Allá, en Europa, fue la extrema derecha. Aquí, en México, por fortuna tal radicalismo fue derrotado. Pero en la izquierda moderada de la 4T, tristemente, a veces, se asoman sectarismos que no vienen al caso.

Estoy añadiendo algunos párrafos a mi artículo publicado esta mañana con el título “Nocturno al plan C: En medio de AMLO y Claudia… ¿Chabelo como un dios?”. Por tal motivo, esta terminará siendo una columna distinta, con otro encabezado.

Ayer, la extrema derecha avanzó notablemente en las elecciones europeas. Las candidaturas conservadoras más radicales particularmente exhibieron su fortaleza en Francia, donde el presidente Emmanuel Macron se vio obligado a convocar elecciones legislativas, por lo que disolvió el parlamento de su país. Era lo único que el gobernante francés podía hacer luego de que el partido de ultraderecha Agrupación Nacional obtuviera en los comicios europeos más del doble de votos que el partido del propio Macron, Renacimiento.

Todo lo anterior combinado provocó una caída de los mercados franceses e inclusive de otros lugares de Europa. El euro se ha ubicado en su punto más bajo en más de un mes, lo que tendrá necesariamente consecuencias negativas para la Unión Europea. La política en ocasiones daña a la economía. Sobre todo este perjudicial fenómeno se da cuando los extremismos, de izquierda o derecha, se imponen.

Estamos hablando de problemas financieros que pueden llegar a ser graves en naciones de Europa que quizá tengan debilitadas sus finanzas públicas, pero no al grado de deterioro en el que se encuentran las de México al final de un gobierno, el de AMLO, que resistió durante 6 años todo tipo de ataques y logró concretar sus proyectos de desarrollo, pero que ha pagado el costo de tener ahora las finanzas estatales prendidas con alfileres.

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Ha dicho el presidente López Obrador que la justicia está por encima de los mercados. Lo expresó así la semana pasada después de que el peso se depreciara fuertemente por un anuncio político bastante radical: que en septiembre, el último mes del actual gobierno, se realizará una reforma al poder judicial que nadie apoya entre las personas que conocen de derecho.

Cuando Andrés Manuel dijo que la justicia está por encima de los mercados, evidentemente manifestó su decisión de seguir adelante con la reforma que cambiará todo el poder judicial, particularmente a la Suprema Corte de Justicia de la Nación; lo hará el admirado dirigente tabasqueño independientemente del costo que deba pagar su legado, no su gobierno que está a punto de concluir, costo que desde luego también pagará el pueblo de México que a fuerza se verá afectado por la turbulencia financiera.

Era lo esperable en un rebelde luchador social de muchos años: No va a dejarse derrotar por nadie, mucho menos por fuerzas externas como los famosos mercados, que no son sino los deseos. los intereses y los temores de quienes mandan en el capitalismo global.

Muchas personas, siguiendo la lógica de López Obrador, han dicho que ningún capitalista tiene motivos para preocuparse: seguirán haciendo negocio en México, tal como ha ocurrido durante la administración del primer presidente de izquierda. El problema es que los mercados necesitan saber que cuentan con garantías de que mínimamente funcionará el Estado de derecho y que, por lo tanto, estarán a salvo sus legítimos intereses. Y en todo el mundo, al menos en la parte del mundo integrada por las naciones más desarrolladas, el Estado de derecho depende de un poder judicial no controlado por el ejecutivo. Y esto es lo que está en riesgo, en opinión de todas las personas que saben, con la iniciativa de reforma de Andrés Manuel López Obrador.

Nadie niega la necesidad de cambiar al poder judicial mexicano. Pero la propuesta de AMLO parece absolutamente inadecuada. No se elaboró después de dialogar con juristas eminentes de todos los sectores, particularmente con ministros y ministras de la corte suprema, donde de un grupo de 11 hay cinco especialistas en derecho que llegaron a sus cargos porque AMLO los consideró excelentes como estudiosos de nuestras leyes. Si tenían tan elevado nivel como para que López Obrador les llevara a la más alta posición del poder judicial, ¿por qué en su proyecto de reforma no les tomó en cuenta? Seguramente porque le molestó que en algunos debates no apoyaran al gobierno actual. Pero no se trataba de que le dijeran SÍ en todo al presidente, sino de que actuaran con independencia de criterio. Admirable en este sentido el trabajo de dos mujeres y un hombre que han cumplido con solvencia ética y profesional la tarea que Andrés Manuel les encomendó: ser juristas independientes. Habrá tiempo para homenajearles como se merecen.

Andrés Manuel López Obrador deberá aceptar, con responsabilidad, que su propuesta de reforma del poder judicial no se apruebe de inmediato en septiembre, que es cuando su partido tendrá las mayorías que necesita en el Senado y en la Cámara de Diputados y Diputadas. El presidente AMLO deberá alentar a la presidenta electa Claudia Sheinbaum a que sea, ella en sus tiempos y según sus necesidades, quien determine un periodo de debate para entender si la reforma que se necesita es la ya propuesta o de plano una muy diferente. La única manera de saberlo es convocar a los y las mejores juristas a reflexionar, dialogar racionalmente y llegar a acuerdos.

Con las finanzas públicas mexicanas pendiendo de alfileres lo único que no necesita la presidenta Sheinbaum es acarrear turbulencias financieras desde antes de empezar a despachar en Palacio Nacional. No es tan difícil entender, y por lo tanto creo que lo entenderá un hombre tan inteligente como Andrés Manuel López Obrador. Porque no solo está la amenaza de más depreciación del peso, sino que ya viene el tema de las calificaciones crediticias. Claudia Sheinbaum no puede ni debe iniciar en su administración en el pantano de un país otra vez fuertemente sacudido por la tormenta de los llamados mercados, que seguramente no son justos, pero que tienen un poder enorme. Aceptemos la realidad y actuemos en consecuencia.

Nocturno al plan C: En medio de AMLO y Claudia… ¿Chabelo como un dios? (Lo que sigue es lo que se había publicado esta mañana)

No tengo idea acerca de qué discutirán hoy en la comida, si acaso discuten algo, el presidente Andrés Manuel López Obrador y la presidenta electa Claudia Sheinbaum. Admito mi ignorancia.

Donde no hay duda es en algunos sectores sofisticados de la comentocracia, cuyos integrantes seguramente poseen mejor información que yo: ahí se piensa que en su reunión de este lunes 10 de junio el presidente y la presidenta dedicarán poco tiempo a las felicitaciones y mucho a pactar los términos de la transición, que todo el mundo supone será difícil.

La mayoría de analistas destacan un tema que, dicen, hoy generará tensiones entre el presidente López Obrador y la presidenta Sheinbaum: el de cuándo se ejecutará el plan C, si en septiembre, es decir, antes de que concluya el gobierno de AMLO, o después, en los tiempos en que la próxima mandataria lo decida, desde luego en función de los intereses de su propia administración.

Recordemos que el plan C está integrado por una serie de reformas constitucionales que no agradan a los poderosos mercados globales y que, por lo tanto, podrían representar un riesgo de crisis financiera en el arranque del periodo presidencial de Claudia.

No hay exageración en la tesis anterior: ya vimos que la gente del dinero depreció el peso e hizo caer la bolsa de valores solo porque algunos morenistas declararon que rápidamente saldrá adelante una reforma en particular, la que verdaderamente inquieta al capitalismo global: la del poder judicial, específicamente la que pretende acabar con la actual Suprema Corte de Justicia de la Nación.

Pocos en la comentocracia destacan otro tema que también se presume será debatido entre el presidente y la presidenta: cuántas personas integrantes del gabinete saliente serán consideradas para participar en el equipo de Sheinbaum.

El asunto del gabinete hoy lo trata Raymundo Riva Palacio en su espacio en El Financiero, y no recuerdo que más columnistas hayan puesto la mirada en el mismo, pero es muy importante.

Destapado el nombre del secretario de Hacienda de la primera presidenta de México —Rogelio Ramírez de la O—, el resto de la alineación no genera demasiado nerviosismo a los capos de las finanzas, pero es algo de la mayor relevancia para quien empezará a administrar el poder ejecutivo de un país tan grande y complejo como México, si no por otra cosa porque una líder es tan eficaz como sea su equipo; entonces, ella necesitará gente de su plena confianza en los principales cargos para que le ayuden a operar las tareas más difíciles. Habrá algún secretario, alguna secretaria del gabinete de AMLO en cuyas capacidades y estilos de trabajo Claudia confíe, pero no mucho más.

Lo primero que hago al despertar —entre tres y cuatro de la mañana— es leer columnistas cuyos escritos se difunden antes de que amanezca. No soy el único morboso de la política desmañanado por costumbre. Conozco vejestorios, inclusive más añosos que yo pero extraordinariamente activos, que me escriben sobre lo que leen en los diarios digitales. Uno de ellos me ha dicho que habrá una catafixia entre el presidente AMLO y la presidenta Sheinbaum.

¿Catafixia entre AMLO y Claudia? Sí, reforma judicial por cargos en el gabinete.

Antes de evaluar si eso tiene sentido o no, definiré catafixia, palabra inventada por Chabelo: “Intercambio de un objeto por otro, sin que necesariamente importe el valor de ambos”, según el Diccionario de mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua. No ha llegado al diccionario de la RAE porque no se utiliza en otras naciones.

Llamé al otro desmañanado para pedirle más detalles y me dijo: “Una solución a la mexicana de un gran conflicto político generado muy a la mexicana —tan a la mexicana que quizá ni exista— merece una palabra no solo ciento por ciento mexicana, sino solo conocida en México: Catafixia”. Bueno, pues eso será... o podría ser, o no ocurrirá. ¿Quién dijo lo de solo sé que no sé nada? Por sí o por no o por quién sabe, especulemos un poco acerca de la gran catafixia de fin de sexenio:

  • ¿Qué vale más para AMLO, la inmediata reforma del poder judicial, aunque los mercados reaccionen negativamente, o que, por compromisos de lealtad, su gente siga en el gabinete presidencial?
  • ¿Qué vale más para Claudia, aceptar una reforma que posiblemente la meterá en líos, muy fuertes líos financieros en el arranque de su gobierno, o quitarse compromisos para poder armar un equipo —a la medida de sus preferencias personales— que la ayude a encontrar salidas a esa y a otras crisis que se presentarán durante su administración?

Ya veremos el final de esta historia.