Hasta el momento hay aún un sinfín de enigmas sobre el autismo: sus causas, sus diferentes expresiones y el diagnóstico así como el tratamiento siguen albergando muchas preguntas, pero un nuevo estudio realizado por la Universidad de Florida Central publicado en Scientific Reports reveló una importante conexión entre el consumo de alimentos procesados en las embarazadas y el autismo en su hijos.
De acuerdo con la investugación, los altos niveles de ácido propiónico (PPA) contenidos en los alimentos procesados para darles conservarlos aptos para el consumo humano por más tiempo y evitar el crecimiento de moho, podrían estar actuando en contra del desarrollo neuronal en los cerebros fetales.
Los estudios relacionados con el microbioma y la alimentación de los niños con autismo no son nuevos, de hecho como parte de los tratamientos utilizados para mejorar la calidad de vida de los pacientes, es común restringir su dieta. Tal como expresa el especialista Steve Silberman en libro Neurotribes, es fundamental eliminar los supuestos alimentos desencadenantes, tratar las alergias alimentarias, entre otras medidas que buscan fortalecer el sistema de bacterias que viven en el cuerpo humano y que son esenciales para la vida.
Pese a esta interacción previamente planteada entre los alimentos y el autismo, la dieta de la madre nunca había sido estudiada en cuanto al desarrollo de esta condición.
Foto: Zach Lucero / Unsplash
El autismo aumenta
El trastorno del espectro autista (TEA), como es conocido médicamente, es una condición relacionada con la neuroinflamación y diversa sintomatología gastrointestinal; se manifiesta con deficiencias de comunicación social en distintos niveles y comportamientos repetitivos que comprometen el progreso del aprendizaje del paciente, además de reducir su capacidad para relacionarse con su entorno.
Aunque el TEA no es nuevo, en los últimos años el número de casos ha aumentado drástica y progresivamente. Es este aumento lo que ha llevado a los investigadores a indagar aún más sobre las posibles causas y cambios en hábitos que podrían estar causándolo. Tan sólo en Estados Unidos en el años 2000 se encontró que uno de cada 150 niños tenía TEA, y en 2018, ese número aumentó a uno de cada 59.
Con información de Big Think