“Carnales hasta la muerte (...) y siempre al millón”, fue el último mensaje que Pablo Ortega leyó de su hermana, Rosa. Lo recibió unos días antes de subir al tráiler donde murió, asfixiado junto a su tío y otros 51 migrantes en San Antonio, Texas, en su intento por llegar a Estados Unidos, tener una casa y un coche.
La última vez que supo de Pablo, recuerda Rosa, fue una semana antes de que esa caja de tráiler fuera encontrada en San Antonio, Texas. Aquel 20 de junio le dijo que contrario a lo que creían antes de irse, viajarían a través de ese método para llegar a Houston y de allí ya podrían seguir en automóvil, tal como habían previsto.
Pero la llamada de confirmación de su siguiente destino nunca llegó. Los días pasaron y pasaron y ni ella, ni el resto de su familia sabían de Pablo ni de su tío Jesús Álvarez.
Hasta que finalmente les informaron que su tío había sido encontrado en el tráiler fatídico localizado el 27 de junio en San Antonio, Texas.
Junto a él, un muchacho con la CURP de Pablo, la única identificación que se llevó porque la prisa le hizo dejar olvidada en el mueble de su casa la carpeta con el resto de sus documentos.
Jesús, tío de Pablo, tenía parte de su vida en Estados Unidos y ansiaba volver; el plan de Pablo era diferente
Hacía tres años Jesús había sido deportado de Estados Unidos a su natal Misantla, pero la idea de regresar a aquel país nunca se le quitó. Allá había estado siete años y hecho una parte importante de su vida, por lo que cada tanto mencionaba la posibilidad de volver.
Él tenía una pierna lastimada con la que podía hacer pocas fuerzas y por eso no lo contrataban en cualquier trabajo. Sumado a los altos gastos que tenía la familia porque su mamá tiene diabetes, pensó que lo mejor era trabajar “del otro lado”.
De hecho la mamá también se pensaba ir. Allá está su otra hija, la mamá de Pablo, pero una infección en la muela le hizo retractarse de la decisión y únicamente darle la bendición a su hijo Jesús y a su nieto Pablo para que cruzaran con bien.
Jesús pensaba irse permanentemente y retomar la vida que “la migra” le cortó en Estados Unidos.
Pablo, en cambio, tenía un plan bien trazado de tres años: el primero para pagar los 3 mil dólares que pidió prestados para irse, el segundo para hacer una casa y un coche y, el tercero, para ahorrar.
Pablo vivía en Tlapacoyan y ya había pensado en viajar al norte muchas veces; la idea lo animaba aún más porque su mamá vive en Estados Unidos desde que él era solo un niño de 12 años, ahora a sus 19 pensaba en volver a reunirse con ella.
“Estaba contento de ver a mi mamá porque no la había visto, era la alegría de él y de mi mamá que iban a estar juntos”
Rosa, hermana de Pablo
Pablo deja a una niña que espera a un niño; será su hermana Rosa quien cuide de ellos
A ella, a Rosa, le tocó ver cómo la VISA que su hermano de 19 años de edad intentaba tramitar desde que inició la pandemia, no llegaba.
A Rosa le tocó saber cuando Pablo embarazó a una adolescente de solo 14 años a quien se llevó a vivir con él. Le tocó ver cuando su tío lo invitó a irse juntos. Le tocó ver todos los preparativos para lo que creían que sería un cruce sencillo por “la línea” (el sitio que cruzan las personas de manera legal) escondido en un automóvil.
También le tocó quedarse con una cadena y un dije que su hermano le obsequió pero también le tocó quedarse a cargo de cuidar a una niña que espera a un niño, que con cuatro meses de embarazo fue la razón decisiva que hizo a Pablo intentar cruzar.
Hoy Eli, quien espera al hijo de Pablo, muestra las imágenes de su ultrasonido. Justo el día que se lo hizo fue la última vez que hablaron y él alcanzó a decirle que se cuidara y cuidara a su hijo.
Justo ese día fue el último que Pablo tuvo comunicación con su familia. De allí el silencio. Ahora solo le queda recordar las caravanas de motos a las que iban juntos.
Rosa muestra en el teléfono las últimas conversaciones con Pablo quien durante el mes del trayecto le iba mandando fotografías y videos de las casas donde los resguardaban, la lancha donde finalmente cruzó el Río Bravo después de varios intentos y los avisos de que se subiría a un tráiler.
Entonces, Rosa le pidió que no se fuera hasta el fondo del tráiler porque tenía más riesgo, la advertencia fue inutil: su hermano murió en San Antonio, Texas.
Pablo era albañil; Rosa ni Eli tienen dinero para el parto y no saben cuando llegará su cuerpo
Esos son los pocos recuerdos que le quedan de él. Las máquinas de tatuar que él tanto quería, la ropa y todos los artículos personales se los robaron de la casa a donde Rosa y Eli se iban a pasar a vivir. Se quedaron sin nada.
Ahora Rosa está preocupada. Se quedaron sin el poco dinero que Pablo ganaba de albañil y que buscaba mejorar yéndose a ganar en dólares.
Rosa ahora sólo tiene los gastos del parto que está por venir y del traslado. Del dinero que necesitó Pablo para irse, una parte se lo dio su mamá y otra lo consiguieron prestado, pero en eso ni siquiera han pensando.
No saben cuándo llegarán los cuerpos de Jesús y de Pablo, pero esperan sea pronto para poderle decir adiós, mientras le rezan cada dos días al pequeño altar que reposa en la sala de su casa en Tlapacoyan.
En Misantla la familia de Jesús hace algo similar.
Rosa ya está organizando la despedida de su hermano, tal como él la pidió unos días antes de partir hacia Estados Unidos: las motos de sus amigos acompañándolo mientras suena la canción “Mi última caravana”. “Por las calles de mi pueblo donde feliz me la pasaba” y a donde Pablo no pudo regresar con vida.