La pretendida recompra de los bonos con los que se financió el aeropuerto en Texcoco y que, al cancelarse su construcción puede llevar a una nueva crisis al país porque los compromisos financieros siguen vigentes, traen a la memoria la trágica historia de México basada en malas decisiones políticas ligadas con la deuda externa.

Los momentos clave de lo que será la Cuarta Transformación (4T) muestran relación con algunas circunstancias que ya vimos en nuestro país.

En la etapa Independiente, México tuvo que reconocer la existencia de una deuda con el conquistador español al que, si bien no le pagaría, lo tendría que hacer con la corona británica a la que, en octubre de 1827, le suspende durante 4 años el pago de intereses de la deuda externa, que se amplió a 1851, con lo que esos préstamos aumentaron de 34 millones a 56 millones de pesos.

Durante los tres años que duró la Reforma, otro referente para la 4T, y en la que nuestro país estuvo en moratoria de sus compromisos con Francia, España e Inglaterra con un saldo del orden de 85 millones de pesos, lo que propició que los tres países enviaran tropas al territorio nacional y el entonces canciller Manuel Doblado (que nada tiene que ver con las vulgaridades del aspirante al Fondo de Cultura Económica) lograría que España e Inglaterra se desistieran de invadir. Pero no Francia, que el 7 de junio de 1864, ocupó la Ciudad de México y colocó a Maximiliano como emperador de México, quien se dedicó a contratar deuda, que se triplicó desde una base de 65 millones de pesos.

En esa época, el presidente Benito Juárez, quien se movía por todo el territorio nacional con su gobierno itinerante, contrató ventajosamente un crédito por 2.6 millones de dólares con Estados Unidos.

Pero con mucho más ingenio y habilidad que la negociación de los bonos del aeropuerto en Texcoco, de entrada, restó un millón de dólares por pago de comisiones e intereses y con el millón 600 mil dólares venció al ejército francés de Luis Bonaparte, resolvió una crisis, instauró la República, fusiló a Maximiliano y, con ello, desconoció la deuda que había contratado el emperador.

Así, Juárez estableció el Principio de Dignidad: “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”.

Vendría luego el porfirismo y su intensa labor de modernización y civilización del pueblo mexicano, en donde la construcción del ferrocarril se financió con capital externo. Se adquirieron documentos, entonces llamados deventures en favor de las Compañía Ferrocarrilera Interoceánica, además de acciones de la Empresa Ferrocarril Nacional, para lo que se utilizaron reservas del Banco de México.

Se emitió deuda por 18.5 millones de dólares y, en memoria de una historia que estamos viviendo, al buscar nacionalizar las líneas férreas, el país se tuvo que pedir prestado y deuda pública creció de 126.9 14 millones a 578 millones de pesos.

Vendría la Revolución, con todo lo que eso significó para la vida moderna de nuestro país. Entre 1910 y 1940 la deuda pública externa fue un dolor de cabeza. En 1920 el presidente Álvaro Obregón estableció un convenio con Estados Unidos conocido como Convenio Huerta-Lamont, para pagar el costo, cobraría un impuesto de exportación sobre el petróleo a las empresas extranjeras y destinaría los ingresos para la reanudación del servicio de la deuda, aunque no se restituyeron los pagos.

En los hechos, aplicó a los extranjeros el contenido del Artículo 27 constitucional en el que se dice que los bienes del subsuelo son propiedad de la nación. El presidente Plutarco Elías Calles siguió esa experiencia mediante la Enmienda Pani, con lo que logró una quita de la deuda, que pasó de 998.2 millones de pesos a 452.8 millones y así siguieron los demás presidentes, incluido Lázaro Cárdenas quien estableció que la mayor parte de los recursos del país de deberían aplicar a su progreso cultural y político.

Vendrían los años dorados del Desarrollo Estabilizador, hasta que ya no se pudo contener el crecimiento con una economía cerrada al libre mercado. Al no crecer la economía ni generar exportaciones, el país carecía de fondos, aumentaron el desempleo y la inflación. Con Echeverría, la deuda nacional llegó a 30 mil millones de dólares, de los cuales 10 mil millones eran del sector privado.

Llega López Portillo y con él la riqueza petrolera, por lo que anuncia que “administraría la abundancia”. El país ingresa de plano al modelo neoliberal, sin un cambio económico interno ni prever los riesgos del mercado internacional. Viene otra crisis y la deuda externa supera los 100 mil millones de dólares y la inflación alcanzó los 3 dígitos.

Vendrían otros gobiernos que buscaron renegociar la deuda, imponer esquemas de pago como el Ficorca o el nefasto Fobaproa que apenas brindaron respiros, aunque no contribuyeron a resolver de manera creativa y positiva el modelo de desarrollo nacional.

La historia muestra que con la carga de la deuda externa (que hoy representa casi el 50% del PIB) México difícilmente tendrá, ya no digamos superávit, sino el equilibrio fiscal necesario para satisfacer las crecientes demandas ciudadanas.

@lusacevedop