Hace unos días asesinaron a Abel Murrieta, él era mi abogado, era quien más conocía a profundidad el caso de mi familia. Pasaba horas enteras encerrado en la SEIDO revisando expediente por expediente, hoja por hoja, todo lo recabado en el caso. Estaba presente en todas las audiencias, parecía yo el invitado.
Además, lo digo con certeza, era mi amigo, amigo de la familia, a todos nos cayó como cubetada de agua helada la noticia, todos lloramos y nos abrazamos, nadie lo creía, aún hoy, lo siento irreal, y es que la gente buena no debería irse así, pero esto pasa en el México que nadie ve y menos entiende.
Lo mataron un día antes del día que me citó para vernos en Tijuana. Pero no había reunión con él donde no me diera información importante.
Abel siempre estuvo inconforme de cómo se estaban manejando las cosas en las investigaciones de mi familia, peleaba contra las omisiones y como fueron tan irresponsables las autoridades por no tener esos caminos protegidos y vigilados desde que iniciaron todas las muestras de violencia.
También él estaba muy inconforme de que no nos dejaban adentrarnos en las carpetas de investigación de la masacre en Agua Prieta, de la noche entre el 3 y el 4 de noviembre de 2019. Pero era aguerrido y no aceptaba un no por respuesta, así que logró meterse en algunas de esas carpetas, y fue hilando toda una historia, que sólo ha quedado en pausa.
Un par buscando respuestas
Él siempre estaba muy enojado, me entendía perfectamente y le agradecía, éramos un par de indignados buscando respuestas. A veces parecíamos ciegos, buscando una verdad a tientas, en la oscuridad de la noche, en una de esas negruras cerradas, ahí queríamos hallar aunque fuera una razón, que le diera un poco de sentido a la masacre contra mi familia.
Encontró que en el caso de mi familia lo que más prevalecía, eran las omisiones, faltaban demasiadas denuncias en las carpetas, y esto nos cortaba el hecho de poder participar en la procuración de justicia.
Las vendas que ciegan la justicia en México.
Era un hombre íntegro y querido en su región, y han surgido cientos de teorías, pero no podemos especular. ¿Qué más quisiera yo que ayudar? Pero ahí, esperamos una respuesta de las autoridades, y que sepan que este caso no es uno más, si logran desentrañar los motivos, podríamos tener otra mirada de la hoy, colérica y turbia, política mexicana.
Sé que me defendía aquí, y ahora estoy convencido que ya conoció a Ronhita y a mis nietos, ya les dijo como no he dejado de luchar y eso me mantiene tranquilo, más no paralizado.
Hoy en mis plegarias y en los pasos que dé, llevaré tatuado en el corazón el nombre de Abel Murrieta, un amigo que se aventó a caminar conmigo buscando arrancar a tirones las vendas que ciegan la justicia en el país.
Que no quede impune, que nadie dé carpetazo, voy a honrar su memoria no dejando que muera; no olvidaré, porque eso sí entierra a las personas.
Mis condolencias a su esposa, hijos, familia, a sus amigos, y a todos los que tuvieron la gran fortuna de conocerlo.