Ayer entré al quirófano

Los médicos me habían dicho que mi vesícula dejó de ser útil a mi cuerpo y que por lo tanto, me la debían extirpar.

Ahora entiendo los dolores que se me diseminan por la espalda y por las piernas hasta perderse en la finitud de mis nervios.

También comprendí lo entumido de mi organismo en los incipientes amaneceres de todos los días.

Sí, el dolor se esparcía sin misericordia promoviendo el malestar.

En esos momentos, siempre bendije la ciencia médica y los analgésicos.

El médico entró a mi cuarto con un sobre grande y lo vio a contraluz en una lámpara y me dijo que en mi vesícula no hay piedras, pero que está llena de lodo.

En ese momento me comunicó que me iban a preparar para la intervención y que no me preocupara porque se haría por la técnica llamada laparoscopía y que en realidad, la cirugía no duraría mucho.

Se me vino a la mente el libro “Sobre la muerte y los moribundos”, de la suiza estadunidense, Elizabeth Kübler-Ross, donde justificó que hay que afrontar la muerte con decencia, orgullo y envueltos en paz. Además sostiene que el encuentro con la muerte debe hacerse con dignidad y así evitar que se convierta en algo ajeno a un proceso considerado como muy personal.

Concluye que conformamos una sociedad que se encuentra muy inmadura para abordar y aceptar el tema de la muerte, tanto así, que la hemos convertido en asunto tabú.

De pronto entró una enfermera y me pidió que me pusiera una bata abierta por la parte trasera. Me da pena, pero me meto al baño y me visto como lo indica.

Las manos me empezaron a sudar. El frío de la habitación me puso la piel de gallina, pero entendí que pronto estaría entre los médicos.

Me pregunté por qué se me hizo tanto lodo en mi vesícula, siendo que mi alimentación es sin grasa, lácteos, carnes rojas y harinas.

Me pregunté también si ha valido la pena no tomar alcohol ni fumar

Entonces pensé en los designios de Dios y me conformé.

La enfermera volvió con un auxiliar que arrastra una camilla con llantas de hule y me dijo que  ya me iban a preparar para la operación.

Entre los dos hablaron de cosas superficiales que conciernen a la cotidianidad del hospital. Me sentí bien que no me dieran importancia.

El enfermero me indicó que me acostara en la camilla. Percibí el frío en mi espalda cuando me acosté.

Luego me dijo que me iba a poner una inyección y que no me iba a doler, pero no le creí  porque en verdad sentí el piquete que me provocó gestos de dolor en mi cara.

Al poco rato me empecé a relajar y me dió sueño.

De repente abrí los ojos y ubique que estaba en el quirófano entre un ejército de médicos y enfermeras.

Buenos días, me expresó un doctor que no conozco.

Duérmase, me dijo de buena manera, al rato nos vemos.

Ojalá, pensé antes de caer en un sueño profundo.

Cinco horas después desperté en mi cuarto, sin vesícula y con mucha hambre, pero me dicen que mi dieta es de líquidos.

Ni modo, pensé. Solo queda volver a esperar.

Gracias a todos por los mensajes de solidaridad y cariño.