La crisis del coronavirus y sus efectos económicos y sociales, sin lugar a dudas, están golpeando duro a México y la gestión del siempre polémico Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Sin embargo, la crisis inesperadamente ha detonado otro tipo de padecimiento entre los actores políticos: Alzheimer. Y es que la polarización entre el gobierno y sus detractores ha llegado a tal nivel de pugna, que los argumentos esgrimidos por ambas partes más allá de resultar incongruentes y contradictorios, revelan una severa desmemoria.
Por un lado, quienes atacan al Presidente lo hacen desde posturas que representan las antípodas de su propia ideología, y cuyas acciones contrastan con su propio actuar en el pasado.
Hoy los grandes empresarios demandan airadamente al Presidente que se endeude y haga uso de las líneas de crédito pre autorizadas del FMI para enfrentar la crisis económica, sin embargo, olvidan que fueron ellos mismos quienes exacerbaron en López Obrador la idea de que endeudarse era malo, cuando en 2006 y 2012 patrocinaron campañas negras en su contra, advirtiendo que el tabasqueño era un “peligro para México” porque iba a endeudar a México.
De igual forma, estos empresarios acusan que el gobierno no destina los suficientes recursos para salvar la endeble economía, pero olvidan que durante décadas se favorecieron de su relación con el régimen para no pagar impuestos y oponerse a cualquier intento de reformar la hacienda mexicana. Solamente hay que recordar que entre 2007 y 2015, estos grandes contribuyentes recibieron condonaciones fiscales por más de 172 mil millones de pesos
Artistas, deportistas y otras figuras de la talla de la Thalía, Eugenio Derbez o el “Chicharito” Hernández, se desgarran las vestiduras denunciando la mala gestión de la autoridad federal para atender la pandemia del Covid-19, pero su memoria selectiva les impide reconocer su silencio encubridor durante la crisis de seguridad, corrupción y derechos humanos en los sexenios anteriores; de ahí el dicho del Presidente “gritan como pregoneros y antes callaron como momias”.
A muchas de estas figuras públicas también se les olvida su complicidad en campañas ilegales para favorecer a los partidos que hoy se abalanzan contra Obrador; como botón de muestra está el vergonzoso episodio cuando el boxeador Juan Manuel Márquez, en su tercer enfrentamiento contra Manny Pacquiao, lucía orgulloso el logo del PRI en su pantaloneta, o cuando Miguel Herrera, director técnico de la selección de futbol, junto con otros personajes de la farándula como Inés Sainz, Gloria Trevi, o Alex Syntek hacían promoción en favor del Partido Verde en plena veda electoral en 2015.
El ex Presidente Felipe Calderón también parece tener mala memoria, pues hoy, convertido en el principal opositor del gobierno de AMLO, reprocha las acciones del gobierno frente a la crisis y vaticina una debacle económica. Sin embargo, obvia que su gobierno minimizó la crisis financiera de 2008 tildándola de “catarrito”, y su respuesta fue tan desastrosa que hasta Joseph Stiglitz, Nobel de Economía, llegó a expresar que había sido una de las peores del mundo.
Algunos periodistas acusan al mandatario de coartar la libertad de expresión al utilizar sus conferencias mañaneras para enfrentarse verbalmente con los medios más críticos a su gobierno. Es cierto, la actitud pendenciera de López Obrador es bastante cuestionable, sin embargo, solo un lapsus mental explicaría porque ciertos comunicadores quieren poner al mismo nivel las bravuconadas matutinas de AMLO con el derroche de casi 40 mil millones de pesos para controlar a los medios de comunicación, o la contratación de softwares israelíes para espiar periodistas por parte de su antecesor priista.
Pero el Alzheimer no es exclusivo de los críticos de la cuarta transformación, los partidarios del Presidente y de Morena también presentan serios déficits de la memoria.
Los intelectuales de izquierda que hoy aplauden la decisión de López Obrador de apostar por medidas de híper austeridad para atacar la crisis, lo hacen sin recordar que estas acciones tienen más en común con las terapias de choque recetadas por el Consenso de Washington que tanto criticaron durante los años ochenta y noventa, que a los preceptos del keynesianismo que dicen defender.
La decisión del gobierno federal, no solo de reducir el tamaño del Estado, sino de reducir draconianamente los derechos de sus servidores públicos, resulta una afrenta a la lucha histórica de los trabajadores que la titular de la Secretaría del Trabajo, Luisa María Alcalde, a pesar de su linaje sindical, parece no recordar.
Adicionalmente, el Ejecutivo en su plan económico, si bien, reafirma su tesis de “primero los pobres” al enfocar los recursos públicos para proteger a la población más vulnerable, parece olvidarse de un sector clave que lo llevó a la silla presidencial: la clase media. La falta de acciones dedicadas a resguardar la seguridad de las familias de los deciles de ingreso medio asalariado ha prendido las alarmas entre diferentes analistas y expertos, entre ellos, Viridiana Ríos o Gerardo Esquivel, quienes han urgido al gobierno cambiar su postura.
Así mismo, López Obrador y su partido (porque para efectos prácticos Morena solo actúa bajo la línea que le encomienda el Presidente) parecen no recordar puntos importantes de la agenda progresista que los llevaron al poder.
La supuesta separación del poder económico del poder político luce incongruente cuando se observan los extraordinarios beneficios que ha recibido Ricardo Salinas Pliego (fundador y presidente del Grupo Salinas) gracias a su cercanía con el mandatario. La torpe respuesta del gobierno federal ante la crisis de los feminicidios desnudó la pobreza de su agenda feminista. Su conservadurismo ha detenido ya en varias ocasiones en el Congreso el debate sobre el uso lúdico de la marihuana. Su alianza con los grupos evangélicos y cristianos ha vulnerado la laicidad del Estado, contraviniendo los ideales juaristas que dicen enmarcar.
Finalmente, AMLO ha expresado en reiteradas ocasiones su malestar por ser el blanco de críticas por parte de los “conservadores”, que lo mismo pueden ser periodistas, la sociedad civil, empresarios, y cualquier otra figura pública que no coincida con su forma de pensar. Lo que olvida Andrés Manuel, es que su propia trayectoria como líder social está forjada en la permanente denuncia y crítica de la mala praxis de los actores en el poder. Resulta inconcebible que el Presidente crea ahora que su actuar no debiera estar bajo el mismo escrutinio público.
La amnesia de quienes hoy se debaten en la escena pública en México raya en lo ridículo, obligarles a recordar el pasado que quieren olvidar sin duda será el mejor ejercicio mental para mantener al resto de los mexicanos lucidos.