Entre las muchas polémicas recurrentes que afloran en los medios de comunicación se cuenta la que afecta a los índices de audiencia. Detrás de ello está la lucha de las empresas por la captación de los recursos económicos que genera la publicidad.
Los ratigns hacen, deshacen proyectos, personas, ideas, empresas. Esto tiene particular relevancia cuando nos referimos a la televisión abierta. La cosa no tendría mayor importancia si esa disputa no se asociara a otro tipo de valores, sobre todo cuando se trata de la calidad de la información. La profesionalidad de un informador y el rigor de su trabajo no están necesariamente asociados a los ratings de audiencia. Los ratings como tales son indicadores imprecisos. La construcción de la audiencia es un fenómeno complejo en el que confluyen aspectos muy dispares, como son edad, nivel de formación, y sobre todo, la inercia propia de los hábitos del consumidor. Lo más probable es que la persona que sigue determinada telenovela permanezca en la cadena para ver el informativo que la sucede. Por tanto, quien venda la telenovela más excitante será también quien venda el informativo. Esto no ha de ser siempre así, pero así de fácil pueden ser también las cosas.
En la televisión abierta, Televisa sigue disfrutando de los réditos obtenidos en la época en que tenía el monopolio de las ondas y pudo edificar un imperio de alcance internacional, con enorme volumen de producción y un verdadero star system. Era el tiempo en que lo que no sucedía en Televisa no sucedía. A este sustrato se suma en la actualidad la enorme experiencia acumulada por generaciones de profesionales en la formación del instinto empresarial propio de la casa. Obviamente esto ha cambiado en los últimos tiempos, pero aún así Televisa sigue disfrutando de un estatus de Influencer por excelencia. Las figuras, noticias o programas de entretenimientogenerados en sus estudios siempre han tenido mayor proyección y aún la siguen teniendo. Esto es una realidad objetiva, que los ratings de audiencia vienen a corroborar. También es cierto que tanto esta empresa, como sus principales competidoras, Azteca e Imagen TV, van perdiendo posiciones ante las plataformas digitales que se consolidan como un espacio más atractivo y acorde a los hábitos de las nuevas generaciones de consumidores. El mercado está en permanente mutación y nada garantiza que las gigantescas estructuras de las añosas empresas de televisión abierta estén en condiciones de adaptarse a los nuevos tiempos. Las cifras de rating en general son aleccionadoras sobre su pérdida de presencia en la sociedad. Todos tendrán que reconvertir.
En materia de informativos, los estrategas de Televisa han tenido la perspicacia de apostar por una mujer al frente del informativo en una franja horaria de máxima audiencia, de la que antes las mujeres estaban vetadas. Algo novedoso en una época de creciente presencia femenina en todos los ámbitos de la vida pública. Denise Maerker es una periodista experimentada y con suficientes méritos para dirigir ese informativo. Sus ratings superan ampliamente a los de otros informadores, y aunque este hecho puede atribuirse a la calidad de su trabajo, también tiene que ver con la potencia del medio.
Es ocioso plantearse quien es mejor profesional, si la Maerker, si Ciro Gómez Leyva, Javier Alatorre o cualquier otro informador. La polémica de quien es más objetivo, veraz, o más vendido a los poderes es, simplemente, parte de la vida y del negocio. Y no olvidemos que los detractores han de sumarse también a los ratings de audiencia, puesto que para formarse su opinión, supuestamente, han visto o ven los informativos de sus denostados periodistas. En términos generales, el consumidor de información tiende a buscar en el producto una corroboración de sus propios criterios, y a eso lo llama objetividad. La detracción como primer recurso ante la incapacidad para la crítica es un rasgo de intolerancia muy común y muy lamentable en nuestra sociedad. No hay que olvidar que los propios informadores son a la vez receptores de información. Al igual que el lector o televidente, tienen que cotejar, contrastar y filtrar para estar en condiciones de asumir la responsabilidad de lo que dicen. La llamada objetividad es una entelequia. Nadie es objetivo, y menos quienes indignados reclaman objetividad en el otro. Ningún informador puede contemplar todos los aspectos de un hecho, ni tiene la patente de la verdad. Tampoco un lector o un televidente. Un consumidor inteligente nunca debe olvidar que las empresas de información, son precisamente eso: empresas que venden productos. Un consumidor inteligente tiene la oportunidad de elegir en el mercado, contrastar y analizar la información recibida para formarse un criterio en libertad. Así que no hay suficientes motivos para rasgarse las vestiduras. Dejemos que todo fluya.