Cuentan los memoriosos que José López Portillo, el último Gran Huey Tlatoani de la política nacional, exigía que todos sus secretarios se sentaran junto a él y les pedía su opinión, para terminar con un: “interesante, pero ya había tomado mi decisión de manera anterior”. Ante lo cual, su gabinete aprendió que lo dictado, dicho o sugerido por el jefe del ejecutivo era ley aún sin pasar por el Congreso de la Unión.

Pareciera que desde tiempos inmemoriales, los mexicanos hemos buscado y ansiado esa gran persona que es capaz —casi por magia— de solucionar todos nuestros problemas. El padre quien aun siendo autoritario tiene el “poder” casi sobre natural de encontrar pronta respuesta y remedio a todas nuestras cuitas.

Tal vez por ese anhelo ancestral, encontramos en Andrés Manuel esa figura entre paterna, Gran Huey Tlatoani en ciernes que sólo por su voluntad se puede solucionar todo. La confianza desmedida depositada en su persona es calca de dicho pensamiento. Durante toda la campaña le escuchamos que por su ejemplo la corrupción se acabaría, que él y sólo él sería capaz de barrer la corrupción de arriba hacia abajo y que nos pedía no sólo votar por él, sino también por diputados y senadores para poder realizar de manera efectiva y rápida la transformación a un país sin corruptelas de forma expedita.

¿Es culpa de Andrés Manuel entonces buscar la concentración del poder? No. Es tan solo reflejo de la condición antes descrita. Si creemos —aunque sea de forma absurda— que depende de una persona el arreglar todos los desmanes de nuestro país, ésta persona debe concentrar todo el poder para poder realizar los cambios.

El problema de lo anterior, es que es imposible. Si queremos cambiar el país y evitar la corrupción, será una labor donde todos participemos, tanto los mexicanos quienes trabajan en cualquier área del gobierno, como de todos los ciudadanos quienes utilizan la mordida, cochupo y corruptelas para conseguir desde un servicio hasta evitar una multa.

Desafortunadamente, concentrar tanto poder en una sola persona debilita a la democracia. Tal vez, no sea AMLO quien se aproveche de dicho poder, pero sí su grupo más cercano y quien sea su heredero —políticamente hablando— termine con las instituciones ya de por sí dinamitadas en gobiernos anteriores y que no se fortalecerán el próximo sexenio a juzgar por el esbozo presentado de las propuestas de Andrés Manuel.

Nadie puede decir que el país se encuentra en jauja. Tan es así que ese voto de rechazo y a la vez de esperanza se concentró en Andrés Manuel. Como mexicanos, más allá de por quién votamos; rechazamos la corrupción, la impunidad campante, los lujos estrafalarios de una clase dizque de funcionarios públicos, quiénes han ensuciado a todos los verdaderos servidores públicos.

López Obrador ganó de una manera rampante, tan es así que si sumamos todos los votos de la oposición y los nulos, no igualan los votos obtenidos por él. Las instituciones y la misma oposición respetaron la voluntad inequívoca de un pueblo. Pero como tal, también toca que de forma respetuosa señalen las propuestas que son desfiguros y las cuales sólo vulneran las instituciones del país y la federación en su conjunto.

La democracia históricamente es enclenque y muy joven en nuestro país. Hemos pasado del Huey tlatoani en tiempos prehispánicos, a los virreyes del virreinato, a los dictadores disfrazados de la independencia. Siendo el más controversial y ponzoñoso Santa Anna. Pero de una u otra manera, el siglo XIX fue un siglo de caudillos y mini tiranos que monopolizaban el poder. El mismo Juárez y luego Díaz fueron dictadores. Le hicieron bien en algunos aspectos a la patria —sin lugar a dudas— pero el daño fue exponencial al no permitir que los mexicanos construyeran en las diferencias y tuviéramos una sola batuta que ordenaba todas las acciones de nuestro país.

El nacimiento del siglo XX pasó de la dictadura de Díaz a un tímido intento de democracia con Madero, el cual fue abatido por una generación de generales que volvieron a concentrar el poder de manera férrea, el cual sólo se arrebataba con la muerte de quien le detenía. El PRI fue la dictadura perfecta y es tal vez hasta Zedillo que la democracia en realidad se asomó en nuestra patria.

Es momento de demostrar —como mexicanos— si queremos empoderar un nuevo Huey Tlatoani en la figura de AMLO o si preferimos darle nuestra confianza en el cambio que pregona, pero por lo mismo también exigirle que no se separe de la legalidad, que fortalezca las instituciones públicas de nuestra patria y no desaparezca de manera fulminantela división de poderes, que aunque enclenque, aún existe en nuestro país.

Tardará más el cambio si no detenta todo el poder real a través de los delegados únicos, compras absolutas de Hacienda y todo lo que ha propuesto que atenta contra el sistema federativo que nos rige como nación. Sin embargo, si procede de manera democrática y cumpliendo con los mandatos de la Federación, logrará que la democracia crezca y tal vez, lo más importante: que los mexicanos en nuestro conjunto y de manera personal, entendamos y pugnemos porque el cambio depende de todos, que construimos y mejoramos (o empeoramos) el país entre todos, no con una sola persona. Tal vez si lo logra, hará lo que todo padre o gran tlatoani debería buscar: la emancipación e independencia de sus hijos, forjando hombres y mujeres capaces y no nenes consentidos, también llamados “hijos de papi”. Momento de que AMLO sea estratega y no jugar a concentrar el poder. Momento que todos seamos ciudadanos y no dependientes de un gran tlatoani.