Creo que en buena medida, en nuestra sociedad aún continúan arraigadas la idea y la esperanza de que si los hijos asisten a la universidad, tendrán acceso a una mejor calidad de vida, al menos en el ámbito de lo económico.

Por años, lograr un título universitario representó una garantía para obtener un mejor empleo y/o acceder a mejores oportunidades profesionales, lo que en automático elevaba el ingreso económico y la gente podía entonces “salir adelante”.

En buena medida, así nos educaron a muchas generaciones, con esa perspectiva que era meta y a la vez consecuencia: “si lo logras, te irá bien; si no lo alcanzas,  batallarás mucho más para poder progresar”.

Y bueno, para quienes nos volvimos adultos viviendo esa realidad en nuestros  hogares, o viéndola de cercas o de lejos en los de otras personas, resulta lógico que también la consideremos como una opción importante para nuestros hijos.

Sin embargo, todo ese proyecto que en una época fue realidad, parece que hoy ya no  es más que una utopía. Ahora, ir a la universidad, ya no le permite a la gente subir de estrato socioeconómico, y para nada es una garantía de éxito laboral o económico, son historias que ya quedaron muy atrás.

Según gráficas de diversos estudios que ha realizado el Departamento de Economía y Finanzas de la Universidad Iberoamericana de Puebla; cuyos resultados son congruentes con los datos que publican otras instancias nacionales e internacionales, como la OCDE; en el México de hoy, los jóvenes asisten a la universidad para egresar y convertirse en pobres, o para continuar siéndolo. En términos generales desde luego.

Según estos datos, con cifras al 2016, los profesionistas con nivel de posgrado,  ganan en promedio $14,800 pesos mensuales; mientras que los profesionistas que aún no cursan una maestría y solo poseen el título de licenciatura, promedian un ingreso mensual de $7,650 pesos. Vaya, para fines prácticos, ganan lo mismo que las demás personas que no pudieron o no quisieron realizar estudios universitarios. Es una catástrofe social.

Es cierto que acudir a la universidad no es solo un asunto de remuneración  económica, sino todo un proyecto de vida multifactorial, pero si nos ponemos pragmáticos, estaríamos ante un pésimo negocio, dado que no solo se ganará muy poco al egresar, sino que además se estarían “perdiendo” cinco o seis años adentro del aula, tiempo que podría haber sido muy valioso para aprender algún oficio más rentable, o para intentar algunos emprendimientos que pudieran dejar mayor ganancia económica.

Vaya, si lo que se aprende en el salón universitario no va a servir para ganarse la  vida, pues quizá resulte mejor dedicar esos años a aprender otras cosas en la calle, en el campo del trabajo o de los pequeños negocios pues.

Suena muy cruento, pero es la realidad a la que se enfrentan los jóvenes de hoy, y muy  probablemente a la que se enfrentarán los de los próximos años.

Su escribidor se resiste a que la solución sea ya no esforzarse por enviar a los hijos  a la universidad, sin duda que ese no es el camino viable.

Hay mucho por trabajar desde las áreas educativas y económicas del país, y desde  el hogar mismo por supuesto. Tenemos que lograr revitalizar ese mercado que valoraba y pagaba por el conocimiento y el talento, y tenemos también que modificar radicalmente el perfil de los futuros profesionistas, para que puedan generar valor en el tipo de economía que los estará esperando al egresar.

Le seguiré compartiendo más reflexiones al respecto.

 

Amable lector, recuerde que aquí le proporcionamos una alternativa de análisis, pero extraer el valor agregado, le corresponde a usted. 

                                                            

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