Se llenó el Zócalo capitalino, cosa habitual desde hace años en los actos que encabeza Andrés Manuel. Quizá lo necesitaba más él que la población.

Muchos comentan que si fueron entre 200 y 250 mil; que si 100 o 150 mil. La medida debería ser: lleno, medio lleno, casi vacío. Sabemos que lleno es algo más de 100 mil.

¿Hubo acarreados?, claro, también hubo muchísimas personas que acudieron por voluntad propia. En la conducta de las masas mexicanas en asuntos políticos, es tradición combinar acarreados (en sus distintas formas) con voluntarios y mitoteros (con sus distintas intereses), lo cierto es que vimos un Zócalo repleto y con multitudes sin mascarilla. No llovió y eso aumenta el riesgo de contagio aerosol. Ya veremos en los siguientes 15 días qué dicen las estadísticas de contagio.

El discurso del presidente fue demasiado largo, alrededor de una hora, sobre todo porque con las mañaneras nos mantiene actualizados de sus noticias, logros, filias y fobias. Ha dicho verdades, medias verdades y mentiras.

1. Los pobres

Termina su tercer año con un alto índice de aceptación y popularidad. Parecería inmune a los ataques de sus enemigos. ¿Por qué? Veo dos razones:

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  • Un líder carismático con una amplia base social construida durante muchos años y una gestión de su gobierno con clara atención a los pobres y desprotegidos.
  • Nunca desde la segunda mitad del siglo veinte, se había dedicado tanto dinero directo, obras municipales, aumento al salario mínimo como en el gobierno de López Obrador. Son millones de mexicanos que se benefician de sus programas y se lo agradecen celebrando y apoyando su gobierno.

Además lo ha hecho respetando (incluso exagerando) la ortodoxia macroeconómica y con ello, dejando sin argumentos solventes a sus enemigos. Es más, me atrevo a decir que los exhibe: los gobiernos anteriores no vieron por los pobres que son mayoría en nuestro país.

Esta es la gran verdad y fortaleza del régimen actual y lo que le permitirá perpetuar su proyecto, si no sucede nada extraordinario.

2. La corrupción y la impunidad

En términos generales y después de los excesos del sexenio anterior, podemos observar que la subordinación del poder político a las élites económicas ha disminuido considerablemente. Ahora casi todos los poderosos y los no tanto, pagan impuestos, reciben menos favores ilegales, y han tenido que apechugar el surgimiento de un poder presidencial que ya daban por controlado.

No obstante, el presidente clama a los cuatro vientos que la corrupción se ha terminado y eso es una verdad a medias. En primer lugar en tres años es imposible cambiar el entramado burocrático que por décadas se formó y que funciona de manera anquilosada y corrupta. En segundo lugar la propia ineficacia e impericia de su equipo de trabajo y las mañas de algunos colaboradores, han derivado en compras y contratos asignados caprichosamente de manera indebida. Ya se empiezan a conocer los nuevos ricos del sexenio y no parecen ser otra cosa que vulgares oportunistas corruptos. ¿Dónde los vemos? En los grandes proyectos del presidente (Tren Maya, Dos Bocas, Santa Lucía, Itsmo, Sembrando Vida, Insabi).

La desarticulación del andamiaje institucional del régimen anterior que permitió la complicidad de ciertas elites (intelectuales, académicas, empresariales, ciudadanas) en organismos de supervisión y control, ha significado un gran malestar entre las clases medias y altas, los líderes de opinión y los gremios de causas e intereses. Claramente la idea del presidente de destruir todo aquello por donde transitaba el poder político y económico anterior para dar paso a un nuevo entramado, ha mostrado el gran mal de nuestro país: el régimen presidencialista vigente no responde al perfil ciudadano del México actual. Tanto poder en manos de una sola persona no representa ya el interés público de las mayorías. Las tentaciones autocráticas y los riesgos inherentes al poder omnímodo, son un precio muy alto para el México del siglo veintiuno. La tarea de reformar el Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial para transitar hacia un Estado de Derecho solvente y eficaz es la gran tarea pendiente de nuestro país. No se ve en el horizonte que esto vaya a suceder en el corto o mediano plazos.

3. Inseguridad

Es muy difícil sentirse seguro en México. Asaltos callejeros, robos en domicilios y oficinas, fraudes cibernéticos, secuestros, robos de autos, venta de medicinas, alimentos, bebidas y enseres falsos, extorsiones, chantajes de todo tipo y monto. Derechos de piso para el pequeño comercio y negocio, derecho de cruce para mover mercancías. Territorios completos controlados por bandas del crimen organizado y del desorganizado también.

Nos dicen que todas las mañanas, muy temprano, el gabinete de seguridad se reúne para ir resolviendo este asunto fundamental para la vida pública. Primero que había que ordenar los sistemas de información para tener datos confiables y oportunos; luego que había que organizar a las fuerzas policiacas federales en una Guardia Nacional nutrida y apoyada por las fuerzas militares y con ello, establecer alrededor de 250 centros operativos en todo el país.

Nos dicen que casi todos los delitos, salvo el de homicidio doloso, han disminuido. Se argumenta que los casi 100 homicidios diarios son entre bandas del crimen organizado disputando territorios.

Y, sin embargo, la percepción del ciudadano de a pie es que las cosas no sólo no mejoran sino que empeoran. Además, es claro que los criminales se han organizado en pandillas, colonias y tipo de crimen de una forma bastante más eficaz que las policías locales y federales que deberían combatirlos.

La respuesta del Poder Judicial es nula y en muchos casos negligente. Son francamente nulos los incentivos para que un ciudadano denuncie y colabore con el Poder Judicial para que se haga justicia ante un crimen o asalto.

El presidente nos da atole con el dedo y se cura en salud exponiendo el lado bueno de lo que hace. Pero los resultados son desastrosos. Él no es responsable del enorme deterioro ocasionado paulatinamente desde hace décadas, de la inseguridad en todos los niveles de la vida en el país, pero si es responsable de mentirle a la sociedad exponiendo una versión ligera del problema y no actuando de manera más contundente para resolverlo. El 80 por ciento del problema está en el 10 por ciento del territorio; el 80 por ciento de los delitos importantes, lo comenten menos de 500 bandas perfectamente identificadas cuyas cabecillas son, digamos, cinco maleantes. O sea que 2500 cabrones nos tienen con el Jesús en la boca. Que no se pasen el presidente y su madrugador Gabinete de (in)Seguridad.