“La Piedra de la Paciencia”, peculiar novela de Atiq Rahami, discurre como el monólogo interior de una mujer destinada a cuidar a un marido en estado vegetativo, postrado por las heridas que la “Yihad” ha traído para él aparejada.
“Guerra santa” que no es librada por medio de la oración como pregona el texto del Profeta, sino mediante las armas modernas desplegadas desde los días en que los “mujaidines” combatían al régimen presidido por Abdullha Abdullha en Kabul soportado por las tropas de ocupación soviéticas.
Roberto Woodward referiría las loas a las que se hicieran merecedores los combatientes afganos, en el libro que dedicara a la gestión Bill J Casey al frente de la Agencia Central de Inteligencia durante la emblemática década del ochenta.
Cuarenta años de aquellos sucesos y dos décadas después del desplome de las “Torres Gemelas” de Nueva York y de haberse suscitado en consecuencia la intervención norteamericana, los “talibanes”, descendientes de los “heroicos combatientes” de Casey, entran triunfales a la Ciudad de Kabul.
La extensa zona de Asia central que abarca los territorios de Irak, Irán, Afganistán y Pakistán se nos antoja lejana y misteriosa, contando sobre ella con la referencia nebulosa y al unísono lumínica de algunas obras literarias, como lo es la ya referida de Atiq Rahimi; o algunos títulos de Salman Rushdie que pudieran remitirnos a Irán como el título proscrito : “Los Versos Satánicos”; o “Vergüenza” , la novela que alude al líder Pakistano Ali Butho , cuya hija, la primera gobernante mujer de un país islámico, moriría en un atentado que recuerda lo sucedido a Indira Gahandi, gobernante a su vez del gran rival regional de Pakistán.
El proceso de desdolarización de las relaciones comerciales que se ha manifestado con mayor lentitud en el ámbito de las transacciones financieras, seguramente habrá de acelerarse con la reciente caída de Kabul, más allá de no obstante, habrá que estar pendiente respecto a eventuales relaciones de más inmediata repercusión que al efecto pudieran presentarse.
Una década atrás, la oficia asentada en el condado de Béjar en el estado de la Rosa Amarilla, señalaría que un individuo llamado Manssor Arbasbiar había cruzado la frontera desde México.
En Octubre de 2011 , Arbasbiar fue señalado de pertenecer a la guardia republicana iraní, en cuyo desempeño, se aprestaba a preparar un atentado con explosivos en el vehículo del embajador de Arabia Saudita en Washington D.C., tras haber signado en nuestro país un acuerdo con el cártel de los zetas.
Nueve años después, y con motivo del artero atentado con drones que costara la vida al general Solaimenai en Irak, el entonces vicepresidente Mike Pence declararía que los zetas recibirán a cambio del apoyo brindado a Manssor Arbasbiar , el pleno acceso a los circuitos del mercado de opiáceos.
Llama la atención por una parte, el hecho de sea, precisamente Afganistán el principal centro de cultivo de amapola del planeta, dado que, tal país no se encontraba en el área de influencia de las tropas de Irán al mando de Solaimenai sino de Estados Unidos, bajo cuya ocupación, dicho sea de paso, se dispararía el trasiego de opiáceos.
Por lo demás, el supuesto atentado a perpetrarse en Washington fuese tan similar en su descripción al que perpetrara en dicha ciudad Luis Posada Carriles como agente de la CIA en contra del canciller chileno Orlando Letelier , lo que de entrada hace pensar en un montaje de pies a cabeza, como los que se tejieron en México durante la gestión policial del indiciado Genaro García Luna, baste recordar al respecto el del supuesto plan de intervención de los hijos de Gadhafí a México.
En el monólogo interior de “La Piedra de la Paciencia”, su protagonista se sirve de una piedra que se usa a manera de mantra para alcanzar un estado semi hipnótico que permite dar salida a la angustia.
Es una práctica, no exenta de carácter herético y que proviene de las religiones previas al Islam, conservada como costumbre en la zona fronteriza con Irán, extremo opuesto a la frontera Pakistaní de donde es originaria la tribu Pashtún que nutre mayoritariamente el contingente de los talibanes que en días recientes entrara triunfante a la ciudad de Kabul.
Entre nosotros, dicho sea sin menoscabo de inclinación devocional alguna, alcanzar serenidad mediante un estado semi hipnótico no sería a todas luces lo más aconsejable, sino dilucidar a cabalidad, mediante una estricta investigación forense, las implicaciones que pueden llevar aparejados una serie de los montajes policiales perpetrados en el pasado y que en el momento en el que menos lo podamos imaginar pudiesen llegar a poner en riesgo nuestro seguridad nacional.
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