Ayer se llevó a cabo el último debate previo a la elección a gobernador del estado de México. La transmisión coincidió con la semifinal de la Liga MX, disputada—por si fuera poco— entre los equipos más populares del país, Chivas y América. Y en un horario donde millones de mexiquenses se encuentran en ruta de regreso a sus respectivos hogares.
No creo que se le pueda llamar debate a lo que la noche del 18 de mayo sostuvieron las candidatas a la gubernatura del Edomex. Porque, aunque la ponderación de los argumentos es fundamental en un intercambio de ideas; no obstante, no puede debatirse un tema sin que haya confrontación de posturas o posicionamientos. Consecuentemente, lo que vimos ayer fue más bien una exposición de propuestas y promoción unilateral de candidaturas, ante un foro que esperaba mayor parangón, disputa, querella.
Entiendo que el formato no permitió que el debate estuviera a la altura de las expectativas. La tibieza y tedio que atestiguamos no pueden ser atribuibles al desempeño de ninguna de las candidatas. Sin embargo, no cabe duda que lo acontecido ayer, por múltiples y diversas circunstancias, acabó por favorecer a la candidata puntera, la oficialista, Delfina Gómez Álvarez; pues la candidata de la coalición Va por el Estado de México, Alejandra del Moral Vela, tenía que salir a noquear. No pudo. No por ella. Insisto. Por el formato.
A ambas se les vio un poco titubeantes en cuestiones donde tenían que verse seguras. A Del Moral no se le alcanzaba notar efusivamente convencida de haber alcanzado a Gómez; y a Delfina se le notaba vacilante, incluso temerosa en el momento de detallar sus propuestas en materia de corrupción y seguridad.
Hubo lapsos en los que llegó a parecer que Alejandra del Moral dudaba si lograría ganar la elección; pero se le notaba más segura respecto a que de ganar, tendría un excelente desempeño como gobernadora.
Por su parte, Delfina Gómez parecía segura de llevar la ventaja, pero temerosa en cuanto al desenlace, posterior al triunfo electoral. Tal y como si no estuviera convencida de querer ser realmente la gobernadora del estado de México.
Otro aspecto a destacar del debate fue que tanto una como la otra se midieron. Se les notó cuidadosas. Esto sólo puede interpretarse de una forma: la elección está más cerrada de lo que parece.
También le llamó la atención cómo se expuso la cuestión de la independencia de cada una de las candidatas.
La candidata de PRI, PAN, PRD y Nueva Alianza dejó claro que ella contiende libre e independiente de cualquier jefe. La declaración la hizo en una coyuntura donde ha quedado de manifiesto que el actual gobernador del estado, Alfredo del Mazo, ha claudicado y entregado la plaza a Andrés Manuel López Obrador. Hoy es sabido que no habrá operación a favor de su candidata, pues fue del Mazo quien la eligió y propuso; no habrá recursos; no habrá apoyo. Es notable que su miedo, que su avaricia, que los millones en Andorra, valen más que una elección y una dinastía.
Delfina no puede entenderse sin AMLO y sin Morena. Así de fácil. Así de sencillo. Hasta pareciera que contiende por órdenes de Presidencia y no por vocación política.
No cabe duda que las dos candidatas encarnan una antítesis. Tanto en forma como en fondo. Por eso deberán exaltar ese contraste. Será una elección polarizada, como todo en estos tiempos.
Ya sin debates pendientes, la última carta que deberá jugarse Alejandra del Moral y todos los que la apoyan, es la de los huevos.
Su triunfo sigue siendo posible. Poco probable. Empero posible. Dependerá de no sólo convencer porque la voten, sino tendrá que persuadir a todos a que salgan a votar. Una avalancha de votos podría vencer fácilmente a la maquinaria electoral del oficialismo. Actualmente, los peores enemigos de Alejandra son los que gobiernan su estado y los que gobiernan el país. Definitivamente adversarios grandes. Eso no quiere decir que invencibles.