No es fácil escribir estas líneas. Como gran amante de la aviación, la pérdida de un avión es un tema doloroso. Hace ya muchos años me tocó enterarme que la aeronave, emblema de dos países, tuvo que dejar de surcar los cielos tras un accidente fatal; era el Concorde, ese avión supersónico que cruzaba el Océano Atlántico en sólo 4 horas. Cuando dejó de volar en 2003, fue una pérdida irreparable para el mundo aeronáutico. Desde entonces sigo atenta y en espera del año 2026, fecha en que estiman regresarán los aviones supersónicos a los vuelos comerciales.

Lamentablemente hoy somos meros espectadores de la muerte de un gigante para la aviación: Antónov An-225 Mriya. En ucraniano, Mriya (Мрія) significa “sueño”, y justamente con el conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, es un sueño que termina por esfumarse.

Era un avión único en el mundo. Fue fabricado en 1988 por el Complejo Técnico Científico Aeronáutico Antónov, compañía fabricante de aeronaves y proveedora de servicios aeronáuticos, fundada en la Unión Soviética en 1946, con sede en Kiev. La empresa tiene particular experiencia en el campo de la construcción de aeronaves de gran tamaño.

Fue el más grande del mundo, y así quedó registrado en el libro de Récord Guiness, obteniendo el récord mundial absoluto de transporte de carga aérea, transportando 189,980 kg. en un único vuelo.

El diseño de esta gran aeronave incluía seis motores de turbina: tres bajo cada ala, y el doble timón vertical de cola, instalados en los extremos de una estructura alar en la parte trasera, donde se instalaron los alerones horizontales de vuelo que conectaban a la estructura central del fuselaje. Terminaba con un diseño aerodinámico único en su tipo, para mejorar su rendimiento de vuelo y reducir la turbulencia trasera.

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Una joya del diseño aeronáutico; transformó la cola de un único estabilizador vertical a una cola de doble estabilizador vertical, y un estabilizador horizontal de grandes dimensiones, conectado al fuselaje central. La cola doble era una necesidad, para poder llevar grandes cargas en un contenedor en el exterior, que de otra manera perturbarían la aerodinámica de una cola convencional.

Era todo un espectáculo observar al avión de carga más grande del mundo. Yo tuve la afortunada oportunidad en el aeropuerto de Newark, mientras estábamos en la plataforma. Junto con mis compañeros tripulantes pudimos observar cuán grande era; a su lado estaba un avión de los que popularmente se conocen como “Jumbo” de la Boing, que veía “pequeño” al lado del imponente Antónov.

Este año 2022, a finales de febrero comenzaron los rumores sobre el estado del avión; el piloto de este equipo informó, durante varios días, que el equipo se encontraba bien. Posteriormente, el primer ministro ucraniano declaró (27 de febrero) que las fuerzas militares rusas lo habían destruido. Sin embargo, la afirmación era confusa, pues había quienes aseguraban que la aeronave se encontraba en buenas condiciones.

Acaban de confirmar la noticia, haciendo públicas las imágenes del lugar donde estaba resguardado el “sueño” Antónov-225. Es devastador observar y ser testigo de su destrucción. El avión de carga más imponente, grandioso y espectacular, reducido a pedazos de metal retorcidos; duele saber que este gigante de los cielos no volverá a surcar el cielo.

Los portales de noticias especializados en aviación no dudan en hablar de “la muerte” de la aeronave. No es una exageración, mientras los equipos tienen vida útil son bautizados, se les dan bienvenidas y despedidas en los aeropuertos, se visten con diseños de pintura y se apapachan como proezas de la ingeniería, como símbolos del desarrollo de la humanidad, como baluartes de la comunicación y como herramientas insustituibles hasta ahora del transporte.

Por eso me duele tanto esta despedida, porque no solamente es un viejo conocido al que no volveré a ver más que en fotografías. Este adiós es más feo porque se va sin que tenga ninguna responsabilidad, más allá de quedar en medio de un conflicto entre sus originales creadores: Rusia y Ucrania, trenzados en una lucha intestina que es avivada, nutrida y financiada por fuerzas exógenas, que como aves de rapiña saben que podrán hacer un festín con los despojos que quedarán cuando el humo se disipe. Un desconsolado adiós a ese “sueño” llamado Antónov, al que no volveremos a ver, y cuya leyenda comienza a escribirse hoy.