Al momento de escribir este texto, las 9 de la noche del martes 24 de mayo, hora de la CDMX, son 18 los niños asesinados por un terrorista de 18 años, fuertemente armado, en una primaria ubicada en el estado norteamericano de Texas.
A estas alturas, en plena espiral de autodestrucción de lo que durante un par de décadas fue la única superpotencia del mundo, ni siquiera una masacre como esta logrará detener un poco la espiral de violencia interna y externa del proyecto imperial de los autodenominados Estados Unidos de América. La pandemia sigue matando cientos de estadounidenses cada día, pero eso ya “quedó atrás”. Volvió la normalidad de las masacres y balaceras constantes.
Ni la muerte de 18 niños de primaria logrará detener el poderío de los “lobbys” de las armas de fuego en los Estados Unidos, en donde una interpretación fascistoide de la segunda enmienda de su constitución, “el derecho a portar armas” ha dado pie a una industria multimillonaria que compra congresistas, senadores y gobernadores, esparciendo su rastro de sangre y muerte en México, Estados Unidos y el resto del mundo.
Greg Abbot, gobernador republicano de Texas, ladra mucho sobre la inexistente “invasión” de migrantes mexicanos (es imposible “invadir” tu propio territorio histórico y cultural), pero ni siquiera puede garantizar la seguridad de los niños, ¡de los niños! en su infernal estado.
El decadente espectáculo mediático que se avecina ya nos lo sabemos de memoria: “pensamientos y oraciones” para las víctimas y sus padres (orar no sirve para nada en estos casos), indignación un par de días, eventual olvido de la mayoría de los gringos y otra masacre en los próximos días (van 27 balaceras escolares en menos de 5 meses en los Estados Unidos).
Nada cambiará en el proyecto imperial norteamericano. Nació en la violencia y en la barbarie y morirá en la violencia y en el barbarismo. Ya no le falta mucho.