“Lo terrible en cuanto a Dios, es que no se sabe nunca si es un truco del diablo”.<br>
Jean Anouilh
“Lo único que Diego Maradona pudo hacer como una persona normal: morir”. Lo leí ayer en la página de internet del diario Clarín, de Buenos Aires.
Fue Maradona un futbolista destacado, sin duda. ¿El mejor de todos los tiempos? No lo sé. Los expertos no se ponen de acuerdo. Algunos piensan que Lionel Messi, también argentino, tiene más clase. Hay quienes aseguran que nadie ha superado al brasileño Pelé. Para otros, ningún jugador como el holandés Johan Cruyff. Cito a la gente que sabe y discute el tema. Yo no puedo opinar: entiendo el fútbol, pero hasta ahí.
El hecho es que Maradona fue un extraordinario futbolista, pero ¿un Dios? Exagerados sus seguidores, que ni qué. Y todavía más exagerada la prensa especializada. El diario francés L’Équipe usó la famosa frase de Nietzsche para dar la noticia del fallecimiento de Maradona: “Dieu est mort”, sí, “Dios ha muerto”.
A la misma lógica recurrió nuestro más cercano El Deforma, con la diferencia de que este periódico digital ciento por ciento humorístico descubrió que el filósofo citado por L’Équipe no era alemán, sino argentino: Nietzs-Che. Jejejeje.
Como se le mareó tanto con eso de que era Dios, Maradona hacía lo que le venía en gana dentro y fuera de la cancha, desde apoyar dictadores latinoamericanos —Fidel Castro, Hugo Chávez— hasta visitar El Vaticano para difundir la peor de las demagogias izquierdistas: que la riqueza es algo maldito. Es lo que dijo. Y los seguidores del modelo venezolano y cubano lo celebraron; más cuando descubrió que el papa Juan Pablo vivía “en un lugar con techos de oro, mientras tanta gente pasa hambre, y después va y besa la tierra de los países pobres”.
Como lo convencieron de que era Dios, el tipo era cruel —lo fue con sus parejas, a las que maltrató—. Paradojas de la ética, Maradona, Dios misógino y abusador, murió el 25 de noviembre, exactamente el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.
En la Cámara de Diputados pidió un minuto de silencio el sacerdote de la iglesia maradoniana, Gerardo Fernández Noroña. La presidenta de la institución, Dulce María Sauri, poco solidaria con las mujeres o simplemente ignorante de la biografía del futbolista, aceptó el homenaje. En minoría absoluta quedó la legisladora Guadalupe Almaguer, quien no estuvo de acuerdo con honrar a Diego, famoso por haber violentado a todas sus compañeras.
Como otras divinidades, a Maradona no le daba la gana jugar limpio. Dio una lección de teología cuando demostró que Dios tenía una mano y la usaba para meter goles ilegales. En su país, en vez de avergonzarse por haber ganado un Mundial en forma indebida, lo elevaron más en el Olimpo argentino y hasta una canción —ya todo un himno nacional— le compusieron a “La Mano de Dios”:
Los dioses, aunque sean falsos, siempre han exigido sacrificios de los hombres y de las mujeres. Por esa razón, el gobierno argentino montará una capilla ardiente en la Casa Rosada donde, este jueves desde las ocho de la mañana, Maradona será despedido por un millón de personas. Miles de argentinos pagarán con hospitalizaciones y muerte —en efecto, contagiados por el coronavirus— por el absurdo atrevimiento de romper las reglas sanitarias simple y sencillamente para homenajear al Dios cuyo “nombre es un aleph borgeano de la argentinidad”, por utilizar las palabras de Héctor Gambini, editor del diario de referencia de Buenos Aires. ¿No le da pena al señor Gambini expresarse de esa manera?
¿Es exagerado decir que un ser humano genial en sus actividades sea Dios? Sí y no.
Pero hay de genios a genios. En la música, Wagner tenía su Santísima Trinidad: “Creo en Dios, Beethoven y Bach”, dijo. Así dan ganas de bautizarse en la religión wagneriana. En la ciencia cabría decir: “Creo en Galileo, Newton y Einstein”. Vaya que merecerían ser adorados como divinidades. Pero, ¿un futbolista adicto a las drogas, misógino, maltratador y tramposo para meter goles? Por favor, maradonianos del planeta, ya mídanse.