Dos perfiles políticos opuestos

Lo que menos se podría concluir a partir de un análisis sensato de las carreras políticas de Felipe Calderón y Andrés Manuel López Obrador, es que son “gemelos” en el plano político. Para refutar esa falacia con la que la revista Letras Libres introduce el artículo “Dos gobiernos a examen: Una nueva pelea”, de Fernando García Ramírez, se puede recurrir a innumerables ejemplos, pero basta mencionar lo esencial: mientras el segundo representa el cambio histórico anhelado por millones de mexicanos, la ruptura con un régimen que había llegado a su límite por perjudicial y nefasto, el segundo personifica, precisamente, una deleznable extensión del sistema político impregnado de corrupción que según el historiador Daniel Cosío Villegas terminó de enraizarse en México tres lustros después de terminado el sexenio del general Lázaro Cárdenas.

Ese disparate, intentar equiparar las trayectorias de dos políticos cuyas naturalezas se repelen, evidencia un anhelo desesperado: rescatar del fango al ex presidente panista. Es muy claro que el solo hecho de considerar a Calderón como sujeto de comparación con Andrés Manuel López Obrador busca, de entrada, ascender al primero del rango ínfimo en que se posiciona. Porque, ¿a quién le interesa estar a la altura de quién?, ¿quién está necesitado de que las acusaciones que pesan sobre su persona se atenúen?

 

Un presidente pacifista y un ex presidente belicoso

Los dos personajes son tan poco afines como opuestas sus carreras políticas, la de Calderón plagada de imputaciones y cada vez más enlodada, la de López Obrador sin los antecedentes de fraude electoral con los que entró a gobernar el primero, sin sospechas de alianzas con el narcotráfico ni con la mácula de encabezar un ejército que viola sistemáticamente los derechos humanos, por decir lo menos.

Un pacifista que con los hechos ha mostrado que repudia la violencia y no promueve ni alienta desde su gobierno la masacre y la tortura, contra un ex presidente bélico para quien no hubo más alternativa que la guerra para enfrentar uno de los graves problemas de México.

No hay punto de comparación entre quien fue acusado por miles de ciudadanos mexicanos ante la Corte Penal Internacional por ser responsable, alentar, no investigar y dejar impunes crímenes de lesa humanidad como el asesinato, la tortura, la desaparición forzada de personas, la violación sexual a mujeres, entre otros, perpetrados de manera sistemática durante su gobierno, y por otro lado quien llegó a la presidencia precisamente porque, representando el sentir de millones de ciudadanos, condena ese manera infame de hacer política y conducir las riendas de una nación, que dejó tras de sí miles de casos denominados arteramente “daños colaterales”.

Otro paralelismo que García Ramírez establece “como de pasadita” es entre la sugerencia que Cosío Villegas le hizo a Miguel Alemán Valdés de que escribiera sus memorias, y el consejo que Enrique Krauze le dio a Calderón de hacer lo mismo. El primero no siguió el consejo, el segundo escribió el libro Decisiones difíciles, sobre el que versa la mayor parte del texto. Nuevamente, se trata de analogías desproporcionadas en virtud de las disímbolas estaturas y el prestigio-desprestigio histórico de los personajes.

 

El texto revela más por lo que calla que por lo que dice

No es de extrañar que el conocido repertorio de las acusaciones al ex presidente Calderón esté ausente del artículo. De manera muy conveniente menciona entre paréntesis a Genaro García Luna, secretario de Seguridad en el sexenio de Felipe Calderón (por cierto, acusado junto con éste en la mencionada denuncia dirigida a la Corte Penal Internacional), preso desde diciembre pasado en Estados Unidos por recibir sobornos del narcotráfico y otros delitos. El libro de Calderón, dice García Ramírez:

“es más o menos honrado (dejó de lado asuntos delicados, como la salida de Castillo Peraza del PAN, la detención de García Luna, la Estela de Luz)…”

¿Para quién cree que escribe Fernando García Ramírez? ¿No se supone que la exquisita revista dirigida por uno de los intelectuales consentidos de Calderón está destinada a lectores cultos, informados, analíticos, pensantes? ¡No parece! Parece más bien que el coordinador de la Operación Berlín (según lo delató su mismo jefe Krauze), les habla a consumidores de lectura sin memoria, sin conocimientos, sin criterio, que dan crédito a cualquier embuste.

Para poner en el mismo nivel, “así como no queriendo”, la renuncia de Castillo Peraza, la estafa de la Estela de Luz y…, la detención de García Luna, se necesita una buena dosis de desvergüenza.

 

El romanticismo en torno a la figura del ex presidente

La atmósfera de reverencia al ex presidente, camuflada por pinceladas aparentemente críticas pero en realidad meros componentes de una perorata timadora, se percibe desde el primer párrafo. Si uno leyera la siguiente descripción sin conocer al autor y a su personaje, le parecería estar ante la descripción de un relato romántico:

“Imágenes que conservo de Felipe Calderón: una mañana, aguardando yo una entrevista, lo vi pasar en TV Azteca, de estatura mediana, moreno, apresurado, sonriente. Lo recuerdo en su toma de posesión, con el brazo en alto, jurando, atrincherado por sus compañeros de partido. Recuerdo haberlo visto en televisión a medianoche recibiendo la bandera de manos de Vicente Fox”.

 

Tejedura de embelecos.

En su tejedura de embelecos, García Ramírez:

a) Compara los homicidios dolosos de las administraciones de Calderón, Fox y López Obrador, pronosticando que los del sexenio de este último superarán a los de los anteriores, sin tomar en cuenta el problema heredado ni los reacomodos que por la ejecución de las inéditas política de seguridad se están dando en el ámbito de la delincuencia organizada y de la de cuello blanco que antes operaba desde el gobierno, cuyos más fieles representantes ahora huyen o se esconden de la justicia. Al autor debe urgirle el aumento de esos crímenes para comprobar sus predicciones;

b) Reclama que AMLO “dejó libre al hijo del Chapo” sin decir que fue para evitar lo que su venerado ex presidente permitía todos los días, una masacre, y que “le dio la mano a la madre” del capo sin decir cuáles fueron las razones que el presidente esgrimió para explicar ese acto;

c) Acusa al presidente de “abrazar al avispero”, de pasividad, de no tener estrategia contra el narco, sin mencionar el congelamiento de cuentas bancarias a delincuentes, los acuerdos con Estados Unidos para frenar el contrabando de armas, el control de los puertos mexicanos por parte de la Marina para evitar la entrada de químicos y otros productos utilizados en la elaboración de droga;

d) En una frase que retrata de pluma entera al autor, afirma que “la mala fama de la guerra de Calderón contra las drogas fue en gran parte creada por sus opositores”, sin mencionar, por supuesto, los miles de muertos que costó esa guerra. Los opositores son el estorbo que vino a perjudicar la buena fama que, le parece, tuvo esa guerra;

e) Insiste varias veces en que no se comprobó “el fraude que López Obrador asegura que se operó en su contra”, como si no hubiera millones que opinamos lo mismo ni caudales de documentos probatorios de ese fraude;

f) Intenta justificar la guerra de Calderón aduciendo que el entonces gobernador de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel, le pidió ayuda al presidente, como si la petición de ayuda incluyera un santo y seña de la estrategia a seguir en el combate al narcotráfico. En este pasaje llama la atención la forzada pirueta destinada a intentar convencer de un absurdo: 1.- Lázaro Cárdenas Batel pide ayuda a Calderón; 2.- Calderón “lo ayuda” con su particular estrategia; 3.- AMLO está enterado de 1 y 2; 4.- AMLO denuncia el avispero; 5.- AMLO no debió denunciar que Calderón pateó el avispero porque…, ¡él y Cárdenas Batel eran del mismo partido!:

“Esta versión olvida que fue primero el gobernador perredista de Michoacán, Lázaro Cárdenas Batel (hoy jefe de asesores de López Obrador), y luego el gobernador priista de Tamaulipas, Eugenio Hernández Flores, quienes, con carácter de extrema urgencia –ya que la política de Fox había sido la de no meterse con el narco–, solicitaron ayuda a Calderón, que recién había asumido el cargo. López Obrador sabía eso, que había sido un gobernador de su propio partido el que había solicitado ayuda de la Federación, y, a pesar de conocer ese hecho, propagó la mentira de que Calderón ‘pateó a lo tonto el avisero’”.

Para García Ramírez basta ser del mismo partido político para no denunciar oprobios y vejaciones. Así de pequeña e indiferente a principios y valores es su mira.

g) Como en esas competencias de niños (con todo el respeto que merecen los niños, pero ellos tienen el justificante de la edad y una no consumada maduración intelectual y emocional), asegura que su admirado personaje, al igual que AMLO (¡Calderón también, Calderón también!), puso en práctica la estrategia de regenerar el tejido social: “Su estrategia era militar pero también incluía la regeneración del tejido social (sic)”.

h) Infunde el engaño de que un ejército comandado por un pacifista se comporta igual que el que ejecuta las órdenes de un partidario de la guerra, al pretender que el hecho de que el ejército y la Secretaría de Marina se hagan cargo de los puertos y de las aduana puede significar algo parecido a la guerra de Calderón.

 

AMLO, culpable de la ineficiente gestión de Calderón, según García Ramírez

“Calderón quiso hacer una gestión eficiente, en gran parte se lo impidió la política de obstrucción de López Obrador, pero también el azote que constituyeron la gran crisis financiera global de 2009 y la pandemia que tuvo su origen en México ese mismo año”.

Sí, como usted lo leyó. AMLO es el principal culpable de que Calderón no haya hecho una gestión eficiente. Pero además, sin darse cuenta admite que las políticas del sexenio 2006-2012 no fueron eficientes. Tampoco repara en que utilizando su misma lógica se podría justificar la ineficiencia que le endilga a la gestión de López Obrador, dado que padece día a día el acoso de Calderón y enfrenta una pandemia que desencadenó una crisis financiera global.

“Su recuerdo -dice nostálgico García Ramírez sobre Calderón- no me provoca disgusto, a la luz de lo que vivimos ahora más bien lo contrario”, y transitando de la nostalgia a la ilusión, plantea el siguiente escenario: “No sería extraño ver a Calderón o a Margarita Zavala en el Congreso, con voz pública, enfrentando como opositores a López Obrador”.

El articulista saca una calificación favorable en el tema de deseos perniciosos, pero no aprueba la materia de Historia comparada.