Es una buena noticia que la futura presidenta de México, Claudia Sheinbaum, se incomode con el lenguaje soez y la agresión del bully, Donald Trump, en sus actos de campaña. En realidad, se reaccionó con error, el insulto proferido sobre un supuesto bajo nivel intelectual no se refería al excanciller Ebrard, sino al presidente Biden, en ese entonces todavía el adversario a vencer. López Obrador y el expresidente norteamericano comparten la manera de referirse a sus adversarios, en ambos casos reprobable. Nada justifica el insulto y la calumnia. La buena noticia, en México será cosa del pasado a partir del 1º de octubre.

De ganar Trump la elección, escenario altamente probable, no deben preocupar las palabras y las ofensas, sí los juicios y las decisiones. Es reprobable el insulto, todavía peor festinar el sometimiento del país vecino a partir de la amenaza y la ventajosa posición del gobierno del norte. El presidente López Obrador queda exhibido por su supuesto amigo en dos temas sumamente críticos: aceptar que México sea huésped de migrantes ilegales expulsados del EU y que la policía mexicana -la Guardia Nacional o el Ejército-, asuma tareas al gusto del gobierno norteamericano. La soberanía y el respeto ha sido más pretensión que realidad antes, ahora y, probablemente, mañana. El supuesto respeto a México que invoca el presidente López Obrador se desmiente por su propia conducta.

No es necesario asumir una postura claudicante ni derrotista. El bully gana terreno a partir del miedo, como ha quedado claro en el último año de Peña Nieto y los de López Obrador. Además, con los demócratas los modos cambian, no así las decisiones de autoridad. El futuro gobierno deberá medir bien al vecino. Hay intereses compartidos, incluso en materia migratoria, la competitividad de la economía norteamericana requiere de migrantes. El reto y la oportunidad es cómo emprenderlo de manera ordenada y, especialmente, evitar que sea México la puerta de entrada a EU de la migración ilegal. La dimensión humanitaria al drama migratorio demanda además del acuerdo bilateral, la atención de los órganos internacionales que atienden estos asuntos.

El problema del futuro gobierno, independientemente de quien gane la elección presidencial resulta complicado en el tema de seguridad fronteriza y particularmente el del narcotráfico y específicamente el envío ilegal de fentanilo a territorio norteamericano. No hay lugar a la negación, como señalar que México no produce y que es la fuerza del consumo lo que motiva el problema. Todavía peor es decir que en México no hay adicciones cuando la investigación confiable sobre la situación, esto es, la encuesta del INEGI sobre el tema se ha pospuesto de manera reiterada.

Con Trump la DEA regresa por la puerta grande, preocupante noticia para el gobierno que concluye. La agencia tiene un diagnóstico que remite a la colusión de las autoridades locales y federales con el crimen organizado. No es un asunto de que se rechace la estrategia del gobierno que concluye, sino que para ellos desde hace mucho tiempo ha habido colusión y el crecimiento del crimen asociado a las drogas, al igual que al trasiego de migrantes tiene que ver no con negligencia, sino con complicidad. El prejuicio y utilizar como elementos de prueba el testimonio de criminales a cambio de beneficios procesales conduce a aberraciones en materia de justicia, justo como el gobierno de López Obrador. Las entidades para combatir al crimen organizado están sometidas a la agenda política del presidente.

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Los intereses comunes entre ambos países son la realidad y nadie puede actuar contra la conveniencia de todos. El problema, las autoridades mexicanas actúan de manera errática y en no pocas ocasiones, irresponsable. Para el gobierno de Claudia Sheinbaum deberá quedar claro que no podrá encarar los retos con un país dividido, con instituciones devastadas y un gobierno avecindado en el voluntarismo y en un mundo que dejó de existir hace décadas.

Ser socio comercial y vecino del país más poderoso del mundo, eventualmente gobernado por un bully requerirá cuotas elevadas de responsabilidad y habilidad política que trascienden por mucho a la manera como el gobierno obradorista ha lidiado con los temas internacionales y la relación bilateral.