Hace dos años publiqué esta columna y considero pertinente volverla a subir por la fecha.
En la conciencia colectiva de un pueblo siempre quedan marcados acontecimientos, buenos o malos, que van conformando su historia. Eventos que han cambiado al país para bien o para mal. Entre los recuerdos buenos: ¿Cómo olvidar la fiesta de los mundiales de 1970 y de 1986, la Olimpiada de 1968, los Premios Nobel otorgados por la Academia Sueca a tres mexicanos?
Y entre los recuerdos malos, queda la funesta noche de Tlatelolco, el artero asesinato del candidato a la Presidencia Luis Donaldo Colosio y el terremoto ocurrido hace 32 años, en 1985.
Eran las 7: 19 horas de la mañana del jueves 19 de septiembre. Los capitalinos nos preparábamos para ir a trabajar o llevar a los niños a la escuela, cuando la ciudad empezó a agitarse. Se escucharon ruidos nunca antes escuchados, crujir de estructuras, alarmas, sirenas de ambulancias y bomberos, gritos histéricos y llantos.
Poco a poco, fuimos despertando a una realidad inédita. Una tragedia de niveles nunca antes vividos. La única forma de enterarse de lo que sucedía era a través de los radios de baterías, y la voz más escuchada era la del conductor principal de Televisa, Jacobo Zabludovsky, pero no era la voz familiar del noticiero. Era una voz quebrada, angustiada, que relataba cómo sus propias oficinas de avenida Chapultepec se habían colapsado, dejando atrapados entre sus escombros a muchos colegas y amigos.
El miedo y la sorpresa dieron paso a la incredulidad. Las noticias empezaron a correr. La magnitud del sismo había alcanzado los 8.1 grados en la escala de Richter y el epicentro localizado en el Océano Pacífico, en la costa del Estado de Michoacán.
Aunque afectó a la zona Centro, Sur y Occidente del país, se ensañó particularmente con la Ciudad de México.
Tanto el Presidente de México, Miguel de La Madrid Hurtado, como el Regente de la ciudad, Ramón Aguirre Velázquez, lucían más asustados que los ciudadanos. No sabían qué hacer ni qué decir. No existía una cultura de Protección Civil en ese entonces, ni un protocolo de acción ante una catástrofe de tales dimensiones.
Entonces, sucedió algo inesperado. Ante la ignorancia, la tibieza y el intento de minimización de la tragedia por parte de las autoridades, surgió el Chilango Power: La sociedad capitalina empezó a autoorganizarse y a trabajar a todo pulmón para intentar rescatar y atender a las víctimas y los damnificados que habían perdido su casa.
De entre los escombros, emergió la unión de los capitalinos. Cómo olvidar el esfuerzo espontáneo de los vecinos sacando piedras con las manos, llevando comida y agua a los voluntarios, trabajando hombro con hombro para ayudar a desconocidos.
Quizá, nunca sabremos las dimensiones de la tragedia. La cifra oficial habló de 3, 192 muertos, pero la no oficial aseguró que eran más de veinte mil. Los daños materiales se calcularon en ocho mil millones de pesos. 250 mil personas se quedaron sin techo y 900 mil tuvieron que abandonar sus hogares.
¿Qué aprendimos del terremoto de 1985?
La ciudad cambio de aspecto. Se construyeron nuevos inmuebles para sustituir a los que se habían colapsado, surgieron parques y plazas públicas y la Ciudad se democratizó con la creación de la Asamblea de Representantes del D.F. y la posibilidad de elegir a sus gobernantes. Ahora, se construye con nuevas técnicas y materiales más resistentes
Aprendimos que somos mortales y pequeñitos ante los caprichos de la Naturaleza.
Aprendimos a no depender de los políticos y a darles la mano a los vecinos cuando sea necesario.
Aprendimos que la unión hace la fuerza y que juntos somos invencibles.
Ojalá que no se nos haya olvidado la lección en estos treinta dos años.