Regresó Donald J. Trump a la presidencia de los Estados Unidos. Más cómo voto de castigo al senil Biden y a la antipática Kamala Harris que como confianza al ex conductor de reality shows.
Haría bien Trump, los ciudadanos y las personas cuerdas que queden en la administración en verse en el espejo de la Rusia post-soviética: los tres oligarcas más ricos del mundo, Zuckerberg, Musk y Bezos, estaban presentes en lugares de honor en la toma de posesión. Al periodo de oligarquía en la Federación Rusa le vino un declive grave en su poder e influencia. La historia no se repite, pero rima.
Trump le apuesta capital político a las guerras culturales. Sí, los estadounidenses no verán mejorar en absoluto su situación social, educativa, sanitaria o económica, pero “al menos” a nivel gubernamental las personas trans serán perseguidas ya que solo se reconocerán dos sexos.
Suma cero contra México. A los delirios de “hacer a Estados Unidos grande otra vez” le hace falta poner “en cintura” a nuestro país. Ahí vienen las órdenes ejecutivas para declarar a los “cárteles” del narcotráfico (que los mismos estadounidenses enriquecen y arman) grupos terroristas, para llamar “Golfo de Estados Unidos” al Golfo de México y para militarizar la frontera. Sólo hay que recordar una frase de realpolitik para superar el vendaval: “ser enemigo de Estados Unidos es peligroso, pero ser amigo es fatal” y ahí están como prueba las ruinosas condiciones de países como Alemania y Japón. No debe cederse nada.
Aún así, Trump llega al poder con un país mucho más debilitado que hace casi una década. Crisis económicas, atomización social, polarización, crisis de drogadicción, pobreza y más de un millón de muertos por una pandemia no son cualquier cosa aún para un país otrora poderoso. Resistiremos.