso y las acciones del Ejecutivo es mucho más estrecha, gobiernan juntos, y la idea es que se amenacen constantemente con quitarse de la silla. El Ejecutivo puede llamar a elecciones anticipadas para cambiar legisladores y estos pueden quitarle la mayoría y, por lo tanto, el gobierno. Nada de que llegaste en el 2012 y te vas en el 18. No, quizá te vas en el 14.
Un régimen parlamentario, dirán algunos, refleja mucho mejor los intereses de los ciudadanos, pues las mayorías legislativas mandan y se ajustan a realidades cambiantes. Pero me atrevo a afirmar que no hay un régimen superior a otro; lo que hay son condiciones en las que un régimen permite navegar mejor a la clase política dominante. En México no habíamos tenido un sistema presidencial que gozara de las ventajas de la división de poderes. Lo estrenamos hace poco, y ya nos parece estorboso. Pero ojo, un sistema parlamentario puede tener un presidente del PRI y una mayoría legislativa del PRI. Así que digan cuánto contrapeso, pues no.
Porfirio, Manlio y ahora Anaya con Barrales
Porfirio Muñoz Ledo encabezó el debate sobre un sistema semi parlamentario por muchos años, con la idea de darle fuerza a la vida parlamentaria. Recientemente tomó la batuta, a su manera, el priista Manlio Fabio Beltrones, con el argumento muy discutible de que sin mayorías, las acciones del gobierno se paralizan.
El sonorense impulsa una cruzada nacional a favor de un gobierno de coalición, ya establecido en la Constitución pero aún sin forma, sin instructivo. Su idea, se las resumo, es que el Senado mande en Presidencia. Que tenga mano en el gabinete y, por lo tanto, en las políticas públicas. Que le dé más fuerza al equipo presidencial en turno.
Hoy, la amistad formada por el PAN, el PRD y el MC, tiene la misma dirección. No tendrán rumbo programático, pero han encontrado un camino inteligente para andarlo juntos sin mayores problemas: cambiar el régimen, restarle poder al Ejecutivo y dárselo al trabajo parlamentario. Otra vez, con participación de este en el rumbo del gobierno federal, a través del nombramiento de un jefe de gabinete (el secretario de gobernación), con otra dinámica de vida interna en el Congreso y con peso en las secretarías.
Es una jugada habilísima: encuentran una forma de juntar a la derecha y a la izquierda sin pelearse y presentan una propuesta atractiva que parece una bandera de combate a los malos (el Presidente en turno y su equipo), con herramientas de un poder políticamente más equilibrado (el Congreso).
Así, Ricardo Anaya y Alejandra Barrales se suman a Manlio en la inquietud por resolver un problema que no existe: la parálisis de gobierno. El problema que tenemos es de falta de contrapesos para acotar los abusos del poder. El poder del ejecutivo y de las bancadas vividoras debe acotarse con mejor fiscalización e intereses diversos, pero eso no lo da el tipo de régimen, sino nuestro sistema de partidos. Y ese, claro, no lo ponen bajo la lupa.