“Egoísta no es el que piensa en sí mismo, sino el que no piensa en los demás”.<br>
Bernardo Stamateas
“El egoísta odia la soledad".<br>
Blaise Pascal
Recientemente, un compañero de la universidad me hizo llegar un artículo del New York Times que me pareció muy ilustrativo (‘The Pandemic is a Prisoner’s Dilemma Game’, de Ian Willms y Siobhan Roberts). El texto, quiero decir, me hizo transportarme gratamente de vuelta a mis primeros semestres de clases en la licenciatura.
Este escrito trata del trabajo que han realizado los esposos Madhur Anand, ecologista, y Chris Bauch, biólogo matemático. Ellos centraron sus más recientes investigaciones a utilizar la teoría de Juegos para priorizar las vacunaciones en el orbe, dilucidando qué esquemas salvarían más vidas.
Modelaron cómo es que las personas toman decisiones estratégicas, suponiendo/considerando las decisiones de otros. ¿Cooperar o traicionar? En otras palabras: ¿se será altruista o egoísta? Desafortunadamente, la ironía del comportamiento en general estriba en que, al desconocer cómo interactúa el otro jugador, a veces se llega a una solución que no es la óptima para el bien común, esto es, del individuo viviendo en sociedad.
Y eso es precisamente lo que sucede en la pandemia: todos sabemos que debemos usar cubrebocas, mantener la sana distancia, lavarnos las manos, etc. Si todos lo hiciéramos, se reduciría de manera significativa la propagación de la infección. Y ello significa desplegar una actitud de cooperación. Sin embargo, siempre hay personas quienes, por tomar ventaja o por flojera, desidia o egoísmo, no siguen estas sencillas recomendaciones que logran hacer grandes diferencias.
Continuando con el estudio, y con los ejemplos de distintas prácticas asociadas a la pandemia, los investigadores llegan a la conclusión de la necesidad de que todo el mundo (exceptuando las poblaciones cuya salud lo impide, obviamente) se vacune.
Las personas que decidan no vacunarse, suponiendo o tomando ventaja de que el resto de la población lo hará, tristemente generaría una amenaza colectiva para su nación y para la humanidad entera.
La razón es sencilla: cuando los niveles de infección son bajos, la población siente un riesgo menor de contagio y bajan la guardia, lo cual conlleva a que vuelva a subir el nivel de infección y por ende el riesgo. De eso ya se conocen los resultados. Y algo parecido sucedería con la vacunación: al suponer que la mayoría de la gente sí se vacunará, hay quienes —y no se sabe el número— tomarán ventaja de esa inmunización masiva. Estos no toman en cuenta, no obstante, que si bien habrá mucha gente que ya se ha vacunado, esta no será necesariamente la suficiente para garantizar la inmunidad social.
La lección es que, para que funcione, la vacunación se debe entender como un acto altruista, independientemente de las preferencias que uno pueda tener en lo individual.
Y es que a diferencia de lo que comúnmente se piensa, la importancia de vacunarse (como el de usar cubrebocas, por ejemplo) no radica mayormente en protegerse a uno mismo; son más bien medidas para proteger a todos LOS DEMÁS. Traducción: cada uno es el emisario de la protección de los otros.
Vacunarse y usar el cubrebocas / mantener la sana distancia son actos altruistas. Y quienes optan por no hacerlo son directa o indirectamente egoístas.
Los números no mienten: más de un millón 383 mil infectados y casi 122 mil muertos en 10 meses son apenas una muestra de la urgente necesidad de que actuemos en forma más altruista: usemos cubrebocas y vacunémonos tan pronto sea posible; renunciemos —nosotros mismos y en absoluta libertad— a la alternativa de decidir no cooperar, pensando en el bien colectivo.