Con El Álamo. Una historia no apta para Hollywood, Paco Ignacio Taibo II ha logrado una suerte de vindicación de los pesares de la adolescencia del estudiante mexicano con cierto grado de interés o conciencia histórica. Ha cubierto con su sentido crítico la ausencia o/y la evasión del penoso asunto del despojo de México a garras de los Estados Unidos, particularmente, el inicio de ese proceso en Texas. Ausencia, evasión, olvido, ineptitud, de la educación pública –cuanto más de la privada- en relación a ese momento grave de la historia culminado en la debacle del ejército mexicano a cargo de Antonio López de Santa Anna en la “Batalla” de San Jacinto en 1836.
Ese adolescente tenía dos opciones: 1. Ahondar en ese doloroso y casi misterioso pasaje por cuenta propia. 2. Al igual que sus maestros, los libros y el sistema, tirarlo al olvido. Si lo segundo, no cabía duda de que ese malestar aparecería de nueva cuenta como un pequeño aguijón desde la secundaria hasta los estudios superiores; cada vez que cronológicamente se volviera al punto y de nuevo se diera un salto, como si ignorándolo, el acontecimiento de Texas, prolongado con la invasión de México y la usurpación del territorio de lo que hoy, total o parcialmente, son diez estrellas en la bandera estadounidense a partir del infame tratado de Guadalupe-Hidalgo de 1848, no existiera. Y es que el olvido convertido en negligencia, o al revés, es la característica de dicho fenómeno. De allí que haya sido un malestar no atendido y por tanto, siempre presente. De allí también la importancia del libro de Taibo II, una suerte de terapia histórica en retrospectiva aguijonada por la verdad.
A manera de contrapunto a dos voces, tal vez a tres considerando la del propio autor como comentarista irónico, Taibo II narra el acontecimiento histórico para desmitificarlo. Con tal propósito contraviene deliberadamente la versión norteamericana oficial, la de sus libros y películas (entre ellas destaca la versión de John Wayne, The Alamo, 1960). Y básicamente dice: La historia verdadera no es la que se ha contado sobre todo en Hollywood.
Disecciona puntualmente a los “héroes texanos”, exhibe a cada uno de ellos desprendiéndoles del aura creada por la leyenda de El Álamo que, como señala el autor, en el siglo XX se convertiría en el verdadero mito fundacional de la nación estadounidense aun más que el de los peregrinos del Mayflower y la imagen del intercambio de guajolotes o cualquier otro. Resulta que no son ni lo uno ni lo otro, ni héroes ni texanos, sino una serie de rufianes, mercenarios, vagabundos, especuladores, traficantes, esclavistas…, estadounidenses venidos a Texas no tanto por las inmigraciones gringas durante los veinte del 1800, sino bandidos de ocasión atraídos por la idea de hacer fortuna en las nuevas tierras. Figurines como Ben Milan, Jim Bowie, William Barret Travis, David Crockett y otros héroes gringos de El Álamo son presentados en su justa medida.
También desmenuza y exhibe la mediocridad y la negligencia del ejército mexicano al mando de “El Generalísimo”, ególatra corroído por la ambición y la corrupción como tantos otros miembros del ejército. Aunque se valora a personajes como Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de José María Morelos, quien lleva un diario detallado de la desventurada campaña mexicana y al general José Urrea, cuyo comportamiento durante este proceso histórico es no sólo talentoso sino patriótico a pesar de su jefe.
Santa Anna, habiendo masacrado a los atrincherados en el fuerte de El Álamo el 6 de marzo de 1836, sería sorprendido y derrotado vergonzosamente en la “Batalla” de San Jacinto (no hubo tal pues los mexicanos fueron tomados desprevenidos a pleno sol, durmiendo, bebiendo, comiendo, cogiendo, cagando, lo que fuera, menos en guardia para enfrentar un posible ataque; en 18 minutos serían arrasados), el 21 de abril siguiente, por un pusilánime y temeroso Samuel Houston a cuyas fuerzas menores los mexicanos pudieron haber aniquilado con facilidad cuando estuvieron en su tibia persecución. Al no hacerlo, la vergüenza y la ignominia sería la consecuencia histórica con la pérdida inmensa para México. El robo más grande de territorios cometido contra un país.
Como es sabido, todo inició con el consentimiento del gobierno mexicano de Iturbide -convertido en Ley en 1825- para que colonos gringos llegaran a trabajar y vivir en territorio nacional. Taibo II elige un momento preciso: Una colonia con 300 familias encabezada por Moses Austin y su hijo Stephen constituida en 1821 al noroeste del territorio texano. Este suceso se convertiría en algo así como invitar a alguien a casa y ese alguien echar al dueño con patadas al trasero; esa es la historia de Texas, la del hurto de la propiedad ajena.
Vale mucho la pena leer el libro de Taibo II. Como la valió su anterior Pancho Villa. Una biografía narrativa. Ambos textos, más allá del característico sabor del autor como comentarista de los hechos, exhaustivamente documentados. Ojalá este reciente libro fuera la provocación para que otros, historiadores y no historiadores, continuaran la revisión de ese triste y vergonzoso episodio de nuestra historia desde la perspectiva mexicana, para derruir el mito joliwudesco de transformar un robo fenomenal en la misión divina de los supuestos emisarios de la democracia universal. Misión que no ha consistido sino en odio, rapiña y muerte. Y también para identificar y reconocer nuestras indignantes miserias.
El Álamo. Una historia no apta para Hollywood. Planeta, 2011.
P.D. Tráiler de la infame e indigna versión The Alamo, a cargo de John Wayne: