En su libro "Educación y Política en México" (1), el Mtro. Olac Fuentes Molinar inauguró, en 1979, un concepto descriptivo y analítico que hoy cobra vigencia en la reflexión sobre el ejercicio del poder público: la "tecnocracia política". Pero ¿qué significado tiene esa categoría en la interpretación de los actos y los procesos políticos actuales? ¿Cómo asociarla con las condiciones de las políticas públicas actuales en Educación?

Dicho concepto describe y permite entender, hoy en día, la emergencia de una subclase, -la llamada "tecnocracia política"-, dentro del universo más amplio que representa a la clase política nativa, en el contexto socio histórico específico de las formaciones políticas en México.

Como subclase emergente, la tecnocracia política es una categoría que describe a una parte de los actores del poder público, que se ubica dentro de la elite política que gobierna a México desde los años 80 del siglo XX, tiempo en que asumió la presidencia de la República don Miguel de la Madrid, quien inauguró esa etapa hegemónica y de dominio de la nueva subclase gobernante.

La "tecnocracia política" viene a jugar el papel de relevo, de manera lenta, progresiva, pero sistemática, de una clase política desgastada, agotada, que se habría quedado rezagada en el discurso ideológico del "nacionalismo revolucionario"; que además perdió o desdibujó su identidad ideológica, pues valores como la "defensa de la soberanía nacional" quedaron desplazados por los conceptos de "globalización y el libre mercado". A esa derrota filosófica y conceptual, de la vieja clase política, se sumó la falta de legitimidad como clase heredera de las luchas "revolucionarias"; en su lugar quedaron las jóvenes fuerzas ocupantes de las altas esferas político-académicas.

Así, la tecnocracia política surge de tal manera, en parte, como producto de los esfuerzos individuales y el talento técnico (Ernesto Zedillo), pero también como resultado de la herencia política y económica, además del logro o el mérito individual (Carlos Salinas y hoy José Antonio Meade). Prácticamente es una subclase que nace de una mezcla ideológica con valores emanados de las instituciones del Estado mexicano posrevolucionario, pero con pretensiones "modernizadoras", especialmente con aplicaciones tangibles de políticas públicas en los ámbitos sociales, educativos, económicos, científicos y tecnológicos.

La premisa filosófica de la tecnocracia política tiene como base una creencia ideológica más que una constancia científica: los asuntos de la vida nacional no se pueden resolver solo con esquemas políticos, de signos "nacionalistas revolucionarios", sino que deben atenderse mediante el saber legítimo, es decir, a través del saber que producen la ciencia y la técnica disponibles en las sociedades del conocimiento, que se originan en el mundo sin fronteras nacionalistas, esto es, en el terreno de la "globalización".

Desde que en México gobierna una subclase política emergente, la tecnocracia política, las instituciones del Estado han dado un alto valor al perfil ideológico más afín, tanto en la contratación de los mandos superiores como en los intermedios. Ahí se encuentra, en el o la tecnicopolítico, la mayor capacidad para gobernar con eficiencia al país. Hay, en ese perfil del servidor público "moderno", competente, bilingüe, una suerte de intelectual orgánico que lo mismo domina algún campo de conocimiento y especialización (en la Economía, por ejemplo), al igual que escribe una obra literaria o desarrolla alguna aportación en el mundo de la academia. La prueba de fuego está en poner en práctica los modelos, a través del ejercicio de las políticas públicas.

Los centros educativos semilleros de políticos emanados del esquema del poder nacionalista y revolucionario, quedaron desplazados por los centros mundiales del poder del conocimiento (Harvard, Yale, MIT); era obvio que, para reproducir a una subclase política con tales características, en una sociedad determinada, se requerían centros mundiales de generación del conocimiento. De aquí se entiende y se desprende el porqué de la renovación de categorías de análisis en los escenarios mundiales: Hoy domina el esquema de países centrales versus en la periferia; en lugar de países desarrollados versus en vías de desarrollo.

Hoy ya no produce el mismo impacto un funcionario público egresado de la UNAM, el IPN, la UAM y demás universidades públicas, que un estudiante egresado o egresada del ITAM, la Ibero, la Panamericana (Enrique Peña Nieto), la UDLA, o el Tec de Monterrey (Luis Donaldo Colosio), incluso que de la Escuela Libre de Derecho (Felipe Calderón).

Para formar parte de la subclase de la tecnocracia política, se necesita no sólo un currículum vitae con el más alto grado académico, sino también alguna herencia en las trayectorias del poder público (Meade cumple con ambos requerimientos). En la actualidad inclusive, estas universidades elite del conocimiento científico y técnico, que gozan del reconocimiento internacional, son legitimadoras del poder político y económico en países como el nuestro.

No cabe duda que la historia de las sociedades está construida de simbolismos, como lo señala Paco Ignacio Taibo II. Los procesos sociales, más allá de sus rasgos evolutivos, cambiantes, mutantes, se caracterizan también por periodos de estabilidad. En la actual coyuntura, la subclase de la tecnocracia política se encuentra ante la disyuntiva de promover el cambio o apostar por la continuidad. El simbolismo de gobernar con la certeza técnica, es la apuesta de José Antonio Mead y quienes lo anteceden y lo acompañan. Ahí están los extremos de sus horizontes de triunfo y derrota.

Ahí está, junto a él, Aurelio Nuño, como copiloto, como asistente, como acompañante de quien lleva el volante, de quien toma el rumbo. Sentados al frente del vehículo: dos distinguidas personalidades de la subclase que hemos descrito hoy en este comentario.

Esta mancuerna va a la aventura del poder político. Aunque eso signifique aparentemente una contradicción: dar continuidad a las llamadas "reformas estructurales" peñistas, es decir, generar o promover el "cambio con estabilidad", que son elementos característicos de las dinámicas socio históricas, pero que también abren paso a la definición y a las rupturas.

En el contexto de 2018 y dadas las condiciones de la contienda política por el poder público en México, el voto se podrá dividir con claridad en dos grandes opciones: Continuidad o cambio. ¿Cómo decidirán los ciudadanos que participarán frente a las urnas? ¿Cómo ejercerán sus derechos políticos, por ejemplo, los maestros y las maestras de México? ¿Cómo se percibirá a la subclase de la tecnocracia política frente a los diferentes proyectos educativos que se ofrezcan durante las campañas políticas?

Al menos ya se sabe cuál es la carta que juega sobre la mesa, en los hechos, con la Reforma Educativa en ciernes, el dúo Meade y Nuño. Veremos qué otras cartas habrá debajo de las mangas.

(1) Fuentes Molinar, Olac. (1979) Educación y política en México. Editorial Nueva Imagen. México.

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