El que traiciona una vez, traiciona dos veces, y dicen, una versión muy conocida, que el Presidente Enrique Peña Nieto ya fue en una ocasión traicionado por Ricardo Anaya. Dicen que no es al primero al que se la hace, porque el ascenso meteórico del joven Queretano a la cúspide del poder está forjado de confrontaciones en las que ha prevalecido la falta de palabra y de compromisos pactados.

La historia que le adjudican los biógrafos cercanos, indica que Anaya ha pasado por encima de todos los que han sido sus jefes inmediatos, y que su ambición desmedida no respeta reglas ni límites. Eso dicen. Pero el propio Peña Nieto terminó de conocerlo muy bien cuando en el marco de la campaña por la gubernatura del Estado de México el ahora joven candidato le jugó las contras, al violentar un pacto de cierre de filas contra Andrés Manuel López Obrador quien, por cierto y por lo mismo, por poco les gana la elección.

Bajo este y otros antecedentes el Presidente Peña tuvo que salir al paso, ante el aterrado acelere de una parte de la cúpula empresarial que se atrevió solicitarle la declinación de Meade y apoyar con todo a Ricardo Anaya, para decirles, en términos parecidos a los de Salinas, “no se hagan bolas” porque con Pepe Toño nos la rifamos hasta el final de la contienda, tope en lo que tope.

Efectivamente, y como lo consigna Salvador García Soto en su columna de El Universal, Peña les habría dicho a esos empresarios, reunidos precisamente  en la casa del candidato presidencial panista, “con Anaya no”, nada pescadito, ni a la esquina. Niguas pues.

Por supuesto, además, un pacto entre Peña Nieto y Meade con Anaya los acabaría de enterrar en las preferencias electorales. Imagínese usted una alianza electoral entre los que acusan de lavado de dinero al panista y éste que le prometió a los electores meter a la cárcel al Presidente. De por sí el crédito anda a ras de suelo, con una decisión de esta naturaleza le darían el mejor argumento a AMLO para confirmar la plena existencia del PRIAN y su dicho de que “entre pillos no pasa nada, pues se tapan con la misma cobija”.

Por eso Peña Nieto, como lo comentamos en la anterior entrega, ha preferido buscar la manera de reposicionar a Meade e irse hasta el final buscando ganar el máximo de escaños en el Congreso y, al menos, tener los legisladores necesarios para el contrapeso y la negociación. De acuerdo con análisis provenientes del PRI, lo importante ahora es intentar un relanzamiento exitoso de la campaña de Meade y llegar a la jornada electoral bajo condiciones reales de competencia, sobre todo si para el día de las votaciones se arma un operativo capaz de llevar el máximo número de votos posibles a la urna. Para el objetivo, la nueva dirigencia del tricolor aplicará una estrategia tan ortodoxa como adinerada que ha resultado exitosa en otros procesos. La divisa es muy clara “podemos perder la campaña, pero ganar la elección”.

El nuevo dirigente del PRI, René Juárez Cisneros llega a eso precisamente. Mientras los estrategas de la campaña de Meade se centrarán en diseñar una nueva imagen del candidato, en re-direccionar sus propuestas de fondo para darle más vitalidad y credibilidad al discurso de frente al electorado en general, los estrategas del PRI se centrarán en parar la desbandada de la militancia de a pie y en conformar los grupos de acción necesarios que operarán el día de la jornada electoral.

Personajes cercanos al primer círculo de Los Pinos, dicen que el Presidente Peña prefiere perder la elección presidencial antes de instalar en la Presidencia las ambiciones de Ricardo Anaya quien, se dice, no dudaría en romper cualquier acuerdo para meterlo a la cárcel a efecto de legitimarse como mandatario desde el principio.

Peña prefiere impedir que Anaya gane la elección, aventarse el tiro contra Andrés Manuel y, en vía de mientras, hacer los amarres para una transición negociada con los enlaces del tabasqueño quien, ha reiterado, que su fuerte no es la venganza, enviando mensajes públicos de que el actual Presidente no sería perseguido.

De acuerdo a estas versiones, a Peña le queda claro que la parte de la cúpula empresarial aterrorizada quiere salvar sus intereses al pedirle que decline Meade y apoye al candidato panista para evitar que gane AMLO, pero también le queda claro que quien no se salvaría de Anaya es precisamente él. EPN ya se va, pero los empresarios se quedan, de modo que para el Presidente el asunto sería al revés: Si gana López Obrador está su compromiso público (y seguramente privado) de no perseguirlo y, en cambio, serán esos cuantos empresarios privilegiados los que tendrán que arreglárselas con el tabasqueño. “De que se joda mi nanita y que me joda yo, mejor mi nanita”, dicen que dijo el Presidente.

Por supuesto, en esta nueva etapa de la campaña del PRI y Meade, la operación se centrará en fortalecer la candidatura presidencial de “abajo hacia arriba”, sobre todo porque a partir del 14 de mayo inician las campañas locales.

La pregunta es si pedir el voto a favor de Meade fortalecerá la campaña de los candidatos locales o de plano enterrarán las pocas simpatías que puedan tener en su demarcación.  

La otra alternativa sería ir por el voto duro local y convencer a los ciudadanos libres o indecisos para evitar, en primer lugar, la emigración particularmente hacia MORENA y tratar de ganar, sin mencionar a Meade, el máximo de alcaldías, diputaciones locales y federales. Esto último sería la mejor base de negociación de los gobernadores priistas y de la cúpula nacional del tricolor si pierde José Antonio Meade la elección, como así lo indican las encuestas. Claro, lo mejor para EPN sería que ganara Meade, pero no pocos dirigentes de peso en el PRI lo ven en chino.