La sucesión presidencial en México es un fenómeno complejo. Durante años, el desenlace de este proceso tenía como colofón una apoteosis. No fue hasta la transición democrática y la alternancia que este acontecimiento histórico se humanizó. Sin embargo, con Andrés Manuel López Obrador volvió a hacerse de la heredad política un frenesí quimérico.
Esto quiere decir que, desde sus inicios, el obradorato le representó al país una regresión autoritaria. Aunque en sus inicios no era fácil detectarla, pues la esperanza de millones depositada en el falso mesías servía como cota de malla contra la verdad; empero con el paso de los días, el tapujo con el que el régimen escondía sus verdaderas intenciones se desmoronó para dejar a la vista un proyecto despótico soportado en delirios de grandeza y resentimientos de un puñado de políticos; pero sobre todo, lo que iba a servir de peana para lo que sería este gobierno selvático, sería la megalomanía demencial de un aspirante a tirano emponzoñado de revanchismo.
Para justificar el devaneo con el que se empezó a conducir el presidente, se optó por aturdir a la ciudadanía. Así que se empleó un método propagandístico consistente en mantener en constante sofocón y pasmo al electorado mediante el ruido incesante. De esta manera se configuró una nueva forma de hacer gobierno: la mitocracia.
La constante y sistemática repetición de falacias y mentiras logró ofuscar a la sociedad. De resultas, el gobierno consiguió usurpar la narrativa imponiendo a diario desde un pulpito de poder una agenda pública que servía como espejismo para dibujar en el imaginario de la gente una entelequia autoproclamada como Cuarta Transformación.
Luego entonces, el titular del ejecutivo federal se agenció una victoria tramposa: se le empezó a juzgar por sus designios y no por los resultados de su administración.
Ahora pretenden que esta ficción trascienda al sexenio. La farsa de un gobierno de izquierdas que se opone a los impuestos; que censura; que militariza; que prohíbe; que inquiere; que contamina; que polariza; que demuele instituciones; que promueve el culto a la personalidad; que dinamita contrapesos; que se encarna en una sola persona; que fomenta la violencia contra la detracción; que reacciona.
A este embrollo se le debe llamar por su nombre: autocracia o fascismo.
Por eso resulta fundamental que esta sucesión presidencial suceda como ocurrió con el general Lázaro Cárdenas, quien puso punto final a un periodo de Maximato y afianzó la institucionalización de la Revolución Mexicana evitando cualquier intento de personificación de la misma.
Así las cosas, quien suceda a Andrés Manuel López Obrador deberá darle el trato que se le dio a Luis Echeverría, su mentor ideológico y político. Porque si bien el tabasqueño se jacta de cardenista, sus acciones lo desnudan tal cual es: un echeverrista trasnochado, afiebrado por la angustia que provoca la inminente pérdida del poder.
X: @HECavazosA