Esta semana, la otra economía más grande de América Latina, Brasil, puso en la discusión pública una reforma constitucional de 2016 que, a la luz de la situación inusitada que vivimos en 2020, se ha vuelto controvertida: los gobiernos emanados de izquierda de Lula, el de Dilma Rouseff y el de Michel Temer, siguieron algunos principios generales de disciplina fiscal, ahorro y aversión al endeudamiento público, que terminaron por ser parte de su carta magna. En ese país, existe una prohibición constitucional de que el gobierno gaste más de un determinado monto, cuyos parámetros están fijados por una fórmula que puede resumirse en no gastar lo que no se tiene, y limitar también de forma importante el monto de endeudamiento. En suma, convertir la salud fiscal en un principio constitucional. No suena mal, y es la política que el propio presidente de México ha vuelto práctica cotidiana, aún en estos momentos de crisis económica.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha expresado una preocupación que, si despojamos de su peculiar estilo discursivo, merece que al menos la consideremos para refutarla con argumentos, y no con más retórica. El mandatario sostiene que si el gobierno no gasta de forma extraordinaria en estas circunstancias, las inversiones no tendrán incentivos para llegar o quedarse en Brasil, y sin inversiones no se tendrá dinero para nada, prolongando la recesión.

Esto nos obliga a hacer dos consideraciones. La primera, que a veces no queda clara en la prensa, y que es la composición del Producto Interno Bruto. Cuando los medios de comunicación y algunos personajes políticos encuadran el crecimiento, lo limitan al PIB, pero ni siquiera parecen tener claro cómo se conforma. Que la siguiente fórmula no los desaliente a seguir leyendo, les prometo que es muy sencillo entenderla: PIB = C+G+I+ (EXP-IMP); en palabras simples, el PIB es el resultado del consumo, más el gasto gubernamental, más las inversiones (privadas, se entiende), más el resultado de restar exportaciones e importaciones. Este último puede ser positivo o negativo, y es lo que se conoce como balanza comercial. Naturalmente, para el crecimiento de un país, es mejor que las exportaciones sean más que las importaciones, para que el resultado se sume, y no se reste.

Así las cosas, una de las grandes preguntas durante una recesión o depresión, es cuál de los factores de esa ecuación debe detonarse primero para que los otros se muevan y el resultado se equilibre. Lo que el presidente brasileño sugiere es que si no sube el gasto de gobierno, el resto de los factores permanecerán negativos. Esto no necesariamente es cierto.

Durante muchos años, se creyó que el gobierno, además de ser el prestamista de última instancia, debía ser el principal contratista de un país; esa es la razón de que muchas empresas estuvieran dispuestas a hacer lo que fuera por obtener contratos gubernamentales. La desventaja de ese punto de vista es que, precisamente en la década de los ochenta, llevó a una crisis global de deuda pública, con gobiernos demasiado endeudados que trataban las unidades económicas con una lógica política y no financiera, por lo que se gastaba demasiado dinero pero no se generaba ninguna riqueza. Era, básicamente, un modelo que alentaba la mala administración.

Este es el temor que subyace en los gobiernos de izquierda que la última década han gobernado en América Latina. La experiencia histórica de países arruinados porque se les hizo fácil pedir dinero, asumiendo que luego lo podrían pagar, pero que en lugar de invertirlo en proyectos productivos o créditos controlados que aseguraran su retorno, lo dilapidaban como si no hubiera mañana. A esa irresponsabilidad en el endeudamiento y el gasto siguieron las devaluaciones, la inflación descontrolada (de más del 100% en algunos años) y más, mucha más pobreza. Esa crisis fue la que, al final, posibilitó la instauración del modelo neoliberal, hoy fracasado. Al día de hoy, sin embargo, son esos economistas del libre mercado los que presionan para que los gobiernos se endeuden todo lo que puedan, y gasten todo lo que puedan. Las posiciones han cambiado, y no deja de ser revelador.