Enviar a los hijos a estudiar a una universidad privada, es cada día un lujo más inalcanzable para las familias de clase media de nuestro país. En promedio, las colegiaturas aumentan cada año hasta un 10% más que la inflación del país, lo cual implica que con el paso de los años, dejan muy atrás el poder adquisitivo de los salarios y de los ingresos disponibles de las Pymes, complicando que los padres puedan costear este tipo de educación para sus hijos, máxime si en el hogar son dos o hasta tres los hijos que buscan cursar la universidad en el mismo periodo de tiempo.
Anteriormente, era muy común observar grandes paquetes de becas que las universidades privadas ofrecían para los jóvenes talentosos que destacaban en cuestiones académicas y/o deportivas, de hasta el 80% y 90% del costo de las colegiaturas, lo que le permitía a esos muchachos apoyar a sus padres y pagar una buena parte de su escuela con su esfuerzo y dedicación.
Así, los padres se las arreglaban para liquidar las colegiaturas restantes y cubrir los demás gastos inherentes a tener hijos en la universidad. Vaya, si se juntaba el talento de los hijos y el esfuerzo de los padres, era perfectamente accesible para una familia de clase media, que los hijos se convirtieran en profesionistas egresados de una universidad privada, incluso de las más onerosas del país.
Empero, parece que esa posibilidad es cada día más complicada, pues muchas universidades han dejado de ofrecer opciones de becas tan atractivas, por lo que ahora las familias tienen que cubrir un porcentaje más alto de la colegiatura, aunado a que una vez egresados, los jóvenes quedan con el adeudo de una buena parte de la beca. Vaya, cada vez es menos una beca y más un préstamo, lo que implica que de optar por esta opción, los muchachos se volverán profesionistas recién egresados bastante endeudados.
Por eso le escribo que esta posibilidad de estudiar en una universidad privada, es cada vez más inalcanzable para las familias de clase media del país.
No me malinterprete, pues estas líneas no son una crítica para las universidades privadas, que al final del día son eso: un servicio exclusivo y elitista para quienes quieran y puedan costearlo. Es así de sencillo, como muchos otros servicios en cualquier economía.
Por años, estas empresas educativas decidieron abrirle la puerta de acceso a las clases medias, y por eso ofrecían las becas descritas; sin embargo, en algún punto tuvieron que modificar sus políticas, supongo que por cuestiones financieras y de rentabilidad, y entonces redujeron el tamaño de la puerta de entrada.
A esto, debemos de agregar los costos, pues hoy en día, un carrera en una universidad privada, llega a costar desde $1,050,000 pesos y hasta $1,234,050 pesos, hablando de las más caras del país. O bien, si nos enfocamos en las de costo medio, los importes rondan entre los $400,000 y los $900,000 pesos. Y esto es solo de colegiatura, es decir, sin considerar los múltiples gastos en libros, equipo de cómputo, transporte, y demás que se generan en casa cuando los hijos asisten a la universidad.
Y bueno, si a una familia se le juntan dos o más hijos en esta etapa educativa, pues hay que irle echando cuentas. Para nada son cantidades fáciles de generar, y mucho menos de desembolsar, al menos no para una familia de clase media.
Así las cosas, si tenemos este proyecto educativo en casa, no resta más que prepararse con bastantes años de anticipación, ahorrando con disciplina, para estar en posibilidades de apoyar a los hijos con la parte que nos llegue a tocar.
Si usted sí tiene este proyecto, ¿ya comenzó a hacer alcancía?
No es lo mismo ser borracho que cantinero
Así reza la sabiduría popular, para ejemplificar que los criticones de hoy, corren el riesgo de tener que convertirse en los hacedores del mañana. No es lo mismo pasar años criticando, señalando, sugiriendo, calentando la opinión pública y, diciendo que todo está mal y que todo se podría hacer mejor, que de pronto ser el cantinero, es decir, el responsable de resolver las crisis y de no equivocarse, de lograr que todo salga muy bien y, sobre todo, de atender y agradar a los nuevos borrachos de la cantina. Así le pasó al presidente López Obrador con el fallecimiento del matrimonio Valle Alonso.
Y le pasó no porque haya estado mal lo que hizo por tantos años, sino simplemente porque así es la condición humana y como tal la política: todo depende de la cachucha que traigas puesta.
Ahora es el Presidente de la República y ya no más el líder opositor. Ahora es el cantinero del país, y bueno, le guste o no, le toca atender a los clientes. Serán seis años de pagar todas las que les hizo a sus antecesores; en este sentido, ¡yo digo que se le van a hacer eternos!
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