Jaime Torres Bodet (1902-1974) se suicidó el 13 de mayo de 1974. Se dio un tiro y la versión oficial estableció que fue para dar término a un prolongado cáncer. Como parte de mi investigación de tesis de licenciatura, en 1989 entrevisté al escritor Rafael Solana (1915-1992), quien fuera su secretario particular cuando ocupó la Secretaría de Educación Pública por segunda vez con Adolfo López Mateos (1958-1964), y amigo cercano durante los últimos años de su vida. Solana desmiente esa versión, pues afirma que su estado de salud era óptimo, que su decisión fue un libre acto de voluntad, “cortó su vida en el momento en que estaba en la cumbre de su poderío intelectual y, en cierta manera, físico”. En el 40 aniversario de su muerte publiqué un fragmento de dicha entrevista, “El suicidio de Jaime Torres Bodet” (SDPnoticias; 24-05-14). Desde entonces, se me ha solicitado de manera reiterada que la publique por entero. Actualmente reviso la tesis Obra diplomática y educativa de Jaime Torres Bodet. La he actualizado reconvirtiéndola en el ensayo monográfico Jaime Torres Bodet, los Contemporáneos y la dorada prisión de la burocracia -que pronto aparecerá de manera gratuita en el internet en tanto que algún interesado se anima a publicarla en forma de libro-. En el apéndice del ensayo viene incorporada la entrevista que aquí adelanto en su forma íntegra:
Entrevista con Rafael Solana
Héctor Palacio: ¿Cómo, cuándo y en qué circunstancias conoció usted a Jaime Torres Bodet?
Rafael Solana: Cuando hicimos la revista Taller Poético. Bueno esta revista la hice yo solo, después la convertimos en Taller (1938-1941) Octavio Paz, Efraín Huerta, Alberto Quintero y yo. Pero desde Taller Poético (1936-1938) busqué yo al señor Torres Bodet para pedirle su colaboración como poeta para esta revista que reunía a todos los poetas no solamente de mi generación, sino hablo de las generaciones anteriores. Encontré en él la mayor disposición para acercarse a los jóvenes que le teníamos un gran respeto como poeta, como hombre de letras y como figura nacional. También, además de su colaboración en verso le pedí, como a otros, un ensayo para conmemorar el cuarto centenario de Garcilaso de la Vega. Él fue el único de los artistas ya consagrados en ese tiempo que me entregó un ensayo. Y con él, uno mío y uno de Alberto Quintero, publicamos el librito Tres ensayos de amistad lírica para Garcilaso (1936). Siempre lo encontré muy cordial. Pero en esos momentos jamás hablamos de ninguna otra cosa que no fuera la poesía y su carrera poética; a la que teníamos en la más alta estima.
HP: ¿Cómo se dio entre ustedes la relación profesional, intelectual y de amistad en los diez años en que usted trabajó con él?
RS: Posteriormente al primer acercamiento, visité al señor Jaime Torres Bodet en París, en la embajada (embajador entre 1954 y 1958). Él tenía la bondad de leerme algunos capítulos de la obra que en ese momento estaba preparando, que era el Balzac. De la misma manera que yo había ido antes a la Secretaría de Relaciones Exteriores a leerle capítulos de obras mías, nos intercambiamos opiniones, consejos; quiero decir, que él me los daba a mí, no de ninguna manera que yo los diera a él. Pero un día nuestra relación cambió por completo al acudir yo a su casa un último de noviembre de un año que será fácil precisar (1958). Él había publicado un libro y yo fui a agradecérselo y a comentárselo. Esa tarde, después de que hablamos de poesía, cuando yo me levantaba para irme, se atravesó él en la puerta y me dijo, “lo necesito a usted” y dio un grito: “¡Josefina!”, para que bajara su mujer de la parte alta de la casa de la calle de Güemes: “ven a conocer a mi nuevo secretario particular”. Entonces yo me asombré mucho porque no sabía que al día siguiente se publicaría la noticia de que él era el nuevo ministro de Educación Pública para el gabinete de don Adolfo López Mateos. Y efectivamente, el primer día de trabajo, a las 9 de la mañana, concurrí yo a una cita al Salón Bolívar. Me encontraba en las escaleras a compañeros periodistas, creían que yo iba también a reportear la nota. Nos pusimos todos en torno a la mesa, él salió, dijo unas palabras y entonces agregó: “mi primer nombramiento es el de secretario particular”, y dijo mi nombre; pues estaba yo ahí. Desde ese momento a las diez de la mañana de un dos de diciembre empecé a trabajar con él y no lo dejé hasta las diez de la mañana del dos de diciembre de seis años después.
HP: Es decir, primero se entabla una relación intelectual, literaria y después una relación de trabajo.
RS: Así fue. La relación literaria fue muy anterior a la otra. Aunque la relación de trabajo no cesó la relación literaria, puesto que después de que toda la semana trabajábamos administrativamente, el domingo nos reuníamos Arturo Arnaiz y Freg (1915-1980) y yo con don Jaime para ese día sí hablar de poesía o para que nos leyera los capítulos que iba escribiendo de sus memorias.
HP: Cierto, él en sus Memorias relata que ustedes se reunieron durante los últimos años de su vida para redactarlas y leerlas los fines de semana.
RS: Eso es, él contaba con que Arnaiz le haría alguna puntualización en materia histórica -porque Arnaiz era un gran historiador- y que yo tal vez le daría algún consejo en materias gramaticales. Porque siendo don Jaime un estupendo dominador de nuestro idioma -como antes que español había aprendido francés en su casa; y aunque también era académico de México- algunas veces cometía algún galicismo sin darse cuenta, en ese momento entraba yo. Pero muy rara vez le pude enseñar yo alguna falta que inmediatamente advertía y corregía.
HP: Como usted menciona, él aprendió el francés muy bien en su niñez, y eso nos remite a pensar en su relación familiar, que fue muy estrecha sobre todo con la madre. Refiriéndonos a esta juventud, a esta infancia, ¿cuál es la influencia materna y la paterna en él?
RS: La paterna es mucho menor que la materna. Él estaba en su casa, nunca fue a la escuela primaria; todo lo que supo lo aprendió de manos de su madre que era francesa, doña Emilia.
HP: ¿Y el padre?
RS: El señor Torres Girbent era catalán. Don Jaime era por parte de padre y madre hijo de extranjeros. A eso se debe que una vez –le puedo contar una anécdota con cierto detalle-, él salía para Francia con su mujer en viaje de descanso, de vacaciones (tomaba unos días cada año y se iba a París). De pronto el sonido del avión dijo: “no se alarmen ustedes, vamos a regresar un momento pero enseguida nos volveremos a ir”. Y aterrizó el avión y estaban esperando a don Jaime unos enviados del presidente de la república al pie del avión. Lo metieron en un coche y rápidamente, con sirena, se lo llevaron al Palacio Nacional, lo subieron por el elevador privado e inmediatamente fue al despacho de don Manuel [Ávila Camacho]. Entonces don Manuel le dijo: “don Jaime, he pensado que sea usted mi sucesor”; y le dijo don Jaime, “eso no puede ser señor presidente, porque lo prohíbe el artículo 82, que haya hijos de extranjeros que aspiren a la presidencia”. Y don Manuel que era muy buena persona dijo, “bueno, eso podría arreglarse”. Entonces don Jaime dijo cortantemente, “mal principio para un presidente que empieza por burlar la Constitución” [lo que se confirmaría más adelante, cuando Salinas de Gortari arregló la Constitución para que el PAN llegara al poder con Vicente Fox]. Entonces dio por terminada la conversación con el presidente, se regresó a su auto, se regresó al avión y siguió a Francia y nunca más se volvió a hablar del asunto. Cuando terminaba él su período bajo López Mateos, se inquietó nuevamente la opinión, también pensando que sería un excelente presidente y hubo quien lo promoviera. Me veían a mí, que era su secretario particular, para saber cómo recibiría él esas ofertas y yo les hacía saber que las recibía muy mal, que por favor no fueran a hacer ninguna. Y así, no hicieron ninguna proposición para que se volvieran a inquietar y fuera uno de los “tapados” sucesores de don Adolfo López Mateos.
HP: Sí, he sabido de este comentario sobre la posible sucesión de Ávila Camacho hacia el señor Torres Bodet. Sin embargo no existe algo, al menos lo desconozco, escrito sobre el asunto.
RS: Eso me lo contó a mí en lo particular y lo puedo decir ahora que están muertos los dos, pero yo en vida de ellos nunca lo comenté ni lo publiqué, pero así fue.
HP: Volviendo otra vez con la relación familiar, es conocido que su madre lo acompañó en sus viajes dentro de lo que yo he llamado el “peregrinar diplomático” que él realizó; el padre murió veinte años antes que ella, en 1923. ¿Cuál fue la relación con el padre, distante?
RS: No, no fue muy distante, era una familia muy integrada, pero el padre era un hombre de negocios que tenía en aquel tiempo la administración del teatro Esperanza Iris, donde daba temporadas de ópera. Por ejemplo, él trajo a Enrico Caruso a hacer temporadas ahí [sería en 1919, cuando el legendario tenor napolitano estaba de gira y cantó también en el Toreo de México; colonia Condesa]. De modo que el padre se dedicaba a los negocios y dejaba al niño en la casa, absolutamente al mando de la madre; como hijo único. De la madre sí fue estrechísimamente ligado don Jaime, siempre.
HP: Dejando de lado por un momento al poeta, al escritor, y atendiendo la vida profesional de Torres Bodet, que iniciaría como secretario de la Escuela Nacional Preparatoria y en seguida como secretario particular de José Vasconcelos, ¿cómo podría periodizarse su vida pública?
RS: La vida pública de Torres Bodet se podría periodizar de esta manera: en cuanto él fue estudiante –ya le digo, no pasó por la primaria, sino que entró directamente a la preparatoria- fue especialista en la literatura francesa que conocía muy bien y pronto dio cátedra de ello en la Facultad de Altos Estudios. Entonces se abrían ante él dos caminos, uno era el de la docencia y otro el de la diplomacia, que le ofrecía un campo de curiosidad a sus viajes y a su ansia de saber y de conocer más el mundo.
Se preparó tan rigurosamente a la carrera diplomática y presentó un examen tan brillante, que el ministro de Relaciones, Genaro Estrada, le hizo una concesión que no hacía a nadie, que es darle a escoger el lugar donde quisiera él, porque había terminado con las más altas notas. Una de sus características era conocer el idioma francés tanto o mejor que el castellano. Conocía también el idioma inglés, el italiano y se preparó en el estudio de las leyes relacionadas con la diplomacia, derecho internacional, así de brillantemente. Por ejemplo, para compararlo, José Gorostiza, que también era un gran poeta y que también llegó a ser ministro de Relaciones Exteriores, debutó haciendo paquetes en Manchester y don Jaime debutó donde él quiso. Escogió las más grandes delegaciones, porque en ese tiempo no había embajadas: en Francia, en París, en Madrid, donde trabajó al lado de don Enrique González Martínez, y en Buenos Aires, que eran grandes capitales. Posteriormente, ya como embajador, debutó en Bélgica y luego fue un brillantísimo embajador en París, donde encabezaba el cuerpo diplomático. Lo que en otras partes hacen los decanos o los nuncios apostólicos, él lo fue por su propio prestigio, pues en Francia era la autoridad más buscada y más respetada entre los diplomáticos; incluyendo los embajadores de los Estados Unidos, Rusia e Inglaterra, que eran países más importantes que México en el mundo diplomático parisino (hay que considerar que ya había sido director general de la UNESCO entre 1948 y 1952).
HP: Entonces la periodización comienza en esta época, en la que él decide asumirse como diplomático y que presenta sus exámenes.
RS: Sí, y sigue la carrera con mucho cuidado, con muy riguroso cumplimiento para ir escalando los puestos uno por uno, hasta llegar al más alto de todos que es el de ministro de Relaciones, que sólo dejaría para ir a un puesto más alto todavía, que es el de ministro de educación del mundo entero, la UNESCO.
HP: ¿Puede analizarse su vida pública en términos de los puestos que iba ocupando, es decir, por períodos concretos de tiempo?
RS: Bueno, en realidad estos puestos le servían para relacionarse. Por ejemplo, fue muy amigo de toda la generación del 27 en España, de García Lorca, de Alberto del Toro Aguirre, de Pedro Salinas, de todas estas personas. Y también en Buenos Aires de las grandes figuras. Y en París de Paul Valéry, Valery Larbaud, de los más grandes literatos de su tiempo. Porque conectaba su actividad diplomática con la actividad literaria, no se estorban la una de la otra. Grandes poetas mexicanos han sido grandes diplomáticos.
HP: ¿Cuáles considera usted que sean los momentos cruciales de su labor diplomática?
RS: En su vida diplomática hubo momentos muy difíciles, muy ásperos. Por ejemplo, cuando Lázaro Cárdenas decretó la nacionalización petrolera se presentaron momentos sumamente difíciles porque las naciones europeas dueñas del petróleo, como Holanda, decidieron confiscar el petróleo mexicano que iba en barcos para ser desembarcado en puertos de Europa y don Jaime recibió uno de sus encargos más graves, que fue el contrarrestar ese boicot. Pero los momentos culminantes de su carrera son sin duda sus tres ministerios. Fue ministro de Educación dos veces y de Relaciones una. Y le tocó participar, al final de las guerras, en la formación de algunas instituciones internacionales como la OEA, la UNESCO y las Naciones Unidas.
HP: ¿Cuáles serían los sustentos filosóficos principales de la obra diplomática y de la obra educativa?
RS: El principio básico de su carrera diplomática fue la defensa de los intereses y de la dignidad de México, y esto lo sostuvo aun a riesgo de peligro de su vida en algunas ocasiones, como en el “bogotazo” (9 de abril de 1948; que inició con el asesinato del líder popular Jorge Eliécer Gaitán), o con enfrentamientos frontales con los Estados Unidos. Por ejemplo, cuando en el palacio de Quintandinha, Brasil (1947), se “encharcaron” las conversaciones que tenían ahí los ministros de Relaciones de todo el continente. Se leía un proyecto del general Marshall para que toda América fuera solidaria con los Estados Unidos y don Jaime se opuso al texto con gran escándalo de todos los demás diplomáticos. El señor Marshall se levantó y se fue. Se interrumpió la sesión y por la noche fueron los embajadores y los ministros de tres o cuatro países a rogarle a don Jaime que no tuviera esa temeridad de enfrentarse a los Estados Unidos; que los ponía a todos en un brete, en una dificultad muy grande. Y don Jaime insistió y dijo: “pues si no se modifica esto yo no lo firmaré y diré públicamente mis razones y ustedes quedarán en ridículo ante sus propios países”. Se fueron muy enojados todos. Se reanudó la sesión al día siguiente y al llegar al mismo punto, otra vez se volvió a interrumpir. Se levantaron todos para tomar un café, para fumar un cigarro, para desacalorarse, y se quedaron en la mesa solamente Marshall y don Jaime. Entonces Marshall se bajó los lentes que tenía sobre la nariz y mirando a don Jaime le dijo: “Ya sé lo que usted quiere don Jaime; usted quiere un mapa que defina en qué terrenos una agresión a un país americano puede o debe motivar la solidaridad de todos los demás”. Y don Jaime le dijo: “naturalmente, porque nosotros no vamos a responder a una agresión que le hagan a ustedes en Berlín, en Corea o en Vietnam, eso no tiene nada que ver con nosotros”. “Muy bien -dijo Marshall-, entonces vamos a dibujar un mapa con una línea que diga que si la agresión tuviera lugar en este territorio señalado por esa línea, todos los países americanos responderán a la agresión que se haga a uno de ellos”. “En ese momento firmo, en el momento en que se haga ese mapa, yo firmo”. Esa misma noche fueron los mismos embajadores y ministros de relaciones de otros países -que antes habían venido a reclamarle que era un temerario al oponerse a los Estados Unidos- a decirle: “señor, de la que nos ha salvado usted, no habíamos advertido ese peligro pero ahora estamos a salvo de él”.
HP: Bien, ¿y el sustento filosófico de su obra educativa?
RS: Él tenía la idea de que la educación es la respuesta de todos los problemas de México, que una buena educación disminuiría la criminalidad, la corrupción, la falta de trabajo; que todo lo resolvería la educación. Pero tuvo una idea particularmente cara: que la educación más importante para el pueblo mexicano era la educación técnica. Él temía en el fondo que le fuese reprochado algún lirismo como poeta que era. Temía que le fueran a decir: “usted está pensando en la alta cultura solamente y no en la cultura del pueblo”. Entonces exageró en el sentido contrario y lo que creó fue la secundaria técnica, las demás escuelas técnicas, institutos técnicos para capacitar a los mexicanos para en los más cortos años de edad empezar a ganarse la vida. Y así creó institutos de capacitación para hacer zapateros, para hacer fabricantes de automóviles y de piezas, etcétera. En su tiempo la educación técnica caminó con notable rapidez. Creó la educación normal y la intensificó mucho porque dijo: “cómo podemos intensificar la educación si no tenemos los bastantes maestros”. Entonces fundó el Instituto de Capacitación del Magisterio y, con mucho impulso, animó a las escuelas normales rurales.
HP: ¿Por qué decide Torres Bodet el retiro a la vida privada después de ser por última vez secretario de Educación Pública?
RS: No lo decide él. Habría sido un excelente nuevo ministro de Educación si hubiera sido llamado para ello por el nuevo presidente. Díaz Ordaz, con quien yo conversé ampliamente acerca de esto, me dijo que le había ofrecido muchos puestos muy importantes, entre ellos la embajada de Francia, que ya don Jaime había tenido. La rehusó porque dijo que ya por ahí había pasado, que era regresar. Y nada más una sola cosa le aceptó, su representación personal como enviado a la toma de posesión del presidente de Colombia. Pero otros puestos que le fueron ofrecidos, él no los quiso. En el fondo habría querido seguir siendo ministro de Educación, para no dejar incompleto el plan que había esbozado para el mejoramiento y la ampliación de la educación en México (el Plan de Once Años). No se pensó en él para eso y llevaron a otro ministro, al señor Yáñez (el escritor Agustín Yañez). Entonces, don Jaime pensó que nada de lo que le podrían ofrecer le interesaba.
HP: ¿Existe un punto de reunión entre su obra política y la literaria?
RS: Encontraríamos un punto de contacto entre su obra política y su obra literaria en los discursos. Esto es porque sus discursos, que siempre tienen un enorme contenido político, filosófico y social, están tan excelentemente escritos que son en sí mismos obras de arte, obras literarias.
HP: ¿En algún momento se sobrepone la obra política a la literaria?
RS: El dio tanta importancia a su obra, no digamos política, era administrativa; él nunca perteneció a ningún partido político, no fue priísta ni de ningún otro. Su obra administrativa, mejor que política, la puso tan por encima de la otra que, por ejemplo, renunció en todo el tiempo que fue ministro la segunda vez, a pertenecer al Colegio Nacional porque las nóminas venían con un cheque para don Jaime como miembro, y él se negó a recibirlo, absolutamente, durante esos seis años y esto motivaba que tenían que devolver las nóminas a la tesorería y volver a hacer otras nuevas. Fue un verdadero lío, pero él se negó absolutamente a hacer otra cosa durante sus seis años en que ministró. A su obra literaria no le dedicaba más que los domingos.
HP: ¿Qué lugar merece, dentro de las letras mexicanas, la obra poética y ensayística de Torres Bodet?
RS: Yo creo que el tiempo le dará un lugar mejor que el que ahora le dan. Pienso que fue un dominador del idioma, tan perfecto, tan rico y tan elegante como Alfonso Reyes mismo, que es el que va a la cabeza, y un poeta tan importante como González Martínez o como Carlos Pellicer, que son los que ponen muy en alto actualmente; y para mí, supera a todos los demás.
HP: ¿Existió alguna clase de frustración o decepción en Torres Bodet por la falta del debido reconocimiento a su obra intelectual, en términos genéricos digamos, y a su obra ensayística, literaria, poética y novelística?
RS: Yo creo que él no llegó a conocer, ni tal vez a imaginar este desdén, este desconocimiento de su obra que posteriormente a su muerte se produjo; porque en sus tiempos sí era muy apreciado. Quién sabe hasta qué punto en este aprecio y en este comentario que le hacía la prensa nacional e internacional influía el resto de su personalidad, es decir, su aspecto de gran personaje de la vida. Sí se le reconocía mucho, y ha sido después de su muerte cuando se ha fingido ignorarlo, pero volverá, saldrá a flote.
HP: Sí, pero hubo ciertos momentos en que los puntales de la literatura, quizá no tanto de la poética como de la novelística en México, son otros, digamos otros estilos, como los que genera la novela de la Revolución. Los Contemporáneos y en específico Torres Bodet, tenían otro estilo, otra forma de crear. Es decir, en ese momento quizá no había tanto público para su narrativa.
RS: Don Jaime es posterior a la novela de la Revolución, pero él tenía gran admiración por los novelistas de la Revolución. Entre las figuras que más admiraba él, al que tenía en más alto punto de su propio altar era o don Martín Luis Guzmán, y era amigo, que lo quería muchísimo, de Rafael F. Muñoz, de quien se hacía acompañar a los viajes a América del Sur, cuando fue ministro.
HP: ¿Aparte de escribir sus memorias, a qué otras actividades solía dedicarse Torres Bodet en los últimos años de su vida?
RS: Solamente escribía sus memorias. Aquí puedo decirle una cosa personal mía. Creo que don Jaime había ya proyectado terminar su vida al concluir sus memorias y que la prolongó un año más porque yo le hice notar que se necesitaba un último tomo más. Él decía que no se necesitaba porque a esa época que va entre el final de Tiempo de Arena (1955) y el principio de los otros volúmenes de sus memorias, aludía constantemente. Yo le insistía mucho en que no bastaba que aludiera, sino que tenía que organizarlo todo. Por fin lo convencí y se tardó un año en escribir Equinoccio (1974; en 1961 habían salido reunidos los primeros cinco volúmenes de sus Memorias) y el día mismo en que devolvió las pruebas a la casa Porrúa, fue cuando se suicidó.
HP: Usted escribió en el prólogo a su obra novelística, editada por EOSA, que él renunció a la vida por designio propio. ¿Por qué eligió esto?
RS: Él encontró que ya no tenía nada que hacer en la vida. Terminada su obra literaria con la redacción de sus memorias, terminada su obra administrativa con el remate de su segundo período [como secretario de Educación] y terminada su obra diplomática al cumplir 65 años de edad -que es la edad que se pone de límite a los embajadores-, encontró que no tenía nada que hacer. Su familia era solamente su esposa, no tuvo hijos, ni sobrinos..., algunos sobrinos, pero más bien del lado de su mujer. Entonces encontró que era ocioso seguir viviendo. Se ha dicho que padecía de cáncer o de alguna cosa; nada de eso es cierto. Yo estaba tan cerca de él que lo veía ir -lo acompañaba incluso- a ver a sus médicos, uno de los cuales era Césarman (Teodoro) que vive, otro de los cuales era el hijo de Marte Gómez, que vive también; otros eran los Cueto. Todos ellos viven y podrían decir, si fueran solicitados, que don Jaime lo único que padeció en el final de sus días fue una especie de fractura, una fisura en el coxis de un tropezón que dio dentro de su propia biblioteca y que lo obligó a guardar la silla de ruedas durante un corto tiempo y luego a caminar con un bastón durante otro corto tiempo; pero esto no lo afligía, su vida intelectual y mental era tan intensa como siempre.
HP: ¿Solía ir al teatro, a la ópera o al cine?
RS: Solía ir a las tres cosas y siempre estaba muy enterado de todo, no solamente en México sino en el extranjero. En París iba a los estrenos, a la ópera, a todo, y la patrocinaba en México generosamente.
HP: En una publicación de la Universidad, Ensayos contemporáneos sobre Jaime Torres Bodet, usted establece la relación entre la destrucción de un templo japonés y la decisión de Torres Bodet de terminar con su vida.
RS: Sí, la lectura de un libro que se llamaba El templo dorado, de Misihima -autor japonés que ahora es muy conocido, que ya se ha divulgado y ha sido muy traducido, pero en aquel tiempo no lo era [se refiere a El pabellón de oro, 1956, de Yukio Mishima, escritor que culminaría su existencia con un suicidio, tema fundamental en su obra y su vida; ver, por ejemplo, la estética belleza del filme El rito de amor y muerte; escrito y dirigido por el propio Mishima en 1960]-, lo impresionó mucho y también la anécdota de un pintor francés que en este mismo momento no recuerdo quién es, pero lo tengo apuntado en alguno de mis escritos acerca de esto, que el día en que terminó de pintar los plafones del Palacio de Versalles se presentó ante el rey y le dijo “he terminado mi obra”; y ese mismo día se suicidó [¿François Lemoyne?, 1688-1737]. Don Jaime estaba muy impresionado por esta destrucción del templo de oro, que era tan perfecto que no valía la pena esperar a que se deteriorase, sino cortarle, poner el incendio antes de que comenzara a declinar. Quizá haya algo de aparentemente vanidoso. Piensan que él se consideraba perfecto, pero él había ya culminado lo que se había propuesto en vida, ya lo había realizado y no quería deteriorarse irse a menos. Hubo tres muertes de amigos suyos que lo impresionaron muy hondamente. Una de ellas, la de Salvador Novo, que se tiraba de la cama a veces y se rompía la cabeza cuando estaba ya en el lecho de muerte... Otra de ellas, la de don Adolfo López Mateos, quien se quedó en estado vegetativo durante tanto tiempo. Otra, la de José Gorostiza, tal vez el más querido de todos sus amigos, que también se fue deteriorando, perdiendo el habla, el conocimiento de sus familiares, el uso de la palabra, el uso del pensamiento. Hasta quedar hecho una piltrafa, un guiñapo antes de morir. Don Jaime tal vez temió verse en ese estado penoso y cortó su vida en el momento en que estaba en la cumbre de su poderío intelectual y, en cierta manera, físico. Nunca fue un atleta ni muchísimo menos, pero sí era un hombre relativamente sano, la única lesión grave que tuvo fue la pérdida de un ojo por desprendimiento de retina. [En 1954, cuando viajaba de regreso de Cuernavaca a la Ciudad de México].
HP: ¿Cree usted que haya influido en Torres Bodet el hecho de que en años anteriores algunos de sus compañeros de generación también se suicidaron?
RS: No creo. Se suicidó Jorge Cuesta, pero él no tenía, no creo que tuviera particular aprecio por esa relación. De los Contemporáneos, al que más quería y apreciaba era sin duda a Carlos Pellicer.
HP: En Tiempo de arena (1955), comenta ampliamente sobre el suicidio de varios personajes en la obra de Dostoievski.
RS: Él estudió muy cuidadosamente a Dostoievski, es uno de sus constructores. Inventores de la realidad (1955) es uno de sus más bellos libros; pero no creo que hayan sido los...
HP: ¿Habría desde entonces un germen?
RS: Quién sabe. Esto lo saben los psicólogos que dicen que eso (el suicidio), es un sentimiento que trae escondido la gente y que los suicidios están determinados, ya que no es siempre un hecho –y en este caso es clarísimo que no fue un hecho concreto- lo que obliga ir al suicidio, como era el caso de Mauricio Urrieta, entre otros políticos. Y tampoco era un drama familiar, un drama de amor, ni un drama de enfermedad, como los suicidios de los artistas Jorge Negrete o Pedro Armendáriz, que al sentirse que estaban condenados a muerte, la precipitaron (el cantante murió en realidad a causa de un mal hepático contraído en la juventud).
HP. Salvador Novo ha dicho que Torres Bodet no tenía vida, que sólo construía su biografía.
RS: Sí, esa es una frase del viperino Salvador Novo; que siempre hacía frases ingeniosas. Pero, ¡cómo no va a tener vida!, una vida intensamente dedicada a México y al pueblo mexicano.
HP: ¿Se puede considerar de alguna forma como decadente la vida última de Torres Bodet?
RS: No, no llegó a decaer, se cortó la vida en el apogeo de sus facultades y de su prestigio.
HP: ¿Qué futuro ve usted en el conocimiento y reconocimiento de su obra tanto política, o administrativa, como intelectual?
RS: Creo que va a subir. Hay autores que tienden al alta, y autores que tienden a la baja, pero después de momentos malos, resurgen. Por ejemplo, lo estamos viendo, digamos en la música. Durante casi 50 años disminuyeron los prestigios de Liszt y Paganini, y ahora han vuelto a resurgir. Eso pasa mucho en las letras; autores que estuvieron olvidados, como Stendhal. Nunca fue un autor importante en su tiempo. Van Gogh en su vida vendió un solo cuadro, lo compró su hermano. Ahora es uno de los pintores más cotizados del mundo. Creo que cuando pasen las olas de popularidad inflada y motivada por los marchants o por los editores de algunos escritores mexicanos, sobre todo, pero en general de todo un boom latinoamericano, las cosas tomarán su nivel como las aguas y don Jaime va a subir mucho del aprecio que ahora se le tiene.
HP: Por último, ¿hay alguna otra anécdota que usted quisiera confiarme en su relación personal con Torres Bodet?
RS: Bueno, ya salieron dos o tres. Una anécdota que no es de mi relación personal con él sino de su vida pública, es cuando en Bogotá tenía que llevar al palacio donde se celebraban las conversaciones ciertos documentos y en el momento en que llegó había un tiroteo en la plaza donde estaba el Congreso, y él tranquilamente, sin apresurar el paso, comenzó a subir aquellas escalinatas. Don Rafael (Muñoz, el novelista), de los que iban con él, le dijo: “don Jaime, que nos están tirando”, y el otro respondió: “en estos momentos no soy Jaime Torres Bodet, soy México”. Y siguió con el mismo paso entre los tiros que le pasaban por todas partes, porque México no podía dar el espectáculo de agacharse o de esconderse; y siguió. Personalmente recuerdo un caso que es el siguiente. Me leía sus memorias, y al llegar a un capítulo en que él y su esposa abandonan París bajo las bombas, contaba que llevaba a un perrito que se llamaba “Bijou”. Y le dije, “don Jaime, por qué no suprime de su narración al perrito”, y me dijo: “de ninguna manera, es cierto, lo llevábamos”. “Bueno, pero va a dar mal sabor de boca”. Y replicó, “llevábamos al perrito y tiene que aparecer”. “Piense usted –le dije- que en la descripción que va haciendo, al lado de la carretera va la gente empujando alguna bicicleta, con sus colchones y llevan niños que van llorando de hambre porque no tienen qué comer en el camino. Y la gente se preguntará, ¿y este perrito iba comiendo?”; [perrito, por lo demás, llamado “Joya” en español]. Y don Jaime dijo: “Bueno, pues tiene razón”; y suprimió al perrito.
HP: ¿Se ha dedicado usted, posteriormente a la muerte de don Jaime, a algún tipo de trabajo en relación a su obra?
RS: De la obra de don Jaime escribí prólogos de poemas y de algunos libros suyos en prosa y de versos. Encabecé en el momento de su fundación el Ateneo Torres Bodet, que tenía por finalidad recordar la obra de don Jaime, difundirla y, cada año, hacerle veladas en su honor; en las fechas de su nacimiento o de su muerte. En los estatutos del Ateneo se decía que la presidencia fuera pasando cada seis meses a otra persona, y la última persona en que cayó ha dejado morir esa institución. Pero yo traté mucho de animarla durante algún tiempo.
Coyoacán, México; agosto de 1989.