Después de que el National Arts Club descubriera por casualidad la novena edición de esta celebérrima serie de grabados escondida entre sus archivos, "Los Caprichos" de Goya vuelven a verse en Nueva York pasados 20 años desde que se exhibieran en el museo Metropolitano y
Los grabados llevaban escondidos en los archivos de este prestigioso club, situado en el selecto parque Grammercy de Manhattan, desde 1994.
Ese año, el heredero del pintor estadounidense Robert Henri donó toda su biblioteca de arte a la institución, de la que había sido uno de sus más famosos miembros.
Sin embargo, no fue hasta el verano pasado cuando Yahner se dispuso a catalogar el patrimonio de la institución y descubrió que, entre todos esos libros, se escondía una de las doce ediciones de la serie de grabados satíricos "Los Caprichos". En concreto, era la novena.
"Inmediatamente los identifiqué, porque soy un gran amante de Goya, y decidí que tenía que hacerse una exposición con ellos lo antes posible", asegura todavía emocionado Yahner.
Hasta el 31 de enero, esta elegantísima mansión antigua, que antaño perteneció al gobernador del estado de Nueva York Samuel Tilden, ofrece de manera gratuita un paseo por una de las series mejor conservadas de una de las obras más punzantes de Goya.
Por su carácter tardío (data de entre 1908 y 1912 y la última de ellas se imprimió en 1937) y por el tiempo que ha permanecido sin exponerse al público, esta edición, según Yahner, "es una de las mejores. Está muy bien impresa y en papel de mucha calidad".
"El sueño de la razón produce monstruos", "Asta su abuelo", "Tú que no puedes" o "Están calientes" son algunos de los 80 grabados que Goya creó en 1799 con una técnica mixta de aguafuerte, aguatinta y retoques de punta seca y que le causaron problemas con la Inquisición, pues centraban su ojo crítico en la nobleza y el clero.
"Los caprichos", efectivamente, fueron creaciones de ruptura del pintor con su condición de pintor de cámara, de rechazo a las persecuciones inquisitoriales y prolegómeno de una Guerra de la Independencia en la que se le acusó de "afrancesado".
Sin embargo, el pintor aragonés acabó cediendo al rey de España entonces, Carlos IV, las planchas de dichos grabados a cambio de una pensión para su hijo, y quedaron en poder de la Real Cartografía, que realizó varias reimpresiones.