A lo largo de la carretera Hermosillo-Cajeme, miembros de la tribu yaqui piden aportes al viajero. El desempleo, la poca inversión que se ha hecho en esos entornos a lo largo de décadas, exhibe una gran pobreza.

Lo que se ve al borde de la carretera, no permite creer que las ínfulas de los gobiernos anteriores, con instituciones incluidas, les hacían la boca grande para hablar del indígena.

Fuera de los anuncios publicitarios y la instalación de OXXOs que se desparraman por el estado como plaga, los pueblos tienen la misma cara de siempre; casitas campesinas de apariencia modesta, instalaciones paupérrimas y calles empedradas o con terregal.

No es posible que mientras el dispendio y el lujo de quienes gobernaron el país esté a la vista, los indígenas tengan que pedir limosna para vivir.

La gira presidencial por Sonora demostró que el mundo indígena no solo se concentra en el sur. La visión de los guarijíos de Álamos, de los mayos de Etchojoa, los yaquis de ocho pueblos, los seris de El Desemboque, y los pápagos y los pimas y todas las etnias que viven y sobreviven a lo largo y ancho de ese estado, muestra los grados de atraso de un sector que fue utilizado demagógicamente mientras la distribución de la riqueza se hacía en pocas manos.

Las demandas que se le hicieron a AMLO en ese recorrido -con un accidente lamentable de periodistas que lo acompañaron,- deja muy claro que sus necesidades rebasan las de la pobreza común y que los proyectos gubernamentales nunca penetraron realmente en esas poblaciones.

A continuación, ofrezco mi punto de vista sobre la crónica, género que fue utilizado por grandes cronistas y escritores, para hablar del mundo indígena.

 

La crónica es en realidad un género que se nutre de muchos géneros, es como esas hermosas flores, enredaderas portentosas, que envuelven a muchos árboles y se nutren de su savia bienhechora.

Es un saprofito luminoso que ha desplazado a otros géneros literarios y periodísticos, para aposentarse, señera, en un ámbito que estereotipó esquemas y viola constantemente las normas justas del arte y de la información. Todo lo que se ha dicho de la crónica, cae en este momento en la duda.

Se le atribuye su nombre al latín crónica, derivada del nombre Cronos, dios del tiempo, pero los que definieron desde la antigüedad su eficacia, lo hicieron con un esquema lineal, siguiendo un orden temporal, cuando en la realidad todos sabemos que es imposible.

El tiempo siempre se escurre de diferentes maneras en los acontecimientos y la misma presencia de las cosas, delineadas y construidas desde antaño, hablan de un pasado y avizoran un futuro.

No podemos hacer una crónica de un río que se sale de cauce, sin mencionar las causas que lo produjeron -eso fue anterior-, ni decir lo que sucederá en el futuro con sus aguas

 

El uso de la crónica solo como fuente histórica, también ha demostrado sus dudas. La fama de este género parte de ahí, siempre engarzada a la definición secuencial. Pero muchas veces hicieron caer a la historia en graves incongruencias.

En realidad buena parte eran especies de los modernos boletines noticiosos que alertaban sobre un acontecimiento y contaban las vivencias de los personajes, con una descripción precaria.

Las grandes crónicas que menciona la historia, junto con sus autores, seguían esa línea, aunque su valor literario es extraordinario.

No me extenderé en nombres porque son demasiados. Son miles, por no decir millones de crónicas que se escribieron en el pasado para hacer referencia a acontecimientos históricos o de la vida de reyes y notables personajes.

Pero muchas en realidad eran una lista de acontecimientos que se querían resaltar, sin ningún seguimiento formal ¿Habrá dicho realmente don Guadalupe Victoria: “Va mi espada en prenda: ¡voy por ella!”

A la crónica se le equipara al artículo, a la reseña, a la columna, pero ella, como un extractor indecente que se legitima después, se nutre de todos ellos.

Es más, se apodera de partes del cuento, del relato, del ensayo, la nota informativa, el reportaje, la entrevista y le da un llegue a la novela y a la poesía.

He leído crónicas que ya las quisiera el mejor poeta, el mejor cuentista. La reseña, definen algunos, es un relato breve sobre acontecimientos lineales, panorámicos; con esa definición, la reseña no sería otra cosa que una crónica chiquita.

En la actualidad tesis, ensayos, investigaciones se meten con la crónica, delinean sus partes, pero lo que están haciendo ¡es una crónica de la crónica! Esta, como un hado burlón, exacerba esa discusión, para enterarse qué segmento no le ha sido adjudicado todavía y luego luego lo incorpora a su modo de vivir, para sustraer alguna savia que le faltaba. Estamos ante un monstruo.

 

Las grandes crónicas que sirvieron de base a nuestra historia si bien se fincaron en ese alegre contar de historias de valientes o de zangoloteos sorpresivos, algo tenían de valioso para que eliminada la paja, figuren como parte fundamental que ha dado sentido a un país.

Están las clásicas producto del asombro, que escribieron los españoles, Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo y otros , pero hay una que puede catalogarse como el sustratum del conocimiento de nuestros antiguos moradores y lo que verdaderamente hicieron los españoles.

La crónica se mezcla con la historia, con investigación, con datos y aportes directos que no pueden poner en duda su sustento. Me refiero a la Historia General de las cosas de la nueva España, de Fray Bernardino de Sahagún, el más grande portento que dio ese ciclo y que por fortuna se guarda en 12 tomos, por desgracia en España. Sahagún pulula en la crónica matizada con relatos, consejas pueblerinas, aparejadas con datos de gran valía que han llevado a ese fraile a ser considerado el padre de la etnografía.

En años posteriores mientras el cronista se enseñoreaba de la vida del país y del periodismo, surge el poeta Guillermo Prieto, cronista de los avatares de Juárez y defensor suyo cuando, traicionado por el coronel Antonio Landa, iba a ser fusilado en una prisión del palacio donde el presidente ejercía, en Guadalajara.

Cuenta la crónica escrita por el propio Prieto y repetida miles de veces, como tiró al benemérito hacia atrás para protegerlo y lanzó una de las arengas más grandes de la historia.

Se destacan las frases dichas ante los soldados: ”¡Los valientes no asesinan, quieren sangre, bébanse la mía!”. Crónicas de otros señalan que tanto el poeta como los soldados enternecidos por el salvamento de Juárez, lloraron a lágrima viva.

En una crónica reciente de Bertha Hernández, sobre lo que queda de aquella prisión, la excelente cronista de Guadalajara remata un relato sobre el caso diciendo: “Pero si el paseante se asoma hoy a un pequeño patio sembrado de naranjos, verá el relieve que congela en bronce de la más alta calidad, real y metafórica, el momento en que Juárez sobrevivió gracias a un poeta metido a político”.

 

Para unos es un ensayo para otros un relato, pero como ambos se subsumen en la crónica, es una de las crónicas más bellas e ilustrativas que se han escrito.

La Visión de Anáhuac se inicia con aquella frase que se atribuye a Humboldt: “Viajero: has llegado a la región más transparente del aire”. Y a partir de ese primer apartado, las luces nos deslumbran: “el aire brilla como un espejo”, “una luz resplandeciente que hace brillar la cara de los cielos”, diría el fraile Navarrete. “la extraña reverberación de los rayos solares en la masa montañosa”, decía Humboldt. Para el escritor español, Rafael Lemus el género de la pequeña y extraordinaria obra de Alfonso Reyes, está sometida a duda, no solo en su estructura, sino en el mensaje que envía ese Reyes discreto casi sin opiniones, hablando de un México que entonces no existía y aprobando de alguna manera al extranjero. Se pregunta: ¿Qué es, un ensayo, un poema en prosa, una estampa histórica, o un texto político que habla de la situación de México en 1915, mientras finge hablar de 1519? Mi respuesta profana sería que se trata simple y llanamente de una crónica de crónicas.

Una crónica que se retroalimenta con unas de su género, una especie de caníbal portentoso que presenta la dimensión justa de lo que fuimos, éramos -y somos- visto desde los ojos sorprendidos del invasor...y de Reyes.

LA CRÓNICA, ALGO UTILITARIO, IMPERFECTO, NECESARIO ...¡Y BELLO!

Esta es mi postura sobre la crónica de las que llevo centenares escritas. Todas son imperfectas, a todas les añado algo, me agarro de sus aliados o de sus sometidos, de sus vasallos, y escribo y escribo como si solo estuviera caminando por una senda sencilla, sin saber que me encontraré al final, con un monstruo.