Hace 5 décadas, durante los últimos días de julio, entre el 22 y el 26, la Ciudad de México vivó el inicio del Movimiento Estudiantil y Popular de 1968. En ese tiempo, el Conjunto Habitacional Nonoalco Tlatelolco, al norte de la Ciudad, fue escenario de momentos importantes de esa historia que, en su desenlace fue marcado, como sabemos, por la represión, el autoritarismo y la brutalidad gubernamental. Los vecinos de Tlatelolco, ese año, fuimos testigos y actores en distintos episodios significativos de ese Movimiento.

Tlatelolco, a partir de 1964, año en que fue inaugurada la Unidad, estaba compuesto por familias de clase media, comerciantes, profesionistas, burócratas y pequeños empresarios, que encontraron una opción de ascenso social en una zona urbana de reciente crecimiento como lo fue durante esa década esta unidad habitacional. Los vecinos nos conocíamos, como sucede en cualquier barrio o pueblo, porque éramos una comunidad unida y solidaria, que convivía en fiestas, en eventos de escuelas, en centros deportivos, en misas o en comercios.

Una ciudad dentro de la gran Ciudad de México: Tlatelolco contaba, en 1968, con todos los servicios urbanos: bancos, escuelas, parroquia, hospitales, cine, unidades deportivas y culturales, centros comerciales pequeños y grandes (como el “Centro Mercantil”, ubicado sobre la calle de Nonoalco, hoy Av. Ricardo Flores Magón); además, ahí se ubicaba la sede de la Cancillería Mexicana, la torre de Banobras y una zona arqueológica (junto a la parroquia de Santiago Apóstol) con importante presencia, debido al turismo nacional e internacional que cotidianamente la visitaba.

La participación de los vecinos en el Movimiento tuvo alcances relevantes, que no han sido completamente registrados en las diversas crónicas ni en las narrativas publicadas sobre los hechos. Por una parte, algunos vecinos, que eran al mismo tiempo estudiantes de la Escuela Secundaria Diurna 16 “Pedro Díaz”, participaron en diferentes actos de resistencia frente a las fuerzas del orden (Cuerpo de Granaderos); así como no pocos vecinos y estudiantes que defendieron a sus Escuelas: la Prevocacional y la Vocacional 7, del Instituto Politécnico Nacional, cuyas instalaciones se ubicaban a cerca o a un costado de la Plaza de las Tres Culturas. Por otra parte, los vecinos niños, jóvenes y adultos apoyamos de distintas formas a los estudiantes desde los departamentos: A través de la atención de algunos muchachos que caían heridos, así como en el acopio de materiales y víveres para su defensa y para resistir el paro escolar, que inició a finales de julio o inicios de agosto.

Durante días y semanas antes del 2 de octubre, por las noches y de madrugada, se escuchaban detonaciones y balaceras en los alrededores de la tercera sección de la Unidad, por la calle de Santa María la Redonda (hoy Eje Central Lázaro Cárdenas) y la avenida Manuel González, como resultado de las “corretizas” protagonizadas por grupos paramilitares o de la Dirección Federal de Seguridad en contra de estudiantes politécnicos.

Para defenderse, los estudiantes usaban piedras, ladrillos, tubos y otros materiales sólidos para repeler los ataques de los grupos policiacos. En esa época se hicieron populares las bombas “Molotov”, que eran confeccionadas por los estudiantes con botellas de refresco de vidrio, gasolina y estopa. En tono de broma, uno de mis amigos, vecino tlatelolca, decía que también se les agregaba, a esos cocteles, un poco de azúcar para que tomaran más fuerza y sabor las explosiones.

Fuimos testigos del lanzamiento de esos proyectiles, que los politécnicos aventaban desde los edificios Chihuahua y Guanajuato; eran prácticamente líneas de fuego que caían sobre las filas de granaderos que se cubrían con escudos de fibra de vidrio, quienes intentaban ingresar a la unidad por las bardas perimetrales de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE), que en esa época era zona de estacionamiento, (años después fue el terreno en que se construyó el Centro de Desarrollo Infantil para trabajadores de la SRE).

Los vecinos solidarios con el Movimiento lanzábamos, desde las ventanas, cubetas de agua caliente contra las autoridades policiacas; o lanzábamos también objetos y gritábamos, entre otras cosas y con impotencia: “Malditos granaderos, déjenlos, son estudiantes no delincuentes” … Se les llamaba “Granaderos” a esos cuerpos policiacos, porque dichas fuerzas “del orden” lanzaban granadas lacrimógenas que contenían sustancias tóxicas en forma de gases, que hacían “llorar” y afectaban las vías respiratorias. Los vecinos mayores nos decían que cuando se soltaran las granadas, tapáramos nuestros rostros, sobre todo ojos, nariz y boca, con toallas mojadas para evitar cualquier lesión.

Hasta donde recuerdo, la participación del ejército mexicano en el conflicto, no se dio antes del 2 de octubre. Solo las corporaciones policiacas del D. F. y grupos de policías vestidos de civil fueron protagonistas de los intentos de rompimiento del paro y la detención arbitraria de estudiantes. Por lo mismo, los vecinos de Tlatelolco, padres y madres de familia, hermanos, primos, tíos y abuelos, al mismo tiempo que defendían a sus hijos, a sus muchachos, siempre se mostraron solidarios con los estudiantes y los profesores politécnicos.

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