La propaganda se parece al dinosaurio de Monterroso: cien años después, aún sigue aquí. La información parcial y sesgada, como medio para influir en las personas, es una herramienta que emplearon los ingleses, los nazis, los soviéticos… y algunos bufones de los medios actuales, como Antonio Attolini, el imperecedero pasante de Ciencias Políticas que ha decidido convertirse en el John Ackerman de los millennials.
Attolini, ex integrante del movimiento Yo Soy 132, ex colaborador del programa televisivo Sin Filtro, ex simpatizante del perredismo y ahora promotor del morenismo, comenzó una videocolumna en Diario de Confianza, denominada «Queridos Mazapanes». En el proyecto multimedia de Jorge @callodehacha Avilés se le ha dado cobijo a este personaje, lo que habla bien de su pluralidad, mas no de la calidad resultante.
De hecho, la participación de Attolini parece una caricatura de lo que hace su correligionario John #TengoDosDoctorados Ackerman, el ruidoso autor de la videocolumna La Batalla por México, que presenta la edición de Russia Today para México. Mientras el académico naturalizado mexicano hace giros y expresiones que son congruentes con su origen y formación, Attolini hace impostura: critica como especialista, pero no lo es; critica el privilegio, pero es hijo de él; incluso, en menos de tres minutos, se contradice y primero fustiga el conocimiento que surge de la academia y estudios universitarios, para luego sostener que esos mismos universitarios son ignorantes que repiten los dichos del tío el sabelotodo, del maestro de la prepa o de un meme, «a la hora de debatir, confrontar y tomar postura».
Una de las figuras más baratas de la propaganda populista es la del iluminado fascista, un sujeto sin estudios, pero que, por obra y gracia de una inspiración superior, cuenta con el conocimiento revelado para desenmascarar a los cultos, demostrar que no entienden el mundo y traer un entendimiento superior de las cosas. Attolini se pone la capucha de ese iluminado totalitario y hace su show.
Así, el eterno pasante ataca a los que «todo lo saben y todo lo entienden», «condecorados con elegantes títulos universitarios y diplomados, poseedores de fichas bibliográficas interminables que vomitan cada vez que tienen oportunidad, pero son incapaces de poder ofrecer una respuesta que valga la pena para entender el mundo como es, no como les gustaría que fuera». ¿Y cómo este profeta entiende la realidad del mundo, que ha sido negada a los instruidos? ¿Cómo se pasa de porro cazador de la nómina a niño mesías que le endereza la plana a los sabios del templo?
Otra de esas jugadas del propagandismo chafa —además de la de calificar de ignorantes a los que no comparten la buena nueva predicada— es el catastrofismo: sostener que en 2018 «nos estamos jugando los siguientes 20 años de desarrollo en el país» no solo es exagerado, es una total tontería. Cada periodo de gobierno se pone en juego el futuro de las siguientes décadas. Los llamados al Día del Juicio evidencian la desesperación de una generación que ve alejarse, junto con su condición veinteañera, a las posibilidades de insertarse en las elites del poder. Ni modo, al llegar a los treinta no les queda más que ponerse a trabajar en su profesión y dejar de hacerle a la joven promesa que cobra porque tiene futuro: eso es lo único que está en juego, su porvenir particular, no el del país.
A la gente que critica, Attolini los llama mazapanes y pierde la lógica en su diatriba: incoherentemente, primero los acusa de huir de cualquier tipo de confrontación con opiniones opuestas, para luego decir que sí debaten, confrontan y toman postura. De la misma forma, delirantemente los tilda de presuntuosos académicos, para luego tacharlos de ignorantes que repiten irreflexivamente lo que escucharon en tertulias o vieron en memes.
No obstante, la definición de mazapán no la pone en su videobodrio, sino en un tuit posterior: mazapán es «una persona frágil y privilegiada que se da el lujo de poder decir que como las cosas son muy difíciles no le va a entrar a la lucha hasta que “cambien” (así, solas y por arte de magia)».
Estas personas son las depositarias de su odio, la raza de víboras y sepulcros blanqueados a la que no soporta por su condescendiente actitud —con la que dice que ignoran la complejidad de los problemas sociales—, así como por «sus aires de grandeza y superioridad moral con los que flotan por encima del lodo a la hora de andar por el mundo».
La falta de originalidad del producto de Attolini se da hasta en los términos: al igual que Ackerman, esta versión simi junior anuncia que dará «la batalla política, pero sobre todo cultural» contra los mazapanes, todo con el propósito de convencer de que «las cosas no solo deben, sino que pueden ser diferentes».
La videocolumna, producida con música épica de fondo, merece una sonora trompetilla: de entrada, resulta desatinada e ilógica una crítica formulada por un favorecido, desde su privilegio, que ataca a quienes no aceptan su movimiento. Peor aún es que haga esa exigencia de conformidad ciega aduciendo que su movimiento logrará el cambio, aunque siga quedando a deber los «cómos» factibles de unas metas que, además, no son necesariamente compartidas por todos.
Las contradicciones de su discurso son delirantes: primero reclama la supuesta indiferencia con la que la gente sostiene que las cosas no van a cambiar, para enseguida exigir una aceptación acrítica de la fe revelada, que sostiene que las cosas cambiarán porque el Movimiento así lo dice: los acusa de falta de reflexión, pero requiere adhesión irreflexiva, sin cuestionamiento.
La mayoría de los que Attolini llama mazapanes son el target que Morena tendría que convencer, en lugar de agredir, mismos que no aceptan el evangelio del cambio esperanzador, no por parsimoniosa indiferencia o actitud condescendiente, sino porque la propaganda recurre a las verdades a medias, a la selección tendenciosa de hechos (presenta unos y omite otros) con el fin de apelar a la emoción, en lugar de a la razón. Cuando se promete cobertura total de la educación superior, becas para todos u otras ideotas que con una sumadora se evidencian como imposibles, el oyente desecha el discurso por demagógico. En donde el profeta señala apatía, lo que hay es desprecio a la mentira de pésima factura.
Cuando el destinatario de estos mensajes es alguien que entiende de Economía, Derecho o Políticas Públicas, el denominado Proyecto Alternativo de Nación aparece como un catálogo de ocurrencias y puntadas, que desconoce costos, no define correctamente los problemas, mucho menos identifica sus causas y por supuesto que no propone soluciones factibles.
Dice Attolini (que se presenta con la muletilla «como atole, pero con doble “t) que «a los mazapanes se les acabó la fiesta». Dado que Antonio no soporta que comenten las opiniones que él da sobre los asuntos públicos, la pregunta que debe hacerse es si en realidad la fiesta apenas comienza, porque hay varias voces que pueden refutarle sus disparates… o si su videocolumna pasará sin pena ni gloria, dadas las contradicciones, posverdades, falacias e incoherencias que saturan su prédica al coro.
La cineasta Nora Ephron sostuvo que «los locos siempre están seguros de que están bien. Sólo las personas sanas están dispuestas a admitir que están locas». Attolini está seguro de que él está en lo correcto y los mazapanes son los equivocados. Saque usted sus conclusiones, amable lector.