El día era inusual para celebrar una ceremonia eucarística como un bautizo. Martes, martes 19 de septiembre, se trataría de un festejo distinto.
En todo el país, los ciudadanos se levantaban con la idea de que al filo de las 11:00 horas se llevaría a cabo un simulacro en conmemoración del terrible sismo que azotó a la capital un día como ese pero de 1985 y en la comunidad de Atzala en el estado de Pueblo, una familia amanecía con el ánimo de hacer parte de su lado espiritual, a la hija menor de Ismael Escamilla.
En la iglesia de la localidad, se apersonaron sólo 8 integrantes de la familia -era día de trabajo- para dar la bienvenida a su credo a la pequeña; poco antes las ruidosas alarmas ya habían sonado en recuerdo de la tragedia que embargó a todo México.
Minutos después de iniciada la ceremonia religiosa, 14 minutos pasados de las 13:00 horas, el suelo comenzó a moverse y la cúpula del templo terminó por vencerse para hacer contacto con él. 15 asistentes, todos los familiares y 7 personas más que acudieron a oír la misa, quedaron atrapados entre el concreto del techo y los adoquines pegados en el piso.
En el templo la imagen de un ángel, un confesionario, el sacerdote y su sacristán, fueron los únicos que no resultaron afectados por lo que más tarde se informó, se trató de un sismo de magnitud 7.1 grados en la escala de Richter.
Tras lo ocurrido, en el poblado la gente se organizó con palas, picos y cubetas para sacar los escombros y rescatar a sus muertos. Así lograron sacar los cuerpos sin vida de 11 personas. Lo que inició como una alegre tradición, terminó en una dolorosa desventura.
Al filo de las seis de la tarde, ya se tenía una brigada ciudadana de 400 personas. La mayoría se dedicó a sacar escombros. Otra parte, en su mayoría mujeres, montaron una cocina para darle de comer a los ayudantes.
Conforme levantaban las piedras y escombros, aparecían los cuerpos de las víctimas que uno a uno fueron colocados en el patio de la iglesia y tapados con una sábana blanca. La gente de Atzala le rezaba a cada uno de ellos para despedirlos.
Una vez llegada la noche, aparecieron los cascos de hombres topo para alumbrar las montañas de piedra y la maquinaria pesada que estaba afuera sirvió para lo mismo, en tanto la gente colocó 13 veladoras alrededor de ellos.
Hasta el último corte de las autoridades poblanas, son 41 las personas que perdieron la vida tras el sismo.
Con información de Periódico Central