Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos.<br>
Porfirio Díaz
¡Cuánto daría Yugoslavia por tener tres metros de frontera con Estados Unidos!<br>
Josef Tito
Quizá uno de los más lamentables momentos de la diplomacia mexicana se dio en tiempos de Vicente Fox. Coordinar la visita de George W. Bush a México al tiempo que también arribaría Fidel Castro a nuestro país para un evento de la ONU en Monterrey era difícil dadas las enormes pugnas entre ellos.
Más complicado se volvió cuando nuestro expresidente, con el envalentonamiento que lo caracterizaba, optó por hacer a un lado las tarjetas de conversación que le habíamos preparado (sí, yo laboraba en SRE en esos momentos) e improvisar. El resultado todos lo conocemos: Castro grabó el bochornoso intercambio telefónico que dio la vuelta al mundo.
Pero en el actual proceso electoral estadounidense tal episodio quedó superado. Enfatizando que se trataba de seguir las instrucciones del presidente AMLO y de Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores, la embajadora de México en EEUU tuvo que explicar las razones por las que el gobierno de México esperará a tener los resultados finales de la elección presidencial de la Unión Americana para felicitar y contactar al futuro mandatario estadounidense. Ingrata tarea le tocó desempeñar a Martha Bárcena, ella que hizo todo lo que pudo para convencer a López Obrador de ser el primer mandatario en felicitar a Joe Biden.
Misión imposible para la embajadora expresar la confusión de términos al buscar una salida a una decisión arbitraria de López Obrador.
No tendría nada de malo expresar que esta decisión se basa en la historia de nuestro país, pero la contradicción se da cuando el mismo AMLO no tuvo ningún empacho en felicitar a Alberto Fernández (Argentina) o Luis Alberto Arce (Bolivia) antes de que fueran nombrados de forma oficial como presidentes de sus respectivas naciones.
Lo que es peor, hasta las 11.00 de la noche del día de ayer (10 de noviembre) en la página de Relaciones Exteriores no se encontraba una comunicación oficial al respecto. Extrañamente tampoco en las redes sociales de la dependencia o de su titular, Marcelo Ebrard, quien también era partidario de felicitar a Biden, según ha trascendido; aunque insistió menos que Bárcena, es otro que se topó con la pared de la intransigencia del presidente de México.
Así, la explicación a los “interlocutores estadounidenses de la posición del gobierno de México, de esperar para felicitar al ganador de la elección presidencial en Estados Unidos, por instrucciones del presidente López Obrador y del secretario Marcelo Ebrard”, levanta más interrogantes que certezas.
No se puede culpar a la embajadora Bárcena; al final, como su mismo tuit lo expone, ella sigue instrucciones. Es la representante de México en Estados Unidos y, le guste o no, debe ser la vocera del mensaje del ejecutivo federal.
Sin embargo, la posición asumida por el presidente López Obrador tiene la singularidad de quedar mal con todos.
Lo hace con Donald Trump y lo hace con Joe Biden. En un intento de parecer ecuánimes y dar un mensaje inocuo, lo único que se logra es enturbiar aún más las relaciones con uno y otro.
El último párrafo de la traducción en inglés da por sentada la aceptación del triunfo de Biden, mientras el resto del documento pone todos los reparos para reconocer su triunfo.
El pensar que una felicitación diplomática es intervención, tergiversa cualquier política exterior. Lo cual, otra vez, señala la incongruencia de felicitar a unos y guardar silencio en el caso de otros.
En ese sentido, las relaciones internacionales se convierten en un “intervencionismo selectivo” bajo los argumentos de AMLO.
En fin, nuestro principal socio comercial —con quien compartimos más de 3,000 kilómetros de frontera, donde habitan más de 38 millones de connacionales y otros 36 millones de descendientes de mexicanos (aproximadamente el 10% de la población estadounidense), situaciones que claman por decisiones conciliadoras e inmediatas con la próxima administración federal— será quien decida si la política emprendida por la actual 4T es una decisión moderada o tan solo el justificante a una persona que no entiende la diferencia entre las elecciones de 2006 en México y las de 2020 en Estados Unidos.
La incongruencia de un país en su máxima expresión reflejada en un posicionamiento que deja mal parados a excelentes diplomáticos con los que cuenta el Servicio Exterior Mexicano.
Pobre México, tan lejos de Estados Unidos y tan cerca de López Obrador.