Hasta ahora, hemos relatado los matrimonios de la Güera Rodríguez pero se dice que sostuvo algunas relaciones amorosas prohibidas que fueron la comidilla de aquellos días porque involucraba a personajes importantes y fueron estos los que realmente le dieron fama porque rompían con la moral de aquellos días.
El primer gran escándalo fue cuando invitó a vivir en su casa al respetabilísimo canónigo de la Catedral Metropolitana don José de Beristáin y Sousa con el pretexto de que el noble cura necesitaba consultar la extensa biblioteca de la Güera porque él estaba haciendo estudios bibliográficos y ella no permitía que los ejemplares salieran de la casa, el sacerdote pasaba tardes enteras con la Güera y lo más grave es que estaban bajo el mismo techo que don José Jerónimo, aquel por celos le propinaba las furiosas golpizas, a lo mejor alguna vez los encontró en alguna situación comprometedora y por salvar su hombría fue que la golpeó.
Otro personaje importante con quien la involucraron fue nada más y nada menos que el joven Simón Bolivar, quien tendría unos dieciséis años cuando conoció a doña María Ignacia y quedaría absolutamente prendado de su belleza y ella, siempre generosa, lo adiestró en materia de amor en aquel tórrido romance del joven con una mujer otoñal.
Simón Bolivar frecuentaba las tertulias del virrey Miguel de Alzanza, era un joven teniente que destacaba por su aguda inteligencia, tremenda simpatía y desenvoltura a veces confundida con descaro, pues hacía atrevidos comentarios acerca de la situación política que enfrentaban las colonias americanas por su dependencia de España y que era mejor que se liberaran del yugo, palabras que evidentemente provocaban molestia e inquietud, sobre todo por el círculo de personas frente a quienes los decía, por lo que el virrey, celoso de su deber, tuvo que despedir al joven y al poco tiempo lo invitaron a tomar un navío en Veracruz.
Otro personaje ilustre con quien la Güera Rodríguez tuvo una amistad cercana fue con el famosísimo Barón de Humboldt, don Federico Enrique Alejandro, un viajero alemán, investigador y naturalista quien llegó a la hermosa Ciudad de México el 10 de octubre de 1803, acompañado de su amigo cercano y colaborador francés Aimé Bonpland.
Según Artemio de Valle Arizpe, desde que Humboldt conoció a la Güera Rodríguez quedó prendado de su encanto, salían a pasear con frecuencia y aparecían muy juntos en lugares de moda, caminaban mucho pues el Barón gustaba de observar la naturaleza y ella siempre estaba con él, escuchando atenta las explicaciones que él le daba acerca de antiguos fósiles, aves, plantas y mariposas, compartía un sincero interés cuando le mostraba el funcionamiento de barómetros, magnetómetros, higrómetros, termómetros y otros raros instrumentos.
Dicha relación duró mucho tiempo, hay quienes ponen en tela de juicio que realmente se diera un apasionado romance pues sugieren que el Barón de Humboldt y Aimé Bonpland compartían más que puro interés científico y tenían una relación de otra naturaleza, es decir homosexual asunto que en su momento era motivo de escándalo, Humboldt admiraba la inteligencia de la Güera, y sí era gay, le servía de mucho pasear con la bella dama porque saliendo con ella, nadie pondría en duda la virilidad del explorador porque aparecía en público con la mujer más atractiva de Nueva España, así que la pareja compartió intereses y diversión hasta que ambos caballeros decidieron dejar estas tierras para explorar nuevos lugares.
El romance más sonado y escandaloso de doña María Ignacia fue con don Agustín de Iturbide, quien estaba casado desde febrero de 1805 con doña Ana María Josefa Ramona Huarte Muñoz Sánchez de Tagle, mujer de vientre fecundo ya que engendraron diez hijos.
Cuenta Francisco Martín Moreno en Las grandes traiciones de México que la relación de Iturbide con la Güera Rodríguez se dio con tal frenesí que el 21 de septiembre de 1821, cuando se había consumado finalmente la Independencia de México, la dama en cuestión festejó con alegría el triunfo porque era defensora de la causa independiente y que el 27 de septiembre cuando el Ejército Trigarante hizo su entrada triunfal en la capital, Iturbide desvió el desfile para pasar por la calle de La Profesa (Madero) en donde estaba la casa de la guapa dama (hoy en la que fue la casa de la Güera hay una conocida tienda de discos) quien esperaba desde su balcón el paso del contingente, ataviada de verde, blanco y rojo, él delante de todos bajó de su caballo y obsequió a la guapa dama una de las plumas tricolores con las que adornaba su sombrero, entró a saludarla deteniendo la marcha, mientras la Güera Rodríguez, ante semejante demostración de amor, se veía como la futura emperatriz mexicana.
Como la Güera tenía altas aspiraciones, junto a Iturbide ideó un plan macabro para quitar del camino a la esposa, pero no había una causa real que justificara el abandono, los propios amantes escribieron una falsa misiva que mandaron en sobre abierto dirigida a doña Ana, en donde su falso querido hablaba abiertamente del adulterio.
Esta carta se presentó a la Inquisición como prueba de la infidelidad, la acusada, dama sumisa y fiel, no pudo probar su inocencia y los inquisidores decidieron ubicar de por vida a doña Ana, quien era muy conservadora y devota católica en el Convento de San Juan de la Penitencia.
Desgraciadamente para Iturbide y doña Ignacia no pudieron concretar su malévolo plan porque un Emperador divorciado era inconcebible para la sociedad puritana y finalmente, doña Ana salió de la reclusión para ser coronada como Emperatriz junto con su esposo, aunque el gusto les duró poco tiempo pero esa es otra historia.
Finalmente nos referiremos al momento en que la polémica Güera Rodríguez se enfrentó al Tribunal del Santo Oficio, esto sucedió el 22 de marzo de 1811 y fue por una falsa acusación en donde relacionaban a la Güera Rodríguez de haber tenido tratos con el cura don Miguel Hidalgo y Costilla.
Ella simpatizaba con el movimiento insurgente pero era complicado demostrar que participara en él de manera activa.
En el momento en que los inquisidores iniciaron el feroz interrogatorio ella los escuchó, callada y tranquila, pero cuando don Joaquín Sáenz de Mallozca comenzó su discurso hablando de valores morales, ella lo interrumpió, habló con voz sonora y delante de todos le sacó sus trapos al sol, le dijo que él recordara que ella sabía que desde hacía tres años, el respetable y santo varón mantenía relación sodomita con un joven novicio del Convento de San Francisco y que sí él insistía en acusarla, haría públicas sus declaraciones.
Los inquisidores, quienes también tenían una larga cola que les pisaran, se hicieron de la vista gorda y retiraron la acusación por falta de pruebas.
Al final de su vida, la Güera Rodríguez quedó paralítica y murió en la tranquilidad de su casa ubicada en el Número 6 de la calle de San Francisco el 1 de noviembre de 1778, tenía 71 años de edad.
Fue una mujer que por sus acciones se adelantó a su tiempo, aprovechó su belleza para disfrutar de la vida y vivió su sexualidad a plenitud, fue inteligente y valiente, siempre dio de qué hablar y fue admirada.
Doña María Ignacia Rodríguez de Velasco fue una mexicana singular cuya vida disipada dejó una peculiar huella en la Historia.
Bibliografía Arrioja, Adolfo.
El águila en la alcoba, la Güera Rodríguez en tiempos de la Independencia Nacional.
Grijalbo, México, 2005, 378 p.
Moreno, Francisco Martín.
Las grandes traiciones de México.
Joaquín Mortiz, México, 2001, 314 p.
Sefchovich, Sara.
La suerte de la consorte.
Océano, México, 1999, 470 p.
Valle -- Arizpe, Artemio.
La Güera Rodríguez.
Ed. Panorama, México, 1995, 96 p.