El lenguaje, como sabemos, no se agota en la secuencia de grafías o sonidos que se escriben o se emiten.

Roman Jakobson, el gran formalista ruso, planteó la existencia de seis funciones del lenguaje: referencial, apelativa o conativa, poética, fática, metalingüística y expresiva o emotiva. Siempre que nos comunicamos, nuestra intención se centra en alguna de esas funciones.

Mientras que la función referencial pertenece más a la ciencia, y la poética a la literatura, la función que prevalece en la comunicación entre actores políticos es la emotiva o expresiva, la cual se centra en el emisor del mensaje y se caracteriza por el predominio de la subjetividad. Los rasgos que sobresalen al ejercerla son los sentimientos, emociones, estados de ánimo, actitudes, opiniones, deseos, voluntad, intereses y pasiones del hablante. Es la función que predomina también en el intercambio coloquial.

Quienes se refieren al presidente Andrés Manuel López Obrador como “el señor López” y al cuestionárseles responden que “así se apellida”, no entienden de funciones del lenguaje, menos tienen interés en analizar su propio discurso y menos aún auscultarse.

Dado lo común del apellido López en México, quienes se expresan así pretenden trasladar esa condición de lo común a la figura del propio presidente. Lo que está en la base de su acción comunicativa es este razonamiento: “el presidente no es ninguna persona especial, es cualquier persona, un ‘cualquiera’ como tantos López que van por la calle”.

Hacer uso de la función referencial, caracterizada por la objetividad, por proporcionar información lo más apegada posible a la realidad que se nombra, a la realidad de la cosa que se designa, extralingüística y exterior al lenguaje, exigiría denominar al presidente con su nombre completo. Simple y llanamente.

Pero la objetividad, como hemos visto, no es propia de la función emotiva. Así, la selección de entre los términos que componen el nombre para reducirlo a “López”, pretende esconder:

  • La idea de que lo común, frecuente o de presencia corriente, vale menos que lo infrecuente o excepcional. En la base de esa distinción se puede advertir el desprecio por la habitualidad del apellido, como si lo común conllevara cierta naturaleza de minusvalía, de algo que vale menos. A esas personas los apellidos extranjeros deben parecerles signos de superioridad de las personas que los portan;

  • Prejuicios de clase, incluso raciales, pues se relacionan los apellidos comunes con el pueblo, no con personas que se ubican en las altas jerarquías de la escala social.

En ese mismo tenor de la función emotiva del lenguaje se han inscrito las constantes, reiteradas e insistentes preguntas al presidente los últimos tres meses y medio sobre la realización de la prueba de detección de covid 19. La obstinación y el ahínco con el que se le ha demandado información sobre ese punto no obedece precisamente a un interés real en la salud del mandatario, más bien se relaciona con los poco escondidos deseos (abundan los ejemplos en los medios) de que le vaya mal, de que no le salgan bien las cosas, de que sus proyectos no tengan éxito, de que sus ideales no se cumplan.

Es muy difícil esconder el morbo que acompaña a esas persistentes inquisiciones, el cariz que toma en este caso la subjetividad que está en la base de la función emotiva del lenguaje.

En este caso, la función emotiva comparte sitio en el escenario de las intenciones con la función apelativa o conativa, que caracteriza a aquellos mensajes en los que el emisor procura influir, condicionar o alterar la conducta del receptor mediante enunciados imperativos, exhortativos o interrogativos.

El escenario anhelado es una presidencia sin el ingrediente más valioso de la estrategia comunicativa de quien ocupa el cargo: el contacto directo con los ciudadanos a través de las conferencias de prensa, en las que más importante que contestar preguntas es tener al tanto a los ciudadanos de la nación de las acciones reales y no inventadas o tergiversadas que realiza el gobierno federal.

Si alguna esperanza albergaban los detractores del presidente de un gobierno acéfalo, blanco fácil, por fin, para el ataque sin derecho de réplica, a causa de una enfermedad, deben estar muy desilusionados.

En particular, si alguna expectativa tenían de que por motivos de salud, por dar positivo a la prueba del covid, López Obrador no pudiera realizar su viaje a Estados Unidos para reunirse con el presidente Trump, esa ilusión se esfumó hace unas horas.

El presidente viajará y regresará, mientras los detractores seguirán enlodados, dando vueltas sobre su propio y gastado pantano enunciativo que cada vez se agota más a sí mismo.