He leído que nada volverá a ser como antes. Quisiera saber cómo era antes todo y por qué razón habría que volver a esa normalidad. La humanidad es cambiante, hoy solamente percibo ojos que se asoman por encima de un cubrebocas (aunque algunas personas porten el pedazo de tela por debajo de la nariz) y un uso desmedido de gel antibacterial, sin mencionar que si persona osa estornudar en público se vuelve objeto de todas las miradas de desprecio y asco; fuera de ello, no concibo alguna diferencia radical. El virus. El contagio. La maldad. Todo aquello parece ayudar para acentuar o destacar lo que realmente estaba mal en las personas humanas y sus estructuras de poder. Las comunidades marginadas siguen al margen de las ciudades. Las ciudades siguen con un ritmo trágico y fieles a su personalidad de conciencia social superficial reclaman salir de la cuarentena para tener cortes de cabello dignos. Los países se dividen entre los que tienen muchas muertes o pocas muertes. Mañana la división será entre los sanos y los enfermos. ¿No tienen la vacuna todavía? –léase la pregunta con voz de niña pedante y presuntuosa.
Las tragedias no nos cambian, incluso si apelando a un sentido espiritual colectivo imaginamos que sí. Las tragedias solamente visibilizan lo que está mal. La persona que era solidaria lo será todavía más. La que no lo era, fingirá serlo con el afán de adaptarse a una moda altruista pero pasada la emergencia volverá a su indiferencia: Al autorretrato con boca de pato y videos sobre su comida. La humanidad no aprende, no le es suficiente el flagelo de la historia o estar al borde del volcán en erupción. La raza humana tiene una diversidad de agendas tan variadas como integrantes. La unidad es superficial. La preocupación también. ¿Lo peor de esta avalancha de sentimentalismo? Todos los temas parecen urgentes. No hay prioridades entre las prioridades. Hay una firme fe en que mi causa es La causa. El egoísmo no gobierna, lo hace el deseo y en esto radica su peligrosidad. Deseamos que el mundo se ajuste a nuestra subjetividad. Es una reacción ordinaria que complica la coexistencia al contraponer bienes. El bien común es singular y no hemos parecido entenderlo. Queremos todos los bienes y en el proceso de deconstruir para reajustar realidades, en realidad construimos una senda más complicada y menos “benéfica”. No. Una pandemia NO nos hará mejores. No recordaremos estos días como aquellos que “regeneraron la sociedad y nos volvieron uno”. En el mejor de los casos recordaremos el descuido de gente privilegiada que no quiso quedarse en casa, a la gente necesitada que estuvo exponiéndose al virus y el servicio incansable del personal de salud.
Aprendizajes quizá haya muchos. Verdaderos cambios, ninguno. Se ha recuperado la fragilidad de los seres humanos. Al fin se destacó nuestra vulnerabilidad. Se burlaban de nuestros ancestros elaborando predicciones sobre un cometa o las danzas alrededor de una fogata o el sacrificar un corazón, cada día, para alimentar al Sol. La ciencia actual no tiene todas las respuestas. No es nada grave. Somos seres en proceso de aprendizaje o en proceso de juego (como dirá Huizinga: homo ludens) pero al final, temerosos de lo invisible, habrá otro día con nuevos desafíos para nuestra capacidad racional (de la cual disponemos todas las personas excepto quienes beben cloro para desinfectarse por dentro).
No existe la “normalidad” a la que se quiere volver porque el cambio es la única constante que conocemos. Mañana, cuando todo sea un relato para interrumpir un silencio incómodo (¿Qué tal pasaste la cuarentena?) habremos de seguir teniendo millones de seres empobrecidos. Habrá defensores del neoliberalismo. Negacionistas del cambio climático. Actitudes internacionales asiafóbicas (terror a interactuar de cualquier forma con el continente asiático). Actitudes racistas. Feminicidios. En una palabra: violencia. La única realidad bajo la cual todo esto puede ser distinto es desde la paz. Lejana. La paz siempre parece lejana y, paradójicamente, es lo más cercano que tenemos al decidir, en cada acto. La existencia, queda claro, es una combinación (a veces injusta) entre la voluntad de la mayoría y la voluntad personal. Ojalá este periodo ayude a reflexionar a quienes son principales promotores de la violencia económica (neoliberales –que de neo, nuevos no tienen nada y sí tienen mucho de explotadores rapaces), de la violencia social (quienes olvidan a las personas empobrecidas y, peor aún, niegan la existencia de la pobreza reduciéndola inmaduramente a una enfermedad mental), de la violencia religiosa (con el atroz dogmatismo), de la violencia cultural (ensalzando mafias artísticas o manteniendo innecesariamente a “artistas” a costa del erario público). Ojalá la prioridad de nuestra era sea la paz individual y colectiva. Ojalá.