Trabajar como voluntario de una organización internacional me ha permitido conocer uno de los países que más he admirado por sus políticas institucionales de avanzada en materia del reconocimiento a las libertades individuales, el respeto a los derechos y a la igualdad humana, y su compromiso con la democracia. Hablo por supuesto de la que se llama oficialmente, la “República Oriental de Uruguay”, un país que en muchos sentidos, debería ser un ejemplo de la grandeza que soñamos y que queremos hacer realidad los latinoamericanos.
Uruguay es un país en el que, como en realmente pocos, uno no se siente extranjero. Esto no es algo menor. El que es de fuera, el que no pertenece ni tiene raíz en la tierra donde vive, tiene hoy en día un 100 por ciento de posibilidad de ser señalado, incluso, perseguido. Sin embargo, mi porte de mexicano no me hace especial ni siquiera para las autoridades de Migración, que tienen como política la de recibir a cuanto extranjero llegue a estas lejanas tierras, distante 14 horas de viaje en avión desde Guadalajara.
Así que vine a Montevideo, a realizar un trabajo profesional que me mantendrá en estas tierras durante dos meses más, pero también a observar de cerca a una sociedad que ha impulsado el reconocimiento a derechos que todavía en México se siguen debatiendo, como el de los matrimonios igualitarios y la legalización de la marihuana. No exagero cuando digo que se trata de temas en los que Uruguay ha puesto el ejemplo, como lo ha puesto también respecto de su joven y sin embargo fuerte sistema institucional democrático, calificado como excepcional y reconocido en todo el mundo.
En el caso de la legalización de la marihuana, ocurrida durante el gobierno del mitico ex lider guerrillero, José “Pepe” Mujica (acá se pronuncia sin el acento que en automático le ponemos en México a la u del apellido) el resultado no sólo ha sido restar uno de los problemas de corrupción y seguridad que se cierne sobre la gran mayoría de los países del planeta como consecuencia del enorme poder económico, político y social que tienen quienes distribuyen esa droga, sino que ha propiciado una revalorización de la planta a niveles científicos, es decir, por las bondades medicinales y terapéuticas, en contrasentido de la leyenda negra construida en su entorno.
Lo que es sorprendente para cualquier visitante a este país de poco más de 3 millones de habitantes, son las dos pasiones más reconocidas de los uruguayos: el mate, y el futbol. El té de mate es gesto de identidad nacional y de amistad que se convierte en una ceremonia sin distingos de clases sociales. En el caso del futbol, los uruguayos lo viven con una pasión que sólo se supera por la que los medios y las redes sociales están exhibiendo por la política.
Y es que este país discute en estos días quiénes serán los candidatos presidenciales de los partidos para las elecciones de octubre, en proceso abierto a todos los ciudadanos, que se realizará el 30 de junio. Las encuestas indican que el gobernante Frente Amplio, del presidente Tabaré Vázquez, lleva una ventaja que oscila entre los 7 y los 15 puntos, pero todos los estudios identifican que del lado de la oposición, la intención de un voto que pueda disputarle el poder a la izquierda, la aglutina el Partido Nacional.
Hace unos días, una empresa mexicana, Gabinete de Comunicación Estratégica (GCE) dio a conocer desde ciudad de México una serie de encuestas realizadas en Uruguay. La respuesta de algunos políticos uruguayos a los que el estudio no favorece, fue naturalmente de descalificación. Pero más allá de que sea una empresa mexicana, y que ese extranjerismo no les guste, hay que resaltar que las encuestadoras uruguayas vienen diciendo prácticamente lo mismo. Todas coinciden en que la oposición más sólida es el llamado “partido blanco”, y que por eso su proceso interno atrae la atención de la gente.
Destaca un fenómeno al interior de la principal fuerza opositora uruguaya: el surgimiento de un liderazgo, una figura “outsider” representada por un empresario sin antecedentes en la política, llamado Juan Sartori. Aunque es de esos uruguayos que uno puede encontrar por la rambla (el malecón) de Montevideo con su termo de mate bajo el brazo, es quizá uno de los pocos ciudadanos al que siendo uruguayo, un sector de su partido, amplios sectores políticos y casi toda la prensa nacional, tratan peor que inmigrante centroamericano en Texas. Sólo por citar un ejemplo: si otro polìtico tradicional o conocido como Ernesto Talvi, del Partido Colorado, contratra mil promotores para su campaña, la prensa publica que “usa la estratregia ganadora de Obama”; pero si es Sartori, le publican que “compra gente para que voten por él”.
Este joven empresario sin experiencia política, es el único en la contienda interna que ha crecido en reconocimiento y en intención de voto. En febrero, todo parecía escrito para que el Partido Nacional eligiera a Luis Lacalle Pou, hijo del ex presidente Luis Alberto Lacalle Herrera, como candidato, pero la historia está cambiando. De ser un desconocido, Sartori pasó rápidamente a tercero y al menos cuatro encuestadoras (las citadas Factum y GCE, asi como Radar y Equipo) lo ubican a un mes de las internas como segundo lugar en la competencia porque muchos uruguayos lo ven como un rostro nuevo en una política que de tan avanzada, se ha vuelto tradicional, con hijos de expresidentes y expresidentes como Julio María Sanguinetti, tratando de ser candidato de nuevo.
Si el fenómeno Sartori se consolida en el Partido Nacional, como todo apunta, las preocupaciones de la izquierda gobernante tendrán razón de sobra para aumentar.