Megalópolis es la última película de Francis Ford Coppola, en la cual estuvo trabajando e ideando durante décadas.

Esta producción ha dado mucho de qué hablar, pues es sabido que el propio Francis Ford Coppola puso de su dinero para hacer Megalópolis.

Lamentablemente desde su estreno se ha llevado severas críticas por parte del público y medios especializados, siendo un desastre en todos los territorios donde se proyecta.

Ahora esta polémica película ha llegado a México, y veremos en 5 puntos por qué es una obra que no es mala; pero tampoco debió llegar al cine comercial.

Estos son los 5 punto de por qué Megalópolis no debió llegar al cine comercial:

  1. Megalópolis tiene una historia interesante pero demasiado abstracta
  2. Megalópolis cuenta con actuaciones que van de lo destacado a lo irregular
  3. Megalópolis tiene una gran propuesta estética que apela a lo onírico
  4. Megalópolis se olvida de sus personajes
  5. Megalópolis tiene un ritmo casi prohibitivo

Megalópolis tiene una historia interesante pero demasiado abstracta

Lo primero que hay que mencionar es que Megalópolis tiene una historia interesante pero demasiado abstracta.

Ambientada en un futuro distópico, nos presenta una ciudad al borde del colapso; una urbe que fue el símbolo de la prosperidad y el poder, sumida en el caos y la desintegración.

En el centro se encuentra César Catilina, que busca reconstruir y renovar la ciudad siguiendo los principios de una utopía; enfrentando al alcalde Cicero, quien tiene una visión más tradicionalista.

La película plantea temas interesantes, como la ambición, la degradación y autodestrucción de la sociedad, siendo una especie de reinterpretación de la Caída del Imperio Romano.

No obstante, su presentación peca de simbólica y abstracta, lo que la hace poco digerible; además de estar llena de metareferencias históricas y actuales; de ahí que se pueda sentir incomprensible en varios pasajes.

Megalopolis

Megalópolis cuenta con actuaciones que van de lo destacado a lo irregular

Otros aspecto a mencionar es que Megalópolis cuenta con actuaciones que van de lo destacado a lo irregular.

El reparto estelar, liderado por Adam Driver de 40 años, Nathalie Emmanuel de 35 años, y Giancarlo Esposito de 66 años, ofrece actuaciones profundas y matizadas.

Adam Driver aporta una intensidad y vulnerabilidad que lo hacen muy convincente como el arquitecto visionario. Nathalie Emmanuel, por su parte, nos da una frescura y energía que contrasta con el entorno distópico.

Mientras que Giancarlo Esposito vuelve a demostrar que lo suyo son las figuras antagónicas, con un Cicero implacable en su lucha en contra de Catilina.

Junto a ellos tenemos a Shia LaBeouf, Jon Voight y Aubrey Plaza, quienes también tienen papeles relevantes y le sacan provecho a sus escenas.

Lamentablemente en ocasiones se apela demasiado a la grandilocuencia, lo que nos da como resultado pasajes que más que ser relevantes, caen en el humor involuntario, quitando todo el peso simbólico de estas.

Megalópolis

Megalópolis tiene una gran propuesta estética que apela a lo onírico

Francis Ford Coppola muestra que Megalópolis tiene una gran propuesta estética que apela a lo onírico.

La escala de producción es impresionante, con escenarios detallados y una dirección de arte que transporta al espectador a un futuro no tan lejano.

El director utiliza su maestría para crear escenas visualmente impactantes que reflejan tanto la grandeza como la fragilidad de la civilización humana.

Con una cinematografía igualmente destacable, con tomas que capturan la magnitud de la ciudad y sus habitantes, así como los momentos más íntimos de sus luchas y triunfos.

Todo atravesado por un halo onírico, que busca que el espectador saque sus propias conclusiones de lo que está viendo en pantalla, sin hacer declaraciones abiertas de lo que se está presentando.

Megalópolis

Megalópolis se olvida de sus personajes

Si bien sus actores y actrices dan todo en cada una de sus intervenciones, Megalópolis se olvida de sus personajes.

Conforme avanza la película, incluso la “pelea” entre César Catilina y Cicero se deja de lado, en favor de una nueva trama; para posteriormente retomar la narrativa anterior.

Esto puede hacer que ciertas intervenciones se sientan superficiales o no tan relevantes; y que toda la construcción dramática se sienta atropeyada.

Además de que hay personajes a los que les falta profundidad; que están ahí solo para un momento específico, sin ir más allá.

Esto hace que parte del elenco multiestelar se siente desperdiciado, como mero relleno.

Megalópolis

Megalópolis tiene un ritmo casi prohibitivo

Si bien se trata de una película de autor, hay que mencionar que Megalópolis tiene un ritmo casi prohibitivo.

La película es larga (cerca de dos horas y media), y su ritmo lento puede resultar desafiante para algunos espectadores; ya que peca de contemplativa y se siente como si nada estuviera pasando.

Hay momentos en que la narrativa se siente dispersa, como si intentara cubrir demasiados puntos argumentales sin el enfoque necesario.

Pues como mencionamos, salta entre varias tramas de un momento a otro; lo que da una sensación de falta de lógica argumental.

Esta sensación de dispersión puede llevar a que algunos espectadores pierdan el interés antes de llegar al clímax de la historia; ya que pide mucho de una audiencia que ya no está acostumbrada a este tipo de cine.

Megalópolis

¿Vale la pena Megalópolis?

Megalópolis es una obra audaz y ambiciosa que no teme explorar grandes ideas y presentar una visión provocadora del futuro.

Pero también hay que reconocer que Megalópolis tiene varios fallos y nunca iba a encajar con la gran audiencia actual, especialmente aquellos que prefieren narrativas más concisas y enfocadas.

Su exceso de simbolismo es tanto una virtud como una maldición, pues si no estás dispuesto a invertir toda tu atención en la película, le puedes perder fácilmente el hilo, lo que te hará salir de la inmersión.

Francis Ford Coppola apostó fuerte por esta obra como su última película; lamentablemente para el cineasta, su visión fílmica ya no tiene cabida en la modernidad, para bien o para mal.